Crítica de literatura: El diablo en la ideología del mundo andino, de Isabel Córdova Rosas

Portada de la edición española de ‘El diablo en la ideología del mundo andino’, de la escritora huancaína Isabel Córdova Rosas (foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

¡Diablos en la literatura oral andina!

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

La literatura oral ha constituido, desde el albor de los tiempos, la mejor forma de transmitir saberes e ideas de una generación a otra, a través de historias que funcionaban como parábolas o lecciones de vida. Con el paso de los años, y ya en tierras americanas, los conquistadores españoles comprendieron que podía utilizarse como una potente herramienta de control social.

Esa es una de las conclusiones que esgrime la escritora huancaína Isabel Córdova Rosas en su ensayo El diablo en la ideología del mundo andino. Pero la afirmación más relevante del estudio es que la figuración demoníaca y todas sus variantes no formaban parte del imaginario andino prehispánico, sino, más bien, fueron introducidas con la llegada de la cultura ibérica a la sierra central.

La escritora Isabel Córdova Rosas de visita en Huancayo en 2013 (foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

Debido al limitado alcance de las leyes para reglamentar el comportamiento de las gentes, había la necesidad de buscar una forma de rebasarlas para establecer reglas de conducta que eliminaran faltas como la lujuria, el incesto o cualquier otra actuación inmoral, como parte de un control social sistemático. Es entonces que se echó mano de las mitologías occidentales: la dualidad de Dios y el diablo para cumplir la función de castigar el comportamiento pecaminoso en una esfera mística y sobrenatural que rebase el alcance humano.

El mundo de los wankas prehispánicos —nos dice Córdova Rosas— estaba dividido en tres estadios: el superior, o de las deidades; el medio, de los hombres y animales; y el interno, de los muertos y gérmenes. «El diablo o demonio —agrega— no habita en ninguno de esos espacios», ni siquiera en el último, que «jamás podría ser considerado el lugar de castigo o el infierno de la civilización occidental». Eso prueba que el diablo no existía en el imaginario andino antes de la inserción de la cultura europea.

La primera identificación formal del término diablo —o supay— en quechua fue en 1608 por el jesuita Diego González Holguín. Para entonces ya se había incorporado su figuración entre los hombres andinos. Pero no se trata del mismo diablo europeo, sino de un personaje basado en este, que incluyó elementos tomados de las tradiciones locales para matizarlo, hacerlo más creíble y, específicamente, entendible y fácil de interiorizar. En la tarea de implantarlo en la cosmovisión del aborigen —nos dice Córdova Rosas— «intervino con un rol preponderante la literatura oral para establecer el control social. De esa forma, a la prédica, al sermón y al exorcismo se unieron relatos orales con los que se trataba de inculcar la existencia del demonio y los castigos a los que se verían sometidos quienes cayeran en sus redes».

El momento de la inserción del diablo al pensamiento colectivo andino habría sido cuando el español descubrió que pervivían diversos «actos litúrgicos aborígenes destinados a rendir culto a las deidades nativas», por lo que se recurrió al diablo como culpable de esa «actitud resistente a la ideología religiosa prehispánica». La autora afirma que «fue entonces cuando se aprovechó con eficiencia la mentalidad animista y supersticiosa del aborigen para inculcar, dentro de sí, una serie de mitos sobre el diablo, que la literatura oral se encargó de difundir, acrecentar, retocar y, en la mayoría de las veces, darle un carácter burlesco».

Córdova Rosas ha identificado al menos seis categorías de la figuración demoníaca en la narrativa oral: diablos, condenados, mulas, jarjarias, joljolias y uman tactas. Destacan los relatos donde el diablo es más bien burlado y el héroe de la historia —que por sus características, sería más bien un antihéroe— sale bien librado y dueño de una inmerecida recompensa. Pero también hay una connotación erótica, pues el diablo siempre seduce a las mujeres que muestran predisposición demasiado lasciva o ambiciosa, por un lado, o ingenua y crédula por otro.

