La palabra “trabajar” es tan rica en significados que también lleva implícito colaborar. Pero colaborar no necesariamente significa “trabajar”, pues su sentido se acerca más bien a aportar: se contribuye con trabajo, pero también con recursos o tiempo. Entregar dineros a una causa es colaborar sin que eso implique trabajar.
El uso de la palabra “colaborador” despelleja de su significado al trabajo como el esfuerzo que desde el inicio de la humanidad las personas han desarrollado para ganarse la vida. Y en el rango jurídico y económico, el reemplazo de ese término quita el sentido que el trabajo ha tenido a lo largo de generaciones: luchas por derechos, represión, muertos y pequeñas victorias que han ido sumando hasta las actuales ocho horas de jornada laboral, la paridad de salarios entre hombres y mujeres o la prohibición del trabajo infantil.
Nadie peleó sintiéndose colaborador. Lo hicieron porque se sabían trabajadores cuyo esfuerzo no era recompensado con justicia. Celebrar un día del “colaborador” en vez del Día del Trabajador niega ese trasfondo de generaciones que enfrentaron a empleadores y políticos para que nosotros disfrutemos de nuestras actuales condiciones laborales. E implícitamente niega nuestro rol de personas que aportan tiempo y esfuerzo para ganarse la vida, y un poco, nuestro propio rol de seres humanos.
(Grabados sobre la huelga de Haymarket, el 1 de mayo de 1886, en cuya conmemoración celebramos el Día del Trabajador).