Crónica: Ciclismo en Huancayo, esos hombres máquina en dos ruedas

Competidores huancaínos junto con representantes de Colombia y Bolivia en la Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka.

Esos hombres máquina en dos ruedas

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Fotos adicionales: Cortesía Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka

Con cada vez más frecuencia, ciclistas huancaínos obtienen premios nacionales e internacionales. Desde hace décadas, este deporte en Huancayo ha sufrido cambios que ya lo colocan en una línea de profesionalización. Acompáñanos en este reportaje sobre el estado actual del ciclismo y de las ventajas de andar en bicicleta.

En algún momento la historia de cada ciclista es la misma: el muchacho que contempla fascinado a quienes ya practican el deporte y decide que también se lo pasaría bien pedaleando por la carretera. En una ciudad mediana como Huancayo, los ciclistas conforman una pequeña comunidad que rebasa las rivalidades propias de la competición. Así, es natural verlos intercambiar experiencias y consejos —además de repuestos y accesorios— independientemente del color de sus maillots.

Ronald Ventura Torres dejó de competir hace diez años, pero eso no significa que haya abandonado el ciclismo. Después de una trayectoria con participaciones internacionales, volvió a los recorridos dominicales de sus inicios. «La bicicleta te da libertad», dice. «Puedes ir a donde quieras y detenerte para admirar paisajes a los que no accederías en carro o a pie. Incluso extraviarte en medio de los cerros, lejos de cualquier parte, es una aventura».

El Centro de Alto Rendimiento

Convertirse en ciclista de élite no solo implica entrenar al menos cinco horas diarias, sino sacrificar ese encanto de los paisajes que se tienen tan… tan cerca. Tienes que pasar de largo por aquellos senderos que se meten al interior del valle y limitarte a mantener la atención en la carretera —que casi siempre es la misma— y en el ritmo cardiaco, tiempos y distancias. Antes y ahora, «una constante ha sido el entrenamiento a solas, muchas veces estableciendo las jornadas por instinto o por el binomio ensayo-error», agrega Ronald. La razón: la carencia en Huancayo, hasta hace muy poco, de entrenadores que ofrezcan asesoría y soporte en planes de preparación adaptados a cada conformación física. Pero este panorama ha comenzado a cambiar gracias a la puesta en marcha del Centro de Alto Rendimiento. Su consigna es obtener resultados positivos para el Perú en los próximos Juegos Deportivos Panamericanos con los cuatro ciclistas que han sido seleccionados en la región Junín. Y, claro, sus especialistas también ofrecen consejo y asesoría a los demás ciclistas que los requieran.

Si bien ya existía en otras ciudades, el Centro de Alto Rendimiento de Huancayo comenzó a funcionar desde hace poco más de veinte meses. Contar para la preparación con entrenadores, médicos, psicoterapeutas o asistentes sociales cambia el estado de semidesamparo en que suelen trabajar nuestros deportistas. «Cuadrar el rendimiento del ser humano con el de una máquina, en este caso una bicicleta, es ciencia», afirma el promotor deportivo Johnny Romero, «eso incluye la resistencia al viento, la alimentación o el manejo del estrés en el deportista durante la competición».

Las competiciones

La Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka, que acaba de celebrar su séptima edición, se ha convertido en una de las competiciones más importantes del país. Su organizador, Johnny Romero, es dirigente del equipo Romero33 y, principalmente, un entusiasta del ciclismo. Para él, «Huancayo es una tierra generosa en cuanto a potencial para desarrollar ciclistas de alta competición».

Abilio Lázaro Valdés es promotor deportivo y, también, exciclista. Es además organizador del Desafío Alta Sierra, competición de montaña que recorre los territorios de Concepción, Comas y Cochas, y cuya vigesimosegunda edición se celebró en setiembre último. «Promover competiciones puede ser una iniciativa personal, pero requiere de una asociación público privada», dice.