El ensayo de Córdova Rosas demuestra que la riqueza de las culturas —en particular la andina a través de la narración popular— se encuentra en su capacidad de impregnarse de las otras antes que colisionar con ellas. Esa es la magia que irradia la literatura.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 29 de setiembre de 2012.

Crónica: Sebastián Rodríguez, fotógrafo del minero morocochano

‘Grupo de mineros’. Foto: Sebastián Rodríguez. Archivo Familia Rodríguez Nájera.

Sebastián Rodríguez, fotógrafo del minero morocochano

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Este año se cumple medio siglo de la muerte del fotógrafo huancaíno Sebastián Rodríguez. Su obra, redescubierta hace poco gracias a la investigación de la estadounidense Fran Antmann, constituye uno de los archivos fotográficos más valiosos de la actividad minera en un país en vías de desarrollo a inicios del siglo XX.

Hay una imagen vivaz, tierna e imponente en cada una de las fotografías que Sebastián Rodríguez tomó a lo largo de más de 40 años en el asiento minero de Morococha (provincia de Yauli, en la región Junín). Nacido en Huancayo en 1896, entró en contacto muy joven con el prestigioso fotógrafo limeño Luis Ugarte, para quien trabajó como asistente a lo largo de una década. Fue a través suyo que consolidó su vocación. Poco después de independizarse —ya en 1928— acabó emigrando a una pequeña ciudad minera de la sierra central: Morococha.

La fundación de Morococha se remonta a mediados del siglo XVIII. Con cierres y reaperturas, funcionó a lo largo de los años con algunas de las peores condiciones laborales en el sector minero. Sin embargo, el importante movimiento económico que significaba atrajo a obreros, técnicos, negociantes y grandes empresarios. Para finales del siglo XIX su población superaba el medio millar, pero se consolidó cuando la Morococha Mining Company aglutinó la mayor parte de sus operaciones. Fue Cerro de Pasco Copper Corporation —era la misma empresa con nuevo nombre— la que tomó los servicios de Sebastián Rodríguez para el registro de sus empleados. Uno de los primeros contactos con Morococha de los nuevos mineros era la visita al estudio fotográfico a fin de ser retratados para el archivo de la compañía. Rodríguez desempeñó ese trabajo durante 40 años hasta que le fuera robada su vieja cámara Agfa. Para la estudiosa Fran Antmann eso le afectó tanto que podría ser una de las causas de su muerte, acaecida en 1968.

Como se trataba del único fotógrafo de la ciudad, no era raro que también se ocupase de registrar eventos familiares, matrimonios, grupos de trabajadores o, lo más característico: funerales, pues los accidentes y, por consiguiente, las muertes, eran muy habituales. El grueso de sus fotografías las tomó entre las décadas de 1930 y 1940. Destacan, por ejemplo, la titulada ‘Grupo de mineros’, donde se puede observar las pésimas condiciones laborales y de seguridad; ‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’, que muestra la pirámide social del lugar, con las mujeres pallaqueras abajo, pues ganaban apenas medio jornal; ‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’, con una escena ya habitual en un lugar donde la muerte era cotidiana; o la dolorosa ‘El violador y su víctima’, pieza maestra del conjunto, donde se ven retratados el anciano perpetrador, la niña víctima y dos guardias civiles.

El folclorólogo huancaíno Luis Cárdenas Raschio (1933-2012), quien también fuera fotógrafo y propietario de uno de los archivos fotográficos más valiosos de toda la región Junín, lo recordaba como un personaje algo retraído pero muy amable. “De Sebastián Rodríguez aprendí algunas técnicas”, me contó antes de fallecer. “Entonces la fotografía era privilegio de pocos, pero igual no se negaba a enseñar”.

Para Andrés Longhi, del colectivo Ojos Propios, Sebastián Rodríguez es a Junín como Martín Chambi a Cusco. “Sebastián Rodríguez es el fotógrafo del coraje: coraje el suyo, coraje el de su familia; coraje el que inspiró a tantos a trabajar por difundir sus fotografías”, añade.

