Crónica: Rescatadores de perros

Rocío Navarro Mendoza es fundadora del albergue Sueño Compartido. Aquí, junto a Ñawi, uno de sus 86 rescatados.

Los salvadores

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Cuando lo encontraron, un ojo le colgaba y en el otro tenía una catarata demasiado avanzada para curarse. Estaba desnutrido, muy enfermo y parecía haber vivido más tiempo que el promedio en perros. Con un nudo en el pecho, Rocío pensó que quizá lo mejor era dejarlo ir. En los cuatro años que llevaba rescatando perros, había visto morir a muchos porque la enfermedad o las lesiones ya eran irreversibles cuando llegaba para auxiliarlos. Mientras esperaba al veterinario, contempló la moribunda quietud del perro, que no dormía pese a tener su único párpado cerrado. Un mosquito revoloteaba sobre él y finalmente se posó cerca del ojo herido. Entonces el animal levantó una pata, se rascó la cabeza, una oreja y después el hocico. ¡Aún está en condiciones de espantar moscas!, pensó ella. ¿Realmente agonizaba? Ñawi —es el nombre que lleva ahora— hace su vida normal hasta donde su ceguera se lo permite. Convive en el mismo patio del albergue Sueño Compartido con otros 86 perros, todos con una historia igual de dolorosa que la suya. Pese a la exageración del número, ¡86!, parecen felices mientras esperan por un adoptante que tarda en aparecer y, para muchos, nunca llegará. Inconscientes de ese rechazo sobreentendido, veo retozar sobre la hierba a dos perros a los que falta una pata y a otro, más allá, cuya sillita de ruedas no le impide corretear con los demás. Y vuelve a mi mente algo que Rocío me dijo: por estos perros, por este albergue, lo ha sacrificado todo. Dejó su carrera, su trabajo y casi perdió a su familia. La pregunta surge sola: ¿cómo es posible que una persona lo deje todo por un animal?

Carolina Ramos de la Torre adoptó a un perro con el que logró un gran nivel de conexión.

Una opción de respuesta me la da Carolina Ramos de la Torre. Ella usa las palabras «hermano menor» y también «hijo» para referirse a su perro, un mestizo de color negro y gran corazón. También él fue salvado de la muerte: estaba entre la basura, dentro de un saco y al borde del sofoco. Su llegada cambió la vida de Carolina y su familia y se convirtió en una suerte de sostén emocional, que se potenció tras el fallecimiento de su madre. Es como si sintiese la tristeza y acudiese a un llamado, dice con el animalito en brazos, mientras este se acurruca contra su pecho.

En la relación de hombres y perros hay un estado —al que no todos consiguen llegar— donde se establece un fuerte lazo de comunicación, entendimiento mutuo y empatía. Quizá la palabra que buscamos sea «conexión». Una conexión como la que Rocío y Carolina han desarrollado y se refleja en un vínculo emocional, amistad y complicidad. Tan solo al mirarlos, siento como si hablasen, me entendieran y respondiesen, dice Fiorella Bernardillo. Apenas abre la puerta, toda una jauría sale disparada, feliz, estrechándose entre sí. Ella no tiene un albergue, pero sí la disposición de rescatar a los perros abandonados que se cruzan en su camino. Cuando se mudó de un departamento a una casa, ya criaba un perro necesitado de espacio. Después de encontrarlo, lo desparasitó y le hizo un corte de pelo. Aunque todavía estaba flaco, entendía que ya podía ser adoptado. Lo entregó, llena de desconfianza, a la recomendada por una conocida. Sus sospechas no se equivocaban: la mujer lo dejó extraviarse y Fiorella debió recorrer la ciudad por semanas en su busca. El animalito regresó a sus manos peor que la primera vez: su cuerpo estaba cubierto de llagas y tenía lesiones que hacían adivinar una violación. Fue difícil enseñarle a confiar otra vez, hacer que conviva con las personas y entienda que nadie volvería a hacerle daño. Recibió un nombre, esta vez definitivo: Chato, y se unió a los demás perros-amigos-hijos de Fiorella. Suman diez, ¡diez!, y ella reconoce que son casi demasiados. Por sus perros ha debido cambiar de casa más de una vez, la última desde una zona residencial a otra algo alejada pero mucho más espaciosa y tolerante con los animales. Flor Jáuregui, animalista desde hace 25 años, me dice más: si logras una conexión con tu perro, parecerá que entiendes su idioma. Si está herido, sentirás su dolor y percibirás en sus ojos aquello que te quiere decir. Ellos también tienen emociones, dice al recordar a Lucero, una perrita que ha marcado la vida de su familia. Era como una tercera hija. A veces casi se comportaba como un ser humano. Y lo más importante, su presencia ayudó a sanar a una de las niñas de un mal rarísimo que parecía no poder identificarse. De pronto compartían alegría, amor y la misma fuerza de vivir.