La importancia de las competiciones rebasa el mero hecho de conocer qué ciclista es el mejor. Su función es más bien servir de incentivo para un entrenamiento constante, además de permitir, a través de los premios, rentabilizar la práctica del ciclismo. Ronald Ventura opina que «en los últimos años se ha ido reduciendo su número». Al no haber competiciones, «el nivel de los ciclistas acaba por decaer». Abilio Lázaro es de la misma opinión, aunque destaca las ventajas de organizarlas: «potencia los atractivos turísticos del territorio de un gobierno local y moviliza la economía. Competidores y visitantes consumen hotelería, alimentos y hasta artesanía del lugar». Y agrega que «eso se deriva en una buena imagen para cualquier gestión».

Medio de locomoción

Si bien Huancayo no parece la ciudad más amigable con el uso de la bicicleta, sí cuenta con la ventaja de sus distancias cortas y algunas vías alternas a las zonas de tránsito vehicular más denso. «Huancayo tiene todo el potencial para un uso eficiente de la bicicleta», afirma Lázaro. «Los recorridos urbanos habituales son de dos kilómetros, a veces de tres. A una velocidad moderada no te cansas y apenas transpiras». Johnny Romero, por su parte, cree que «no deberíamos llenar la ciudad de carros. Se puede manejar bicicleta desde los dos años hasta los cien. Es hora de pensar en una ciudad más limpia y sana».

Y volvemos al muchacho fascinado con recorrer las carreteras en bicicleta. Con muchísimo trabajo, inversión y voluntad, podría convertirse en el próximo campeón nacional de ciclismo. O elegir ser solo ese ciudadano responsable con el ambiente, convencido en que no usar automóviles reduce las emisiones y beneficia la salud. Puede que sea este último quien más falta hace en momentos de tanto apuro para el planeta.

Publicado en Gatonegro N° 9. Setiembre de 2017.

Crónica: A Tayacaja Nororiente en bicicleta

La mayor parte del camino se abre paso entre quebradas y de cerro en cerro.

Un paraíso entre montañas

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

 Pocos lugares tan cercanos a Huancayo ofrecen la magia y belleza del nororiente de Tayacaja (Huancavelica), que ahora forma parte del VRAEM. Aunque la ruta es difícil, sus paisajes y pisos ecológicos bien lo valen. Acompáñanos en esta travesía a bordo de una bicicleta.

Un recorrido accidentado y hasta peligroso no basta para anular el encanto de los caminos rurales. Y son perfectos si lo tuyo es explorar espacios nuevos con la naturaleza de protagonista. Nuestro punto de partida es Huancayo y la llegada, 101 km adelante, el paraje de Chiquiac, una quebrada arenosa y ardiente a 1180 m s.n.m., por cuyo centro pasa un río Mantaro fortalecido por decenas de arroyos y torrentes a los que ha engullido. Apenas salimos debemos subir 25 km hasta los 4500 m s.n.m., en San Marcos de Rocchac. Rodar en bicicleta por la puna en pleno invierno es mala idea si no estás lo bastante abrigado. Y sabemos que nos espera un descenso largo, en el que la temperatura podría bajar hasta -10 grados.

La construcción de la carretera Huancayo-Huachocolpa, en el noreste de Tayacaja, tiene una historia que han vivido al menos cuatro generaciones. Empezó en la década del sesenta, cuando solo existía una vía de herradura por la que se debía caminar durante tres días. Una alternativa eran las avionetas que despegaban de Huamancaca Chico y, media hora después, descendían en una pista angosta al borde del Mantaro, en el paraje de Ukuchapampa. Fue una buena opción hasta que, tras años de jugarse la vida al aterrizar, una de ellas acabó en el río y ahuyentó a las otras. Hoy el transporte es solo terrestre y, aparte de las minivan para pasajeros, predominan las camionetas 4×4, que tardan no más de cuatro horas hasta el destino que planeamos, y otras tres si se quiere llegar a Huachocolpa.

Una segunda subida tiene su recompensa con la maravillosa vista de las lagunas gemelas de Kylli, de perturbadoras aguas negras. Numerosas leyendas azuzaban el miedo a ellas: una interconexión subterránea entre ambas, un daño latente a partir de las seis de la tarde o a que tocar sus orillas era la muerte. En la actualidad, en la menos temida de las dos, se desarrolla la industria piscícola.