Además del robo de su cámara, también afectó a su obra fotográfica la salida obligada de su familia de Morococha, pues la casa que ocupaban les fue requerida por la empresa. En ese trajín, gran parte de su archivo se deterioró o se perdió. Cuentan que hasta hace no mucho, era posible comprar algunas fotos suyas en Morococha y los alrededores.

Aunque ya era algo reconocido, a mediados de los noventa la estudiosa Fran Antmann inició la recopilación y difusión de su obra. Pero fue el empuje de Amanda Rodríguez Nájera, su hija, el que permitió continuar con esa labor de divulgación gracias a conversatorios, publicaciones y exposiciones que impulsó.

Hay un gran trasfondo antropológico en cada una de sus fotografías que aún se conservan. Hoy en día su obra ha ganado un enorme valor documental, histórico y, sobre todo, artístico. Desde la primera exposición en el Museo de Arte de Lima (MALI), en 2007, el prestigio de Sebastián Rodríguez se ha ido afianzando y ya se le equipara con otro gran fotógrafo peruano: Martín Chambi. Sus fotografías constituyen el mejor legado que podría recibir el lugar donde nació: Huancayo, una ciudad donde sus descendientes y muchos de sus admiradores todavía vivimos.

Publicado en Gatonegro N° 16. Junio de 2018.

 

Fotorreportaje: Colegio Santa Isabel, últimos días de cielo gris

Durante las horas de clase es difícil ver alumnos transitar por los pasillos o los campos deportivos. Pero nunca falta alguno que rompe la regla.

Últimos días de cielo gris

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Cinco años han pasado para el colegio Santa Isabel desde la mudanza de sus antiguos pabellones y aulas a una infraestructura provisional en Palián. La nueva ubicación implicó asumir un espacio de enseñanza que no estaba pensado para durar tanto. En el siguiente fotorreportaje, la cámara de Juan Carlos Suárez hace un recorrido por la última semana de clases antes del retorno, por fin, a su local de siempre.

Las viejas costumbres suelen perdurar, aún si ocurre un cambio de morada o de generación. Desde la demolición de los pabellones del colegio Santa Isabel y su traslado a las aulas de Palián, sus cinco mil alumnos debieron adaptarse a nuevas condiciones —algunas bastante duras— para estudiar en un local que nunca perdió su condición de provisional. Pero la rutina se mantuvo: los lunes de formación, las campanadas del cambio de horas, la tediosa espera por el recreo o la salida, el asalto a los pasillos y la irrupción en cafetines y canchas de fulbito. Así es ahora y así fue hace veinte años.

Es destacable el estoicismo con el que maestros y alumnos asumieron las nuevas condiciones. El personal cambió sus oficinas por caserones construidos con ventanas y calaminas rescatadas de la antigua infraestructura y los estudiantes sus aulas por módulos prefabricados. En 2017 egresó la primera promoción que llevó los cinco años de educación secundaria en el local temporal. Por fortuna esa espera terminó y el Santa Isabel —acaso el más representativo de los colegios de Huancayo— ya se encuentra en su domicilio de siempre.

Publicado en Gatonegro N°12, enero de 2018.

Fotorreportaje: Una hora bajo el puente, el estreno

Montaje de ‘Una hora bajo el puente’, pieza teatral de María Teresa Zúñiga.

Dos extraños en un mundo de otros

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Escrita por María Teresa Zúñiga y estrenada en 2017 por el Grupo de Teatro Expresión, Una hora bajo el puente es una pieza teatral que continúa la exploración iniciada en Zoelia y Gronelio y retomada (aunque tangencialmente) en Atrapados: personajes marginales y desposeídos que intentan sobrevivir a una sociedad destruida.

Mouse y Power —símbolos de la individualidad y el poder— hacen un contrapunto actoral donde este intenta no ser conmovido por aquel. Power es el absurdo arrendador de un espacio que pocos quisieran habitar: la sombra de un puente. Pero el trasfondo de la obra es un mundo en ruinas y un pasado —¿acaso revolucionario?— que ambos comparten.