Fiorella Bernardillo tiene diez perros en casa, todos rescatados por ella misma.

Igual que con Fiorella, los primeros perros que Rocío rescató acabaron en su casa. Y como es natural, esto le trajo problemas familiares. Su fin era ayudarlos a recuperarse de la mala vida que habían llevado en las calles y encontrarles un adoptante. No siempre es fácil luchar contra el prejuicio de que es imposible adoptar a un perro adulto. Desde que son cachorros hasta su vejez, los perros son como niños, dice. Se les puede entrenar y es sencillo acostumbrarlos a asumir rutinas para adaptarse a los hábitos de su nueva familia. El problema es encontrar personas que no se echen para atrás pasados unos meses. Es recurrente, además, que algunos compren en el mercado de mascotas a un cachorro al que arrojan a la calle en cuanto ha crecido. En estos casos su esperanza de vida difícilmente supera las ocho semanas, ya sea porque son atropellados, se contagian de alguna enfermedad o simplemente por el hambre y el frío. Por estas razones, su albergue da en adopción a no más de cuatro adultos por mes. Mantener 86 perros requiere mucho trabajo y compromiso de sus dos ocupantes permanentes: Rocío Navarro y Frank Rodríguez, su pareja. Por fortuna, las necesidades de mano de obra se cubren con decenas de voluntarios que, principalmente en fines de semana, asisten para bañar a los perros, prepararles el alimento, dosificarles las vacunas y, lo más delicado, ayudar en el seguimiento de la calidad de vida de los adoptados con sus nuevos dueños. Me entero aquí, además, de que el albergue está pronto a mudarse, otra vez. Funciona en un inmueble alquilado, a las afueras de Huancayo. Pero ese no es su desembolso más importante. Ni siquiera la enorme cantidad de alimentos para 86 perros. Frank me explica que las medicinas se llevan el grueso del presupuesto. Aunque tienen ciertos ingresos, como algunas donaciones y las ventas al menudeo de accesorios para mascotas durante sus campañas dominicales, nunca es suficiente. Por eso, cada cierto tiempo él debe volver a ejercer la ingeniería, lo que le permite recapitalizarse para sostener los gastos del albergue por algunos meses más.

Jamis Vilcapoma, madre de Fiorella Bernardillo, quien tiene tanto compromiso como ella para cuidar a sus diez perros.

Otro modo para rentabilizar el albergue es la terapia asistida con animales. Se trata de un método alternativo que busca una conexión de los pacientes con los perros y permite mejoras en el tratamiento del Alzheimer o el autismo. No solo podemos socorrer a los animales, dice Rocío. Ellos también lo hacen con las personas, como pasó conmigo. En lo vivido por Carolina y una de las niñas de Flor, la presencia de un perro las ayudó a alcanzar un estado psicológico saludable. El hombre puede superar la depresión y los traumas con solo tener un perro, afirma Rocío. Y Flor agrega que la naturaleza de estos animales es generosa y desinteresada: es el ser más confiable que pueda existir. Puede que alcanzar una conexión, entonces, no dependa exactamente del perro, sino de si la persona está dispuesta.

Después de su baño de fin de semana, los huéspedes del albergue se secan al sol.

A mi regreso al albergue, unos veinte perros vienen ladrando hacia mí. Casi pego un salto atrás, pero percibo en ellos esa felicidad, esa confianza —otra vez— en el ser humano. Y comprendo que no tienen intención de atacar. Al lado un par de muchachos bañan a un perro y, más allá, unas chicas reparten comida. Rocío y Frank están afanadísimos y apenas me prestan atención. Al verlos trabajar rodeados por tantos seres salvados de morir creo entender que dedicar una vida a los animales solo se explicaría por el amor hacia ellos. Y surge la pregunta: ¿qué será de estos perros el día en que, simplemente, ustedes ya no puedan más con el albergue? Rocío es tajante: eso nunca ocurrirá. Este será mi modo de vida hasta el final.

Si deseas hacer parte de tu familia a un perro del albergue Sueño Compartido (Huancayo, Perú), comunícate al 930470771.

* Esta crónica es parte de la serie Los héroes son otros.

Publicado en Gatonegro N° 23. Enero de 2019.