Al poco de llegar a Huari se nubla y una suave niebla cubre el horizonte. Optamos por seguir hasta Acobamba para almorzar, donde nos recibe una bandada de loros, que será seguida por muchísimas otras hasta nuestro destino. Desde este punto la orografía pedregosa hace más duro bajar. Ya estamos en un piso tropical, por lo que los mosquitos no tardan en aparecer.

La mayor parte del camino se abre paso entre quebradas, salvo cuando se asciende por el borde de abismos con más de un kilómetro de fondo. Por allí discurre un río cristalino que cambia de nombre conforme avanza: Acobamba, Chalwas o Toroccasa. Se dice que hay pesca abundante en sus aguas, pero varios letreros lo prohíben. Cruzarlo ya no es un problema gracias a los puentes de acero y concreto que contrastan con los dos palos largos, apenas anchos como una rueda, de los años noventa.

Una subida ligera inicia en Matibamba, a 1650 m s.n.m., y seguirá constante hasta nuestro destino. La baja velocidad sirve para notar al borde del camino cientos de nichos que nos han acompañado desde que partimos. «Es porque alguien murió ahí», nos repite un poblador. Atravesamos Manchay, pueblo célebre por su producción de plátano, chirimoya y palta, y llegamos a Potrero. La subida se hace más dura desde K’erquer, solo grata por la cercanía de la puesta de sol.

Estos pueblos han alcanzado ciertos beneficios desde el Estado a partir de su inclusión al Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). Pero el perjuicio es mayor debido a la aprensión por calificarse ruta del narcotráfico, lo cual los descarta como opción para el turismo vivencial, rubro en que tienen enorme potencial.

Atravesamos el pueblo de Loma con los últimos rayos de sol y aceleramos para arribar a San Antonio antes del anochecer. Las camionetas que nos rebasan ya llevan las luces encendidas y hacemos lo propio con nuestras lamparitas a pilas. Aunque el destino se ve desde el cerro en que nos encontramos, resulta un largo tramo que se interna en una gran quebrada que a su vez contiene otras más.

Una ducha tibia y la cena caliente no bastan para reparar el agotamiento. Dejamos el descenso a Chiquiac para la mañana siguiente. Estamos a 2300 m s.n.m. Desde aquí el Mantaro es apenas una raya sinuosa entre dos enormes montañas secas, cubiertas por cactus, y con un arroyo de aguas salinas imposibles de beber. Cuentan que antes de hacerse carrozable, este camino era el más difícil de atravesar. Pronto el sol calienta el suelo arenoso y aumentan los mosquitos. Llegamos al río, a 1180 m s.n.m. A lo lejos, cuatro cables son lo único que queda del gran puente colgante de Chiquiac, que en otro tiempo fuera la piedra angular del transporte para todas las comunidades de la zona.

El nuevo puente es atravesado por algunas camionetas cubiertas de polvo. Su destino es ahora el mismo que el nuestro: Huancayo. Fueron muchos kilómetros y voluntad. El Perú tiene tanto que ofrecer.

Publicado en Bitácora N°46, de setiembre de 2017.

Crónica: Pucapuquio, el pueblo del río rojo

El camino es tranquilo, lleno de vegetación.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Quien siempre circula en bicicleta por el valle del Mantaro conoce sus enormes ventajas en cuanto a experiencia y sensaciones. Acompáñanos en esta crónica a recorrer el sur de Huancayo (Junín, Perú), desde los senderos que atraviesan Pucará hasta el centro poblado de Pucapuquio.

Salvo la cuesta que hay desde Raquina a Pucapuquio, el tramo es realizable en bicicleta aún si tu condición física no es la mejor. Basta seguir la carretera Huancayo-Pucará y girar al este poco después de pasar el anexo de Asca. Unos kilómetros antes de llegar a Sapallanga elegimos mejor desviarnos al oeste por una callecita sin asfaltar. Nos reciben varios perros poco amigables con los visitantes, en especial si estos van en dos ruedas. Llegamos a un campo pantanoso y, muy cerca de Warivilca, a un humedal que acoge a buena cantidad de ejemplares de fauna silvestre.