 

UNA HORA BAJO EL PUENTE
Escrita por María Teresa Zúñiga
Producida por el Grupo de Teatro Expresión
Dirigida por Jorge Miranda Silva
Actúan como:
Power, Jorge Luis Miranda Zúñiga
Mouse, Marco Miranda Zúñiga
Estrenada en Teatro del Colegio Andino, diciembre de 2017
Huancayo, Perú

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Obra fotográfica: El camino a Salcahuasi

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Para llegar al distrito de Salcahuasi, ubicado en Tayacaja (Huancavelica, Perú), se debe partir de Huancayo (Junín, Perú) y recorrer unos 85 km al nororiente. Toda esta zona pertenece al Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM).

Cabe señalar que el camino es bastante accidentado. Pero lo compensan las buenas vistas, la variedad de pisos ecológicos, así como una flora y fauna diversa y exhuberante.

Laguna de agua oscura

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/14
1/30 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

Ciertos seres muy cerca del cielo

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/5.6
1/320 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

La niebla, la soledad, la muerte

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/5.6
1/2500 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

Un sapo se abre camino entre la niebla

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Nikkor 35mm
f/2.2
1/220 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

Fotografías tomadas por Juan Carlos Suárez Revollar el 27 y 28 de mayo de 2017.
© Todos los derechos reservados.
Para adquirir una licencia de uso de estas imágenes puede escribirnos a suarezrevollar@gmail.com

 

 

Crónica: Sebastián Rodríguez, cronista del minero morocochano

«Grupo de mineros», una de las fotografías del archivo de Sebastían Rodríguez.

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Hace 44 años partió a la eternidad el fotógrafo huancaíno Sebastián Rodríguez, pero sus obras, las fotos que tomó a lo largo de su existencia, lo mantienen vivo.

 

Hay una imagen vivaz, tierna e imponente en cada una de las fotografías que Sebastián Rodríguez (Huancayo, 1896 – Morococha, 1968) sacó a lo largo de más de 40 años en el asiento minero de Morococha, provincia de Yauli, región Junín.

Siendo muy joven, había aprendido en Lima algunas técnicas básicas de fotografía junto al prestigioso Luis Ugarte, pero se vio obligado a emigrar a la sierra en busca de trabajo. En ese trajín llegó a Morococha, un asiento minero situado a medio camino entre Lima y Huancayo, dos ciudades con las que tuvo intensa relación.

«El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris», una de las fotografías de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

El folclorólogo huancaíno Luis Cárdenas Raschio (1933-2012), quien fuera fotógrafo y propietario de uno de los archivos fotográficos más valiosos de toda la región, lo recordaba como un personaje algo retraído pero muy amable. “De Sebastián Rodríguez aprendí algunas técnicas”, nos contó poco antes de fallecer. “Entonces la fotografía era privilegio de pocos, pero igual no se negaba a enseñar”.

Sebastián Rodríguez se ocupaba en fotografiar a todos los trabajadores que llegaban a Morococha para emplearse en la empresa Cerro de Pasco Copper Corporation. Se trataba del único fotógrafo de toda la ciudad, así que no era raro que también se ocupara de registrar eventos familiares, matrimonios, grupos de trabajadores, o lo más característico: funerales, pues los accidentes, y por consiguiente las muertes, eran habituales.

«Velorio de un minero muerto a causa de un accidente», una de las fotografías de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

El enorme valor antropológico de su obra ha quedado marcado a fuego en cada una de las fotografías suyas que aún se conservan, pese a que muchas se deterioraron o perdieron tras su muerte y la salida obligada de su familia de Morococha, pues la casa que ocupaban les fue requerida por la empresa.

Aunque ya era algo reconocido, a mediados de la década de los noventa la estudiosa Fran Antmann inició la recopilación y difusión de su obra. Pero fue el empuje de Amanda Rodríguez Nájera, su hija, el que permitió continuar con esa labor de divulgación gracias a conversatorios, publicaciones y exposiciones que impulsó.