Crónica: Bosque de piedras de Viuda Lumi

El camino que une los distritos de Pucará y Pazos, al pie del bosque de piedras de Viuda Lumi.

Un pueblo de rocas y cielo

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

El bosque de piedras de Viuda Lumi se ubica en el distrito de Pucará, a unos 25 km de Huancayo (Junín, Perú), y a poca distancia de la frontera con el distrito de Pazos (Huancavelica, Perú).

Una primera sensación al poner los pies en Viuda Lumi es la soledad. Una soledad interrumpida por los coches que, cada treinta o cuarenta minutos, atraviesan pesadamente este camino que parece perderse entre la niebla del horizonte. Por aquí las rocas han adquirido formas a las que los pobladores reconocen como un sapo, un cóndor o, más allá, un ratón o una lagartija. Nos encontramos a 4200 m s.n.m. y a esta altura cualquier esfuerzo te pasa factura de inmediato. Y lo comprobamos al intentar ascender el cerro a pie.

Kilómetros abajo, un anciano nos dice que, hace más de un siglo, por aquí pasaron las tropas de Cáceres para vencer al ejército chileno. En efecto, estamos en la localidad de Marcavalle, muy cerca de donde ocurrió la célebre Batalla de Marcavalle y Pucará, durante la Guerra del Pacífico de 1879-1883. Pero el anciano también nos cuenta una leyenda sobre la formación de Viuda Lumi, que resulta otra variante del castigo divino recibido por la mujer del Lot bíblico.

Viuda Lumi significa en quechua wanka piedra de la viuda. Se encuentra en la parte más elevada del camino que une los distritos de Pucará y Pazos, uno perteneciente a la región Junín y el otro a Huancavelica. Por eso, debido a su altura, hay instaladas en las cumbres decenas de antenas que afean pequeñas porciones del paisaje, pero permiten estar comunicadas a las localidades de la zona. Salvo este detalle, la vista es imponente y grata la estadía. Prometemos regresar pronto.

Publicado en Bitácora N°60. Noviembre de 2018.

Crónica: Sebastián Rodríguez, fotógrafo del minero morocochano

‘Grupo de mineros’. Foto: Sebastián Rodríguez. Archivo Familia Rodríguez Nájera.

Sebastián Rodríguez, fotógrafo del minero morocochano

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Este año se cumple medio siglo de la muerte del fotógrafo huancaíno Sebastián Rodríguez. Su obra, redescubierta hace poco gracias a la investigación de la estadounidense Fran Antmann, constituye uno de los archivos fotográficos más valiosos de la actividad minera en un país en vías de desarrollo a inicios del siglo XX.

Hay una imagen vivaz, tierna e imponente en cada una de las fotografías que Sebastián Rodríguez tomó a lo largo de más de 40 años en el asiento minero de Morococha (provincia de Yauli, en la región Junín). Nacido en Huancayo en 1896, entró en contacto muy joven con el prestigioso fotógrafo limeño Luis Ugarte, para quien trabajó como asistente a lo largo de una década. Fue a través suyo que consolidó su vocación. Poco después de independizarse —ya en 1928— acabó emigrando a una pequeña ciudad minera de la sierra central: Morococha.

La fundación de Morococha se remonta a mediados del siglo XVIII. Con cierres y reaperturas, funcionó a lo largo de los años con algunas de las peores condiciones laborales en el sector minero. Sin embargo, el importante movimiento económico que significaba atrajo a obreros, técnicos, negociantes y grandes empresarios. Para finales del siglo XIX su población superaba el medio millar, pero se consolidó cuando la Morococha Mining Company aglutinó la mayor parte de sus operaciones. Fue Cerro de Pasco Copper Corporation —era la misma empresa con nuevo nombre— la que tomó los servicios de Sebastián Rodríguez para el registro de sus empleados. Uno de los primeros contactos con Morococha de los nuevos mineros era la visita al estudio fotográfico a fin de ser retratados para el archivo de la compañía. Rodríguez desempeñó ese trabajo durante 40 años hasta que le fuera robada su vieja cámara Agfa. Para la estudiosa Fran Antmann eso le afectó tanto que podría ser una de las causas de su muerte, acaecida en 1968.