El camino de Raquina (Pucará, Huancayo).

Desdibujada entre la hierba, surge una trocha que desemboca en el camino carrozable que atraviesa el anexo de Huayllaspanca —sí, el mismo cuyo equipo de fútbol llegó a la primera división en los años noventa— y seguimos hasta el río Chanchas. Tomamos al azar los senderos que surgen conforme avanzamos. La mayoría nos lleva a terrenos eriazos sin continuación y alguno hasta el patio de una casa, de la que debemos salir a toda prisa. Pronto acabamos en un gran complejo de cultivos, al este de Pucará. Lo sabemos por una pobladora que nos mira divertida mientras intentamos volver al camino por en medio de un campo de tierra removida.

Al retorno pasamos junto a la casa de la emblemática cantante Flor Pucarina.

A partir de este punto no es difícil llegar a la plaza del distrito, pero aún nos queda subir a Pucapuquio. El río que pasa junto al camino —nos dicen— tuvo alguna vez una coloración rojiza. En poco menos de 10 km corriente arriba cambia de nombre tres veces y comienza a llamarse como los poblados que atraviesa: Pucará, Raquina y Pucapuquio. Este último tiene pocos habitantes. La mayoría de las casas se han construido con quincha y tejas, y se sitúan al borde del camino, en una empinadísima subida (la más difícil del trayecto). Desde la parte alta, en los cerros cubiertos de vegetación, el paso del hombre se nota poco todavía. Por la otra bifurcación llegamos a una construcción desierta que aspiraba a convertirse en restaurante. Unos metros más adelante, al final del camino, el paisaje es partido por el cauce del río, cuyas escasas aguas parecen adquirir ese tono rojo que debieron ver los primeros habitantes del pueblo. Volver a la realidad urbana de Huancayo es facilísimo y por tramos ni siquiera hace falta esforzarse. Pero siempre sabremos que los campos siguen allí, en cualquier dirección y a pocas pedaleadas de distancia.

 

Publicado en Bitácora N° 43 (Perú, 2017).

Crónica: Pumpunya, la atalaya del Mantaro

El valle del Mantaro (Huancayo, Perú) va tomando forma conforme ascendemos por el cerro Pumpunya.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Recorrer el valle del Mantaro (Junín, Perú) en bicicleta —por el contacto con el entorno a través del binomio esfuerzo-avance— dista mucho del turismo convencional. Acompáñanos en esta travesía al mirador de Pumpunya, en Chongos Bajo.

Hay dos partes muy diferenciadas en el camino hacia Pumpunya. La primera consta de 14 kilómetros asfaltados, ligeros y con aire a parranda. Nos lleva por Chilca, Huancán, Huayucachi, Viques y Chupuro (el punto más bajo, a 3175 m s. n. m.). Allí comienza un ascenso constante y pedregoso de cinco kilómetros hasta el mirador, a 3576 m s. n. m., desde donde podremos contemplar de lado a lado el valle del Mantaro.

A lo largo del tramo nos toparemos con imponentes paisajes propios de la sierra peruana.

La clave, además de una condición física aceptable, es tener operativo el sistema de cambios de tu bicicleta para llevar una transmisión liviana y buenos frenos para el retorno. No olvides llevar líquido, algo de carbohidratos y tu casco. De caerte, podría hacer la diferencia entre una anécdota dolorosa o un grave accidente.

Pumpunya pertenece a Chongos Bajo. Una mujer nos cuenta que sus primeros pobladores «oían por las noches unos “¡pum, pum!” de alguna parte de la tierra». De ahí el nombre de «Pumpunya». En nuestro recorrido, en vez de tomar el sinuoso desvío hacia la plaza, seguiremos por la carretera a Chongos Alto. Según se asciende el cerro, la vista del valle se va dibujando, cada vez más clara, hasta la última curva, donde se nos revela en todo su esplendor.

