Entrevista a Ugo Velazco sobre ‘El bonsái Kobayashi’

El escritor Ugo Velazco, autor del volumen de cuentos ‘El bonsái Kobayashi’ (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

“Gran parte de lo que escribo procede de mis sueños”

Entrevista y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Conversamos con Ugo Velazco, ganador del concurso «El cuento de las mil palabras» 2018 —premio organizado por la revista Caretas— con «El bonsái Kobayashi» y autor del volumen de cuentos con el mismo título. En la siguiente entrevista nos habla de este libro y, además, nos contó sobre su método de trabajo en narrativa breve y gran parte de lo que ha sido la construcción de su obra literaria.

Al ver la cantidad de publicaciones que has hecho en tan poco tiempo, uno se lleva la imagen de que eres un escritor muy prolífico.
Escribo desde los 18 años, cuando estaba en la universidad. Yo escribía narrativa, pero nadie lo sabía. Todos creían que solo hacía poesía. Escribía sin tener demasiadas lecturas; si vale el término, empíricamente. A los 20 años entregué mis cuentos a un amigo y me dijo que debía publicarlos. Publiqué mi primer cuento en 2012, en El tiempo de los muertos. Entonces tenía un conjunto de 25 cuentos. Es un libro que tuvo tres ediciones ya agotadas.

¿Cómo alternas tu producción literaria entre el cuento y la poesía?
A los catorce años empecé escribiendo un cuento feo, horrible. Yo no sabía lo que era un cuento. Aprendí de Oswaldo Reynoso. Escribo poemas desde los 15 años, una poesía muy adolescente. En la universidad constituí un grupo literario, centrado principalmente en la poesía. Era para nosotros más emotiva, más directa. Entonces yo escribía cuentos en forma oculta; poesía y cuento al mismo tiempo. Leía a narradores pero más a poetas. Ambos géneros pueden calificarse diferentes, pero en el fondo tienen muchas semejanzas, son parientes muy cercanos.

‘El bonsái Kobayashi’, volumen de cuentos del escritor Ugo Velazco (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

La mayoría de tus cuentos abordan temas fantásticos, pero también tienen un cierto halo de absurdo.
Sucede que gran parte de lo que escribo procede de mis sueños. He heredado ese don de mi madre que, creo, tiene algo de bruja. Ella me enseñó a interpretar los sueños. Es como si yo estuviese consciente y tomando nota de lo que sueño. Mi cuento «El sobre rojo» es absurdo porque salió de un sueño. Al despertar le di forma, quité, agregué, pero el sueño está ahí. Parto del supuesto: «¿qué pasaría si un objeto del sueño llega a trasponer ese umbral y aparece en la realidad?».

Otros cuentos del libro también tienen un ambiente muy de pesadilla, desde «El bonsái Kobayashi», «La pesca» o «La tía Berenice»…
O también el cuento «Rigoberto ya estaba muerto», que toca el tema de la brujería, el daño, el maleficio; en este caso, del hijo contra el padre. Hay ahí una atmósfera tétrica. Mi segundo libro, precisamente, se titula El daño; donde hay otro cuento que trata de un danzante de tijeras y un hechizo.

En los cuentos de El bonsái Kobayashi tú tienes preferencia por los personajes narradores, e incluso se diría que son ellos los protagonistas.
Me gusta la primera persona porque se acerca más al lector. Hay como un diálogo entre ambos, como cuando alguien cuenta un chisme a otro. No me gusta la tercera persona porque se entromete.

Otro aspecto que llama la atención es el de tus protagonistas, a menudo niños, que se desplazan al espacio de un personaje ya mayor y extremadamente enigmático.
Mis personajes preferidos son siempre niños y ancianos. Los veo mucho más interesantes que los jóvenes o adultos. Los niños son la representación de lo puro, lo nuevo, lo ingenuo. Y los viejos están al otro lado; a puertas de conocer aquello que tanto tememos e ignoramos. Un viejo no solo representa la sabiduría, sino posiblemente el conjunto de todos los vicios y males que ha acumulado a lo largo de su existencia. Hacerlos encontrar en un cuento no solo es interesante, sino necesario. Por ejemplo en «El bonsái Kobayashi», el niño es asimilado, poseído, transformado por el viejo.