Como se trataba del único fotógrafo de la ciudad, no era raro que también se ocupase de registrar eventos familiares, matrimonios, grupos de trabajadores o, lo más característico: funerales, pues los accidentes y, por consiguiente, las muertes, eran muy habituales. El grueso de sus fotografías las tomó entre las décadas de 1930 y 1940. Destacan, por ejemplo, la titulada ‘Grupo de mineros’, donde se puede observar las pésimas condiciones laborales y de seguridad; ‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’, que muestra la pirámide social del lugar, con las mujeres pallaqueras abajo, pues ganaban apenas medio jornal; ‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’, con una escena ya habitual en un lugar donde la muerte era cotidiana; o la dolorosa ‘El violador y su víctima’, pieza maestra del conjunto, donde se ven retratados el anciano perpetrador, la niña víctima y dos guardias civiles.

El folclorólogo huancaíno Luis Cárdenas Raschio (1933-2012), quien también fuera fotógrafo y propietario de uno de los archivos fotográficos más valiosos de toda la región Junín, lo recordaba como un personaje algo retraído pero muy amable. “De Sebastián Rodríguez aprendí algunas técnicas”, me contó antes de fallecer. “Entonces la fotografía era privilegio de pocos, pero igual no se negaba a enseñar”.

Para Andrés Longhi, del colectivo Ojos Propios, Sebastián Rodríguez es a Junín como Martín Chambi a Cusco. “Sebastián Rodríguez es el fotógrafo del coraje: coraje el suyo, coraje el de su familia; coraje el que inspiró a tantos a trabajar por difundir sus fotografías”, añade.

Además del robo de su cámara, también afectó a su obra fotográfica la salida obligada de su familia de Morococha, pues la casa que ocupaban les fue requerida por la empresa. En ese trajín, gran parte de su archivo se deterioró o se perdió. Cuentan que hasta hace no mucho, era posible comprar algunas fotos suyas en Morococha y los alrededores.

Aunque ya era algo reconocido, a mediados de los noventa la estudiosa Fran Antmann inició la recopilación y difusión de su obra. Pero fue el empuje de Amanda Rodríguez Nájera, su hija, el que permitió continuar con esa labor de divulgación gracias a conversatorios, publicaciones y exposiciones que impulsó.

Hay un gran trasfondo antropológico en cada una de sus fotografías que aún se conservan. Hoy en día su obra ha ganado un enorme valor documental, histórico y, sobre todo, artístico. Desde la primera exposición en el Museo de Arte de Lima (MALI), en 2007, el prestigio de Sebastián Rodríguez se ha ido afianzando y ya se le equipara con otro gran fotógrafo peruano: Martín Chambi. Sus fotografías constituyen el mejor legado que podría recibir el lugar donde nació: Huancayo, una ciudad donde sus descendientes y muchos de sus admiradores todavía vivimos.

Publicado en Gatonegro N° 16. Junio de 2018.

 

Fotorreportaje: Colegio Santa Isabel, últimos días de cielo gris

Durante las horas de clase es difícil ver alumnos transitar por los pasillos o los campos deportivos. Pero nunca falta alguno que rompe la regla.

Últimos días de cielo gris

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Cinco años han pasado para el colegio Santa Isabel desde la mudanza de sus antiguos pabellones y aulas a una infraestructura provisional en Palián. La nueva ubicación implicó asumir un espacio de enseñanza que no estaba pensado para durar tanto. En el siguiente fotorreportaje, la cámara de Juan Carlos Suárez hace un recorrido por la última semana de clases antes del retorno, por fin, a su local de siempre.

Las viejas costumbres suelen perdurar, aún si ocurre un cambio de morada o de generación. Desde la demolición de los pabellones del colegio Santa Isabel y su traslado a las aulas de Palián, sus cinco mil alumnos debieron adaptarse a nuevas condiciones —algunas bastante duras— para estudiar en un local que nunca perdió su condición de provisional. Pero la rutina se mantuvo: los lunes de formación, las campanadas del cambio de horas, la tediosa espera por el recreo o la salida, el asalto a los pasillos y la irrupción en cafetines y canchas de fulbito. Así es ahora y así fue hace veinte años.

Es destacable el estoicismo con el que maestros y alumnos asumieron las nuevas condiciones. El personal cambió sus oficinas por caserones construidos con ventanas y calaminas rescatadas de la antigua infraestructura y los estudiantes sus aulas por módulos prefabricados. En 2017 egresó la primera promoción que llevó los cinco años de educación secundaria en el local temporal. Por fortuna esa espera terminó y el Santa Isabel —acaso el más representativo de los colegios de Huancayo— ya se encuentra en su domicilio de siempre.

Publicado en Gatonegro N°12, enero de 2018.

