Perfiles y personajes: Víctor Matos, pintor

El pintor Víctor Matos en su estudio.

Víctor Matos: el mundo andino vivo otra vez

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

 Acompáñanos en esta visita al estudio del pintor Víctor Matos para conversar sobre las artes plásticas de la región. Conozcamos su obra y apreciemos sus últimas pinturas, que aún tienen a un antiguo valle del Mantaro y su gente como protagonistas.

La obra pictórica de Víctor Matos destaca por el rescate de una cosmogonía andina propia del pasado. Así, no es raro encontrar como centro de sus pinturas a personajes a los que el rápido paso del tiempo ha dejado atrás.

—Mi pintura intenta mostrar personajes que concuerden con la historia, la vivencia y la mitología de aquella época —dice.

Su pintura superpone muchos colores, a menudo cálidos, para esbozar aquel mundo andino cotidiano de su niñez y primera juventud.

—El hombre andino no es triste —añade—. Fue el deseo de avasallarlo el que intentó arrebatarle sus sentimientos. Por eso se lo mostraba cabizbajo, tocando una quena junto a su llamita. Quiero darle valor al color. El color lo alegra más a uno, el color es alegría.

En efecto, eso se percibe en cada una de sus pinturas e ilustraciones. Las más recientes han dejado paso a la claridad, a diferencia de los tonos más oscuros de las de antaño.

Cuando niño, Víctor Matos contemplaba a las gentes urbanas y rurales del Ande. Así, su trabajo se basa en aquellos recuerdos. Adicionalmente, antes de iniciar un proyecto pictórico hace una documentación que complementa la formulación de los bocetos. Esto se refrenda con la inserción de la mitología andina entre los personajes de su obra, como aquella en que el dios Tulumanya (el arco iris) nutre de color al trabajo de una hilandera del valle. U otra donde articula a través de una vía sinuosa lo terreno (de los seres humanos y sus espacios de vida) con lo celestial (de los dioses Wallallo y Pariacaca).

Otro tema recurrente en su obra es la pintura de festividades y estampas costumbristas. Destacan esos momentos —con y sin movimiento— del Santiago y el luci luci, las danzas de tijeras o las procesiones.

Hay en su obra una evolución que no se limita al mero uso de técnicas nuevas como el retoque digital —presentes en sus dibujos e ilustraciones a pluma—, sino a un enriquecimiento plástico a través del color y la armonía. Sobre todo, a través de su pintura volvemos hacia esas mujeres y hombres de antaño cuyas manos dieron forma a una ciudad moderna llamada Huancayo.

Publicado en El Huacón N°184. 6 de febrero de 2017.

Crítica de literatura: Oquendo. Espejo para ciegos imaginarios (de Gerardo Garcíarosales)

Simbolismo y cosmogonía andina*

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

La primera vez que leí a Herman Melville comprendí que la literatura admite, a partir de su génesis, multitud de significados. El uso de los símbolos permite al autor dotar a su obra de esa ambigüedad que, a flor de piel en su escritura, está lista para que cada lector, desde su propia individualidad —un mundo personal y privado—, pueda interiorizar las dos, tres, acaso decenas, cientos o miles de interpretaciones, todas válidas, y todas acordes con su respectivo lector.

Menciono a Melville porque durante su lectura experimenté una serie de emociones que ahora, transformadas por el tiempo y, seguramente, por esa extraña lógica que la adultez nos da, he vuelto a sentir con la lectura de Oquendo. Espejo para ciegos imaginarios (Zeit Editores, 2010). Pero lo que en Melville es un agente destructor, escurridizo y lejano, «el inalcanzable fantasma de la existencia humana», como este definió a Moby Dick, la enigmática ballena blanca —a la que conviene dejar pasar de lejos, bajo riesgo, de lo contrario, de dejar la vida—; en Gerardo Garcíarosales (Jauja, 1944) es más bien la cosmogonía andina vista desde una óptica diluida en un mundo onírico, o aun metafísico. El misticismo que se respira a través de sus páginas ha escamoteado el significado real que el autor ha concebido, y se ha tornado en una irrealidad lista para ser confrontada por el lector desde sus propias creencias y, claro, desde su propia percepción.

Eso mismo trasunta el poema «Espejo para ciegos imaginarios», continente de versos oscuros que, pese a ello, busca aclarar aquello que el autor, intencionalmente, ha callado, porque de por sí ya ha dicho, y mucho: «El espejo para ciegos imaginarios donde se reflejan nuestras veleidades / cambió el orden de aquellas defectuosas demarcaciones […] / La inadvertida presencia de la razón empezó su lenta consagración».

Gerardo Garcíarosales (Jauja, 1944). Foto: Jorge Jaime

La poética de Garcíarosales refiere también, como ocurre en el poema «Menudas medusas en la espesura del vacío», el atosigamiento que el vacío, gigantesco e incomprensible, cubre todo espacio posible e impide la concepción de la escurridiza realidad, tornada en mundo subjetivo: «Detengo mis pasos y veo al soñador que se disolvió sorpresivamente. / Calculo la ruta de sus alas y sus ojos llenos de vientos minerales / dejan para nuestra contemplación cinco metros de realidad / y nos divertimos como menudas medusas en la espesura del vacío».

El mundo andino es vuelto a comprender, ya aceptado como un espacio, como «el espacio», en que los mitos y el misticismo han absorbido la realidad, y es a través de ellos la única forma de entenderlo.

Carlos L. Orihuela escribió que en este libro el autor «se ha desviado hacia el espejo personal, hacia la autocontemplación turbada y el desvelo introspectivo». Por eso mismo, y del modo regular para la naturaleza humana —pues el poeta es humano, a su pesar—, este teme al fin de la vida. Ejemplo de ello es «Extraviados mis irreverentes años»: la muerte, tan cercana y temida, se cierne inevitable, lista para consumir, de un solo zarpazo, hasta el último resquicio de la memoria, del recuerdo y el pasado. Pero ese pasado ha perdido sustancia, ya los años, largos y tediosos, se han reducido a apenas recuerdos.

Garcíarosales me dijo una vez que «un poeta se renueva constantemente, pues la creatividad no es un acto ocioso ni de bohemia intrascendente. El escritor va experimentando a cada instante entre el vivir constante de la existencia». Estoy convencido que no le falta razón, y Oquendo. Espejo para ciegos imaginarios es la mejor prueba de ello.

DATO:
Un libro fundamental de la obra de Gerardo Garcíarosales es Luna de agua, que ha sido publicado este mes por el sello Acerva Ediciones en una bonita edición corregida y aumentada. Forma parte de la colección Pasiones narrativas, que reúne lo mejor de la literatura de la Región Centro.

* Texto leído durante la presentación del libro, en mayo de 2011.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el sábado 10 de diciembre de 2011.