Se respira en estos cuentos un ambiente de decadencia: hay casas que están por caer, objetos acumulados y empolvados por los años y el desuso.
El tiempo es para mí un tema muy inquietante, terrorífico. En mi libro El tiempo de los muertos hablo de la taxidermia, o desapariciones. Inconscientemente siento que es un mecanismo de defensa para hacer frente al paso del tiempo. Me asusta el paso del tiempo y que nosotros no podamos hacer nada. Por su causa se muere la gente. Las casas viejas o los objetos empolvados son una manifestación del paso del tiempo.

Y precisamente el tiempo protagoniza «Las casualidades no existen», un cuento de ciencia ficción que nos remite a Aldous Huxley, pero principalmente al  Arthur Clarke de El centinela y 2001. Una odisea del espacio
Leer a Huxley hizo que mi temor al tiempo se hiciera casi patológico. Yo he sido siempre pesimista. Por más que el ser humano se esmere en hacer bien las cosas, nuestro destino ya está marcado. Soy muy aficionado a la astronomía y siempre me aterraron los agujeros negros. Por eso me preguntaba para qué estamos aquí, quizá nunca debimos haber existido. Los mismo me pasa cuando leo el Apocalipsis, porque también quería ser sacerdote.

¿Aún crees en Dios?
Sí, pero mi dios es extraterrestre. No es el dios cristiano. Empecé por ahí, pero ahora creo que es una gran mentira. Si hay un dios, debe ser uno muy parecido a nosotros, solo que con un nivel de desarrollo muchísimo más adelantado. Un poco de ahí es de donde sale el cuento «Las casualidades no existen». Si padecemos el impacto de un cometa o asteroide, yo me pregunto qué probabilidad hay de que en todo este infinito universo dos cuerpos choquen, habiendo tanto espacio. Si sucede, tiene que ser premeditado por alguien con potestad sobre los astros. Nosotros somos el proyecto de alguien. En mi cuento, la imagen del dios no es omnipotente, porque él tiene un baúl. Y este dios se parece a mi abuelo. Cuando yo era pequeño tenía prohibido entrar a un cuarto en casa de mis abuelos donde había un baúl antiguo.

Ya en cuanto a tus preferencias de autor, ¿solo escribes cuentos fantásticos o tienes relatos realistas aún no conocidos?
El 95 % de lo que escribo es fantástico o absurdo. La razón es porque la fantasía me ofrece más posibilidades y recursos para construir una ficción. El realismo, por otra parte, me limita. Yo le tengo un poco de recelo, quizá porque cuando iba a la universidad leía mucha literatura rusa contestataria, política, reivindicativa, y no me puedo quitar de la cabeza esa figuración de literatura realista.

¿En qué se diferencian tus cuentos de los de, digamos, Borges, Cortázar o Arreola?
Cuando publiqué El tiempo de los muertos me dijeron que eso era Borges, aunque cuando escribí ese libro apenas había leído un par de cuentos suyos. Mis cuentos, por el hecho de ser literatura fantástica, guardan mucha relación con lo que se ha escrito antes. No creo ser tan original en ese sentido. Sí tengo cierta originalidad en el sentido de que mis cuentos hablan de desapariciones, más que de la muerte. Para mí la desaparición es más trágica que la muerte, porque es un poco absurda. Por ejemplo en «La tía Berenice», en cuanto a la desaparición de Cintia, solo está en el ámbito de la fantasía que se convirtió en una gata. O que la convirtieron. Pero lo importante es que ha desaparecido. Dejó de ser humana para ser un animal. En la muerte al menos queda el consuelo de tener un cuerpo, pero cuando uno desaparece, hay absurdo. Mis cuentos se orientan hacia eso.