 

Pumpunya para principiantes
Aunque algo más lejos, otra ruta de acceso es a través del puente La Breña y el malecón Las Brisas, pasando por Pilcomayo, Huamancaca, Tres de Diciembre y Chupuro. Recuerda que si vas en auto o motocicleta, en la carretera que comprende desde los barrios de Chonta, Pumpunya y la vía a Chongos Alto hay cierto tráfico de combis y camiones, muchos de los cuales bajan deprisa. Estaciona en las zonas visibles y más anchas, aun si eso implica caminar hasta el mirador. Una recomendación para el descenso en bicicleta es cuidarse de las curvas, pues la tierra suelta podría hacerte derrapar y caer. Y presta atención a los perros: dos o tres de ellos no son demasiado amistosos con los ciclistas.

Los materiales de construcción en la zona son principalmente de barro y piedra.
Antigua arquitectura en barro y piedra. Al fondo, el cerro de Pumpunya que deberemos subir para llegar al mirador.
Desde las viviendas del lugar, ya es natural despertar con una amplia vista del valle.

Publicado en Bitácora N°40 (Perú, 2017).

Crónica: Valle de trochas y senderos

Pequeños senderos se abren a cada paso.

Escribe: Juan Carlos Suárez Revollar
Fotos: Joel Carrillo de la Cruz

Además de nuestras carreteras asfaltadas, las afueras de Huancayo (Junín, Perú) están cuadriculadas por miles de senderos que atraviesan acogedores parajes. Acompáñanos en este recorrido en bicicleta por algunos de esos lugares que, está seguro, nunca has pisado.
Los caminos son cambiantes y, en ocasiones, inesperados.

Nada más placentero que tomar al azar un camino carrozable y, poco después, esos senderos casi intransitables que se derivan de él. Partimos temprano, cuando el aire de la mañana todavía duele sobre la piel. Desde una vía al oeste de Huancán giramos al sur por una ruta cubierta de fango y baches. Hay que avanzar lento para evitar que las ruedas nos salpiquen más de lo necesario. Por contraparte a estas molestias propias de meses lluviosos, donde apenas crecían hierbajos ahora bullen la vida y el verde.
A la primera oportunidad tomamos un caminito angosto y rodeado de eucaliptos. El sol ha comenzado a brillar, imparable. Salvo alguna subida ocasional, el terreno es amigable, hasta que acabamos en una vía pedregosa interrumpida por un riachuelo inusualmente caudaloso. Nos arriesgamos a seguir, pese a que si más adelante debemos volver sobre nuestros pasos, será difícil cruzarlo.

El camino de Viques a Vista Alegre.

Pronto salimos a Chupuro. Pero alérgicos en esta jornada a las carreteras asfaltadas, nos desviamos a Viques, deseosos de llegar a Vista Alegre, un centro poblado que se yergue en lo alto de los cerros. La dificultad de ascender nos da dos recompensas. La primera, más pueril, una imponente vista del valle, creciente conforme se sube. La segunda, inesperada, una bandada de loros que pasa sobre nuestras cabezas. Parecen empeñados en hacer notar su presencia a gritos, como si estuviesen absortos en una larga discusión. Es la tercera vez en veinte años que veo loros silvestres en Huancayo. Nos detenemos para contemplarlos desaparecer en el horizonte poco antes de, vencidos por la cuesta, dar la vuelta y luego dirigirnos a Huacrapuquio y Cullhuas por un caminito paralelo a la gran carretera que sube desde Huayucachi. Es mediodía y hora de volver a casa, hambrientos y satisfechos con 65 km de rodar y sentir la sierra.

Explorar senderos en la sierra
El encanto de una ruta al azar está en ir lento y disfrutar del paisaje. Si te extravías, siempre te quedará el recurso de preguntar a los pobladores o consultar el GPS. Casi cualquier distrito de Huancayo —y de la sierra— tiene decenas de trochas con destinos impensados. No te desanimes si en ocasiones te toca volver por donde viniste si llegas al fin del camino. La idea es encontrar y disfrutar cada nuevo trayecto.

Los caminos carrozables se angostan y pronto aparecen decenas de trochas y senderos.
La vista del valle durante el ascenso de Viques a Vista Alegre.

Publicado en Bitácora N° 41 (Perú, 2017).