Crónica: El escarabajo de Volkswagen en Huancayo

Escarabajo en las alturas de Pucará (Huancayo).

Esos agujeros al pasado que surcan la ciudad

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

—Por donde sea que vayamos haznos llegar bien —susurra José en la soledad de su taller. Pero no está exactamente solo. Junto a él está aparcado su Volkswagen blanco. Contempla sus faros circulares, el borde del capó ovalado bajo el parachoques metálico y le parece que el auto le esboza una sonrisa. José Casahuillca Taipe repara escarabajos todos los días, pero al finalizar la semana cambia su mameluco de mecánico por el de competición. Aquella tarde tiene una carrera, y su escarabajo se porta de maravilla. Regresa a casa con el trofeo de ganador bajo el brazo. Y a la mañana siguiente el auto no enciende. «Es como si estuviese cansado», dice. «Debe de querer su mantenimiento, su revisión. Le gusta que se le engría». Para José un escarabajo tiene como vida propia. «Si tú le conversas, le hablas, te va a llevar a donde sea», afirma tajante.

Rolando Nuñez Medrano también participa en competiciones de escarabajos. Se compró por curiosidad uno del año setenta y siete y le gustó tanto que ahora tiene tres. Los usa indistintamente, no solo para las carreras, sino también para la vida diaria. «Son simples de manejar, agradables. Con ellos se siente la conducción», dice. En efecto, en un escarabajo la menor maniobra impacta en los ocupantes: desde un bache, un frenazo o una breve demora al operar los cambios. Y pese a lo incómodo que podría resultar para alguien poco familiarizado, puede que sea justo eso lo que apasiona a sus propietarios. «La idea es manejar tú y no que el carro lo haga todo», agrega. Por esa sencillez mecánica un escarabajo es fácil de reparar. Pero también hace necesario que el conductor tenga nociones básicas de mecánica. «En una ocasión fui hasta Huancavelica para auxiliar a un cliente», dice José. «Seis horas de viaje para que todo el problema sea un simple cable que se había soltado por el movimiento».

Robert Monge Larrea tiene su escarabajo desde hace nueve años. «Poco a poco le acabas agarrando cariño, se establece un lazo muy fuerte con él», dice. Y también lo fue reparando, agregándole complementos, modernizándolo. Su escarabajo cuenta con sensores de retroceso, frenos de disco y un sistema audiovisual al que envidiaría un auto del año. Se gastó al menos veinte mil soles y no lo lamenta. Igual que José, Robert opina que en la actualidad el concepto de económico para referirse a un escarabajo ya es un mito. «Los autos modernos, con su sistema de inyección sí ahorran combustible», afirma. «El escarabajo podría ser económico solo en el precio de las autopartes o a la hora de adquirirlos».

Miguel Angel Villaverde adquirió su escarabajo hace trece años y no planea deshacerse de él. «Si se puede, cuando mi hijo crezca será su nuevo dueño», dice, aunque tampoco le entusiasma cambiarlo por un vehículo moderno. Hace no mucho dejó en ridículo a cuatro camionetas durante un viaje. Un deslizamiento de tierra se había llevado media carretera. Con cierta sorna, los otros conductores lo animaron a que probara a atravesar el lodo. «Tu carro es chico», le dijeron. «Si se planta, lo empujamos». Pero su escarabajo pasó sin problemas. «Y al llegar el turno de las camionetas, todas se trancaron. Ni siquiera activando el 4×4 pudieron pasar», sonríe, da una palmada cariñosa al techo granate de su auto. Dos colegiales señalan su escarabajo desde lejos. «Sapo rojo», exclama uno. «Es guindo», le corrige el otro. Intercambian pellizcos indignados, un pequeño empujón. Finalmente ríen, siguen amigos, continúan su camino.

Hubo una época en que los escarabajos casi desaparecieron de las ciudades, a mediados de la década del noventa. «En ese tiempo pasábamos el día mirando las paredes del taller, a veces sin un solo cliente», dice José. Pero pronto la gente retomó su gusto por los Volkswagen. Había que recuperarlos desde condiciones de desuso, a veces de chatarra, y restaurarlos. Es casi imposible encontrar en el Perú un escarabajo fabricado después de 1987, cuando Brasil cesó su producción y solo quedó la opción mexicana. ¿El Estado podría impedir su circulación por un tema de antigüedad? Para José eso es remoto. «Basta ver el parque automotor de Europa y Estados Unidos; allí aún circulan unos sapitos increíbles», dice. «Los repuestos se siguen fabricando en distintos países, y en marcas nuevas que no dejan de aparecer».

Entonces un chico de unos dieciocho años llega a bordo de un Volkswagen beige. Su padre se lo acaba de dejar en herencia. «Me quedé botado de camino a Concepción», se queja. Pero casi de inmediato sonríe, chasquea la lengua: «Y en eso se estacionó un sapo azul y bajó un viejito de los de terno y sombrero. Movió unas mangueras del motor y lo hizo arrancar».

—Siempre es así —dice José—. Cuando un sapito está en problemas los otros le van a ayudar.

Huancayo y los amantes del escarabajo
Se cuentan, al menos, cuatro clubes en Huancayo que aglutinan a los aficionados a estos simpáticos autos. Destacan Cave-Huancayo (filial local del club con presencia nacional) y Vocho Club Huancayo, ambos abiertos y de participación libre. Además de facilitar a sus miembros el intercambio de información para la restauración de sus vehículos, organizan carreras, exposiciones y —lo que les da más orgullo aunque exhiben menos que sus escarabajos— diversas obras sociales.

Tips si deseas adquirir tu primer escarabajo
• En el mercado peruano pueden fluctuar entre los cuatro y nueve mil soles. Pero no hay que confiar solo en el precio. Es necesario que un conocedor de confianza te asesore, o podrías acabar comprando un carro maquillado.
• Si notas que estás tratando con un revendedor, debes prestar más atención. Ellos conocen muchos trucos para ocultar defectos que más tarde podrían costarte miles de soles.
• Obligatoriamente lleva el vehículo adonde un mecánico que mida la compresión del motor. Si supera los índices de 80 funcionará todavía por un tiempo. Lo ideal es que se encuentre por encima de 90.
• Si ha sido traído de Lima, revisa concienzudamente el piso y los largueros. La humedad de la costa hace estragos en el metal. Si hay corrosión su reparación podría costarte entre dos y tres mil soles. En estos casos la mano de obra es muchísimo más cara que los repuestos.
• Revisa también los neumáticos y que las puertas no estén colgadas. Si la pintura o el tapiz están muy nuevos, hay que desconfiar. Un baño de pintura oculta los defectos, pero al cabo de algunas semanas se comenzará a pelar y podrías encontrarte con daños estructurales cuya reparación superaría el precio del vehículo.
• La documentación es muy importante. Cuida que esté a nombre del vendedor, que las series del motor y el chasís coincidan con la tarjeta de propiedad y que no tenga multas ni órdenes de captura.
• Si deseas restaurarlos al estado de un escarabajo clásico te tocará invertir al menos diez o quince mil soles más.

Publicado en Sobre Ruedas & Motores N°6. Julio de 2016.