La cinematografía en la obra de Mario Vargas Llosa
Por: Juan Carlos Suárez Revollar
No es nuevo destacar la relación entre la obra narrativa de Mario Vargas Llosa y el cine, tanto respecto a las versiones fílmicas de sus libros como a los recursos cinematográficos de los que ha echado mano para enriquecerlos; eso sin contar las muchas referencias y menciones de títulos de películas en éstos.
Desde el montaje de la historia —aspecto esencial en la construcción de un filme—, Mario Vargas Llosa ha usado frecuentemente técnicas y formas cinematográficas. Así, La casa verde es un relato montado —se nota esto también en Conversación en La Catedral—, donde las secuencias se unen para armar el todo que es la novela, aunque es tal la cantidad de técnicas narratológicas presentes que las de cine pasan a segundo plano. Citemos un ejemplo: la llegada de Anselmo a Piura coge tópicos del western norteamericano (Miguel Gutiérrez en Faulkner en la novela latinoamericana) y, si somos más minuciosos, identificaríamos una escena de La diligencia, de John Ford, como la base de este fragmento. No es el único western que influye en su obra —al parecer es un ferviente seguidor de este género—: hay aspectos como los códigos de honor y el machismo cursi de los personajes —particularmente en La ciudad y los perros— o el escenario pedregoso, desértico, solitario y salvaje de los sertones, en La guerra del fin del mundo, que recuerdan a las panorámicas de Río Rojo, de Howard Hawks o Más corazón que odio, de Ford. Por otro lado, hay puntos en común entre el circo itinerante de los seres deformes de esta novela y los de Freaks, la parada de los monstruos, de Tod Browning.
En Conversación en La Catedral se hace uso de técnicas cinematográficas como el corte, las disolvencias y los fundidos en negro entre escena y escena. En toda la primera parte las tomas se superponen dentro de grandes secuencias —los capítulos—: cada párrafo se sitúa en un tiempo y contexto diferentes, y el siguiente lo hace a través de un corte simple. Los niveles de la narración, entonces, abarcan un lapso temporal y espacial muy amplio. Podemos ver a un personaje viviendo un suceso en un momento y de pronto a él mismo, en otro lugar y muchos años después, recordándolo. De esa forma, el punto en común de ambas escenas viene a ser el hecho, primero vivido y después evocado.
Por otro lado, Vargas Llosa ha tenido poca suerte con las versiones fílmicas de sus libros, todas de muy bajo nivel artístico. Empero, hay un buen número de películas que se han hecho a partir de su obra: de la novela La ciudad y los perros Francisco Lombardi rodó un largometraje, pero hay otro, ruso, mucho menos conocido: Yaguar. Los cachorros es un mediocre filme mexicano de 1973. La tía Julia y el escribidor, por su parte, se estrenó como Tune in Tomorrow… en 1990 —es también intrascendente— y Pantaleón y las visitadoras tiene dos versiones, una, la primera, dirigida por el propio Vargas Llosa en 1975 —por los resultados, no se atrevió a dirigir más— y la otra, la más exitosa comercialmente, es de 1999, y fue dirigida por Lombardi. Cabe mencionar que el proyecto inicial de La guerra del fin del mundo era para una película en cuyo guión Vargas Llosa trabajó intensamente.
Desafortunadamente —acaso afortunadamente, porque de otro modo no existiría la novela— se quedó en la fase de preproducción. Finalmente, La fiesta del Chivo, dirigida por Luis Llosa, se estrenó en 2005 y tampoco resultó un buen filme.Con todo, en más de medio siglo de carrera como escritor Mario Vargas Llosa no ha necesitado del cine —que es un potente medio de difusión— para afianzarse como uno de los novelistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX, pese a que su obra contiene mucha influencia cinematográfica.
Publicado en Correo de Huancayo, el 18 de julio de 2009.