«El violador y su víctima», fotografía de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

Para Andrés Longhi, fotógrafo del colectivo Ojos Propios, Sebastián Rodríguez es a Junín como Martín Chambi a Cusco. “Sebastián Rodríguez es el fotógrafo del coraje: coraje el suyo, coraje el de su familia; coraje el que inspiró a tantos a trabajar por difundir sus fotografías”, añade.

El robo de la vieja cámara Agfa de Sebastián Rodríguez acabó con su carrera. Fran Antmann sugiere que fue una de las causas de su muerte. Hoy sus fotografías constituyen el mejor legado que podría recibir la ciudad donde nació, en la que sus descendientes todavía viven.

Sebastian Rodriguez (autorretrato. Archivo familia Rodríguez Nájera).

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú el 28 de abril de 2012.

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Crónica: Sebastián Rodríguez, fotógrafo

El rostro de la antigua Morococha

‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

La obra fotográfica de Sebastián Rodríguez, redescubierta hace muy poco gracias a la valiosa investigación de la norteamericana Fran Antmann, va ganando mayor importancia.

Nacido en Huancayo en 1896, su contacto con Luis Ugarte —el prestigioso fotógrafo limeño de quien fue asistente durante una década— consolidó su vocación. Ya en 1928 partió decidido a independizarse y llegó a Morococha, donde trabajaría por cuarenta años. La Cerro de Pasco Copper Corporation tomó sus servicios como fotógrafo oficial. Así, el primer contacto con Morococha de los nuevos mineros era la visita obligada al estudio de Sebastián Rodríguez, a fin de sacarse las fotografías para el registro de la compañía.

‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Además de esta labor, Rodríguez dedicaba sus tiempos libres a fotografiar la ciudad y sus habitantes. Gracias a esto, legó a la posteridad algunas bellas fotografías de la época, continentes de un poderoso fondo antropológico y, ahora, histórico.

‘El violador y su víctima’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Desde la primera exposición de su obra, en 2007, en el Museo de Arte de Lima, su prestigio se ha ido afianzando, y ya se le compara con otro gran fotógrafo peruano: Martín Chambi.

El grueso de sus fotografías se tomó entre 1930 y 1940. Destacan, por ejemplo, la titulada ‘Grupo de mineros’, donde se puede observar las pésimas condiciones laborales y de seguridad de los trabajadores; ‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’, que muestra fríamente la pirámide social del lugar, con las mujeres pallaqueras abajo, pues ganaban apenas medio jornal; ‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’, con una escena ya habitual en un lugar donde la muerte era tan cotidiana; o la dolorosa ‘El violador y su víctima’, pieza maestra del conjunto, donde se ven retratados a un anciano, a una niña y a un gendarme de la época.

‘Grupo de mineros’. Foto: Sebastián Rodríguez.

La figura de Sebastián Rodríguez es vital para la historia morocochana, pues sus fotografías no sólo se muestran como piezas de excelente calidad estética sino, sobre todo, de extraordinaria validez documental. Más aún ahora que se inicia el reasentamiento de esta ciudad para dar paso a la modernidad.

Sebastian Rodriguez (autorretrato).

DATO:
Nació en Huancayo en 1896. Al acaecer su muerte en Morococha, en 1968, su familia debió entregar la casa en que vivieron y la mayor parte de sus pertenencias a la Cerro de Pasco Copper Corporation. En ese trajín se perdieron muchas de sus fotografías.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo el 5 de junio de 2010.

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Crónica: María Teresa Zúñiga, la voz del nuevo teatro latinoamericano

María teresa Zúñiga en una performance en Zoelia y Gronelio.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

La dramaturga huancaína María Teresa Zúñiga Norero ha construido un universo teatral propio, que la ha convertido en la embajadora cultural de Huancayo y el Perú.

El primer contacto de María Teresa Zúñiga Norero con la literatura no fue con el teatro, sino con la poesía. Pero fue desde finales de la década de los ochenta que su prestigio empezó a crecer, tras la fundación del Grupo de Teatro Expresión, en 1986, junto con su esposo —y cómplice, colega, socio— Jorge Miranda Silva.