Ugo Velazco, autor del volumen de cuentos ‘El bonsái Kobayashi’ (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

¿Cómo manejas el desenlace en los cuentos del libro y en tu estilo general como narrador?
Me cuesta bastante. El final es la cereza del pastel. Si no manejas un buen final, lo que has ido construyendo con esmero podría fracasar. Yo prefiero los finales abiertos, porque la vida es así. Siempre seguirá ocurriendo algo después. También hay finales absurdos, como la renuncia en «El sobre rojo», es una locura que aparezca en la realidad un sobre que el personaje soñó. O quizá renuncia por estrés, porque el trabajo lo estaba aplastando. El mejor final es uno que fluye naturalmente, que no sea ambiguo, pero que tampoco deje satisfecho al lector. Yo no quiero a un lector que sea feliz al momento de terminar mis cuentos. Quiero a un lector con más dudas que cuando empezó a leer, y que me odie, que reniegue.

Me da la impresión de que el libro se ambienta en una especie de Huancayo o en una ciudad inventada que se le parece muchísimo.
Sí, mi escenario es Huancayo, es nuestra región. No por regionalista, sino porque es lo que yo conozco. Pero no es un Huancayo realista, al pie de la letra. He construido una ciudad paralela donde pueden pasar estas historias. Tengo un cuento donde mi personaje se sitúa entre el Jirón Loreto y la Calle Real, donde hay un reloj desde hace años que siempre me ha inquietado. El Huancayo que describo es muy parecido al real.

¿Para terminar, a qué otros autores percibes como futuros clásicos en la literatura de Junín?
En poesía estamos en una escasez tremenda. No podría decir un nombre de alguien que ya tenga una voz poética, pero sí hay algunos que tienen cierto valor. Clara Trilce tiene poemas muy buenos. Y por lo que he podido ver en estos últimos años, ha habido un aumento de narradores, pero no creo que estén trabajando con la disciplina necesaria. Pareciera que lo toman como un hobbie o un medio para tener presencia en los medios o redes sociales. Sin embargo, si yo tengo que hablar sobre un trabajo serio, en primer lugar está tu novela [Cautivos de mar y tierra]. Me parece que con su aparición, el año pasado [2017], se ha recuperado una línea que había descendido en calidad. Yo como editor he recibido montones de novelas, pero que realmente eran el borrador del borrador. Pero tu libro ha marcado una distancia enorme y sirve como modelo para los jóvenes que están escribiendo ahora en cuanto a la calidad estricta y tratamiento de la imagen y muchas cosas. Hay también un muchacho que escribió varias novelas inéditas, Jefferson Gomez, con el que tengo muchas expectativas. En cuento es muy bueno. Hay otro, Eduardo Tácunan, que me recuerda a mí cuando era universitario. Él tiene mucho talento y un uso del lenguaje serio y que, si le pone mucha disciplina, será toda una promesa.

Una entrevista exclusiva para jcsuarez.com.pe

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Fotorreportaje: Una hora bajo el puente, el estreno

Montaje de ‘Una hora bajo el puente’, pieza teatral de María Teresa Zúñiga.

Dos extraños en un mundo de otros

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Escrita por María Teresa Zúñiga y estrenada en 2017 por el Grupo de Teatro Expresión, Una hora bajo el puente es una pieza teatral que continúa la exploración iniciada en Zoelia y Gronelio y retomada (aunque tangencialmente) en Atrapados: personajes marginales y desposeídos que intentan sobrevivir a una sociedad destruida.

Mouse y Power —símbolos de la individualidad y el poder— hacen un contrapunto actoral donde este intenta no ser conmovido por aquel. Power es el absurdo arrendador de un espacio que pocos quisieran habitar: la sombra de un puente. Pero el trasfondo de la obra es un mundo en ruinas y un pasado —¿acaso revolucionario?— que ambos comparten.

 

UNA HORA BAJO EL PUENTE
Escrita por María Teresa Zúñiga
Producida por el Grupo de Teatro Expresión
Dirigida por Jorge Miranda Silva
Actúan como:
Power, Jorge Luis Miranda Zúñiga
Mouse, Marco Miranda Zúñiga
Estrenada en Teatro del Colegio Andino, diciembre de 2017
Huancayo, Perú

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Crónica: María Teresa Zúñiga, la voz del nuevo teatro latinoamericano

María teresa Zúñiga en una performance en Zoelia y Gronelio.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

La dramaturga huancaína María Teresa Zúñiga Norero ha construido un universo teatral propio, que la ha convertido en la embajadora cultural de Huancayo y el Perú.