María Teresa Zúñiga en la parte final de la pieza teatral ‘Zoelia y Gronelio’.

Para Jorge Miranda, la reputación de Expresión iba a tardar al menos diez años en consolidarse pero ocurrió algo peculiar, pues apenas María Teresa escribió Corazón de fuego y se puso en escena, significó un salto para el grupo y un nuevo paso para el teatro peruano.

“Con Corazón de fuego se pudo mostrar que el teatro de tema incaico podía mostrar mucho más que el teatro convencional”, nos dice Jorge Miranda Silva.

Lo peculiar del Grupo de Teatro Expresión es que lo integra, en su casi totalidad, la familia Zúñiga Norero: desde María Teresa y Jorge, quienes además de escribir, producir y dirigir las piezas teatrales, son los padres de Jorge Luis y Marco, quienes actúan desde que aprendieron a caminar.

María Teresa Zúñiga junto a su esposo y cofundador de Expresión, Jorge Miranda Silva, minutos antes del montaje de Zoelia y Gronelio.

Obras suyas como Mades Medus o Zoelia y Gronelio constituyen universos muy personales, únicos en el teatro nacional, razón por la cual la prestigiosa The Oxford Encyclopedia of Theatre and Performance de Inglaterra calificó a María Teresa Zúñiga Norero como “Una de las más avant garde y prolíficas dramaturgas latinoamericanas de fin de siglo”. De Mades Medus, Eduardo Cabrera, de Millikin University (Illinois, EE.UU.), ha escrito que «la profunda filosofía que se desprende de un teatro poético cargado de múltiples significados, nos obliga a revisitar el concepto del fin de las utopías».

La magia de María Teresa no está únicamente en su obra, pues pocos creadores de su talla muestran tanta sencillez, deferencia y generosidad hacia cualquiera de sus muchos admiradores. No es raro verla, en festivales de teatro y presentaciones, vestida en bluejean, prestando ayuda de todo tipo, como cuando estaba en Lima por invitación de la Universidad Científica del Sur, y sin saber lo que le tenía preparada la organización del evento, ella estaba ocupadísima echando una mano, cuando fue llamada al escenario para entregarle el reconocimiento por su destacada trayectoria teatral.

María Teresa Zúñiga es también novelista. Aquí, en una presentación de ‘La casa grande’, en Huancayo.

Las decenas de premios y reconocimientos que ha recibido son simples alicientes que complementan a la obra de toda una vida, profundas reflexiones sobre la condición humana, que abarcan desde complejas piezas teatrales para un público erudito hasta divertidas y emotivas piezas juveniles e infantiles.

Aunque ha publicado poco, mucha de su obra ya ha sido puesta en escena. María Teresa es una autora cuya obra es profundamente admirada por los cultores de teatro de todas partes de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, donde se ha montado en diversas oportunidades.

María Teresa Zúñiga es, a través de los montajes de su obra, una embajadora del Perú.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú el 30 de junio del 2012

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Fotorreportaje: Mades Medus, la puesta en escena

Un mundo construido de sueños y realidad

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Mades Medus recorre un fascinante territorio donde la ficción y el arte se convierten en base de la vida y de la condición humana. Fue escrita por María Teresa Zúñiga en 1999 y, desde entonces, es puesta en escena regularmente por diversas compañías teatrales en distintas partes del Perú y el extranjero. La función que nos ocupa, dirigida por la propia autora, coincide con los 18 años de la obra y el 31 aniversario del Grupo de Teatro Expresión, del que además es fundadora.

Producida por el Grupo de Teatro Expresión
Dirigida por María Teresa Zúñiga
Mades: Jorge Miranda Silva
Medus: Jorge Luis Miranda Zúñiga
Teatro del Colegio Andino, 26 de octubre de 2017
Huancayo, Perú

Publicado el 30 de octubre de 2017 por Grupo de Teatro Expresión.

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