El primer contacto de María Teresa Zúñiga Norero con la literatura no fue con el teatro, sino con la poesía. Pero fue desde finales de la década de los ochenta que su prestigio empezó a crecer, tras la fundación del Grupo de Teatro Expresión, en 1986, junto con su esposo —y cómplice, colega, socio— Jorge Miranda Silva.

María Teresa Zúñiga en la parte final de la pieza teatral ‘Zoelia y Gronelio’.

Para Jorge Miranda, la reputación de Expresión iba a tardar al menos diez años en consolidarse pero ocurrió algo peculiar, pues apenas María Teresa escribió Corazón de fuego y se puso en escena, significó un salto para el grupo y un nuevo paso para el teatro peruano.

“Con Corazón de fuego se pudo mostrar que el teatro de tema incaico podía mostrar mucho más que el teatro convencional”, nos dice Jorge Miranda Silva.

Lo peculiar del Grupo de Teatro Expresión es que lo integra, en su casi totalidad, la familia Zúñiga Norero: desde María Teresa y Jorge, quienes además de escribir, producir y dirigir las piezas teatrales, son los padres de Jorge Luis y Marco, quienes actúan desde que aprendieron a caminar.

María Teresa Zúñiga junto a su esposo y cofundador de Expresión, Jorge Miranda Silva, minutos antes del montaje de Zoelia y Gronelio.

Obras suyas como Mades Medus o Zoelia y Gronelio constituyen universos muy personales, únicos en el teatro nacional, razón por la cual la prestigiosa The Oxford Encyclopedia of Theatre and Performance de Inglaterra calificó a María Teresa Zúñiga Norero como “Una de las más avant garde y prolíficas dramaturgas latinoamericanas de fin de siglo”. De Mades Medus, Eduardo Cabrera, de Millikin University (Illinois, EE.UU.), ha escrito que “la profunda filosofía que se desprende de un teatro poético cargado de múltiples significados, nos obliga a revisitar el concepto del fin de las utopías”.

La magia de María Teresa no está únicamente en su obra, pues pocos creadores de su talla muestran tanta sencillez, deferencia y generosidad hacia cualquiera de sus muchos admiradores. No es raro verla, en festivales de teatro y presentaciones, vestida en bluejean, prestando ayuda de todo tipo, como cuando estaba en Lima por invitación de la Universidad Científica del Sur, y sin saber lo que le tenía preparada la organización del evento, ella estaba ocupadísima echando una mano, cuando fue llamada al escenario para entregarle el reconocimiento por su destacada trayectoria teatral.

María Teresa Zúñiga es también novelista. Aquí, en una presentación de ‘La casa grande’, en Huancayo.

Las decenas de premios y reconocimientos que ha recibido son simples alicientes que complementan a la obra de toda una vida, profundas reflexiones sobre la condición humana, que abarcan desde complejas piezas teatrales para un público erudito hasta divertidas y emotivas piezas juveniles e infantiles.

Aunque ha publicado poco, mucha de su obra ya ha sido puesta en escena. María Teresa es una autora cuya obra es profundamente admirada por los cultores de teatro de todas partes de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, donde se ha montado en diversas oportunidades.

María Teresa Zúñiga es, a través de los montajes de su obra, una embajadora del Perú.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú el 30 de junio del 2012

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Fotorreportaje: Mades Medus, la puesta en escena

Un mundo construido de sueños y realidad

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Mades Medus recorre un fascinante territorio donde la ficción y el arte se convierten en base de la vida y de la condición humana. Fue escrita por María Teresa Zúñiga en 1999 y, desde entonces, es puesta en escena regularmente por diversas compañías teatrales en distintas partes del Perú y el extranjero. La función que nos ocupa, dirigida por la propia autora, coincide con los 18 años de la obra y el 31 aniversario del Grupo de Teatro Expresión, del que además es fundadora.

Producida por el Grupo de Teatro Expresión
Dirigida por María Teresa Zúñiga
Mades: Jorge Miranda Silva
Medus: Jorge Luis Miranda Zúñiga
Teatro del Colegio Andino, 26 de octubre de 2017
Huancayo, Perú

Publicado el 30 de octubre de 2017 por Grupo de Teatro Expresión.

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