Obra fotográfica: Puestas de sol en la sierra peruana

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Es el azul del cielo lo característico en la sierra peruana. Pero también la acumulación de nubes de distintas clases —las hay desde cúmulo nimbus hasta las cirrus habituales— con tanta consistencia que parecen fáciles de palpar. Por esa razón una puesta de sol tomada en esta área geográfica tiene esa magia especial. Las siguientes fotografías fueron tomadas dentro y en los alrededores de la ciudad de Huancayo (Junín, Perú) a lo largo de 2017.

Crece, maíz, bajo el cielo de colores

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Tokina 11-16
f/5
1/15 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 25 de noviembre de 2017

Final del día en casa de los muertos

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Sigma 17-50
f/8
1/160 s
ISO 400
Sin filtro
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 20 de noviembre de 2017

El sol también abandona una pequeña ciudad

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Nikkor 50mm
f/4
1/200 s
ISO 100
Sin filtro
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 23 de diciembre de 2017

Una lluvia que viene

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Tokina 11-16
f/8
1/10 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 18 de noviembre de 2017

Un lugar cerca del sol

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Tokina 11-16
f/10
0.8 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 15 de noviembre de 2017

Un sol que asoma a lo lejos

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Nikkor 70-200
f/10
1/3 s
ISO 100
Sin filtro
Revelado con Adobe Lightroom
Fotografía tomada el 15 de noviembre de 2017

 

Fotografías tomadas por Juan Carlos Suárez Revollar en 2017.
© Todos los derechos reservados.
Para adquirir una licencia de uso de estas imágenes puede escribirnos a suarezrevollar@gmail.com

 

Obra fotográfica: Humedal de Santiago León de Chongos

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

A apenas treinta minutos de Huancayo (Junín, Perú) se ubica el distrito de Santiago León de Chongos —o Chongos Bajo—, lugar donde podemos encontrar varios humedales todavía ilesos ante la actividad humana.

En épocas de migración albergan a miles de ejemplares de varias especies de aves. Esta tarde coincidimos con la llegada de algunas de ellas, mientras dan grandes giros en busca de un espacio donde anidar.

Migrantes

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Nikkor 70-200
f/4
1/500 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

Humedal

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Tokina 11-16
f/2.8
1/3 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

El Huaytapallana mira Huancayo

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Nikkor 70-200
f/4.8
1/800 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

Sapo entre aves

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Nikkor 50mm
f/4
1/500 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

 

Fotografías tomadas por Juan Carlos Suárez Revollar el 22 de agosto de 2017.
© Todos los derechos reservados.
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Obra fotográfica: El camino a Salcahuasi

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Para llegar al distrito de Salcahuasi, ubicado en Tayacaja (Huancavelica, Perú), se debe partir de Huancayo (Junín, Perú) y recorrer unos 85 km al nororiente. Toda esta zona pertenece al Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM).

Cabe señalar que el camino es bastante accidentado. Pero lo compensan las buenas vistas, la variedad de pisos ecológicos, así como una flora y fauna diversa y exhuberante.

Laguna de agua oscura

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/14
1/30 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

Ciertos seres muy cerca del cielo

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/5.6
1/320 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

La niebla, la soledad, la muerte

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Sigma 17-50
f/5.6
1/2500 s
ISO 100
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Un sapo se abre camino entre la niebla

Datos EXIF
Cámara: Nikon D3000
Lente: Nikkor 35mm
f/2.2
1/220 s
ISO 100
Revelado con Adobe Lightroom

Fotografías tomadas por Juan Carlos Suárez Revollar el 27 y 28 de mayo de 2017.
© Todos los derechos reservados.
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Obra fotográfica: Bosque de piedras de Viuda Lumi

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

El bosque de piedras de Viuda Lumi se ubica en el distrito de Pucará, a unos 25 km de la ciudad de Huancayo (Junín, Perú), y a pocos kilómetros de la frontera con el distrito de Pazos (Huancavelica, Perú). Se encuentra a 4200 m s.n.m.

Este atractivo pertenece, además, a la localidad de Marcavalle, muy cerca de donde ocurrió el célebre Combate de Marcavalle y Pucará entre tropas peruanas y chilenas, durante la Guerra del Pacífico de 1879-1883.

Bosque de piedras de Viuda Lumi (1)

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Tokina 11-16
f/7.1
1/500 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

Bosque de piedras de Viuda Lumi (2)

Datos EXIF
Cámara: Nikon D500
Lente: Tokina 11-16
f/7.1
1/1600 s
ISO 100
Filtro polarizador
Revelado con Adobe Lightroom

Fotografías tomadas por Juan Carlos Suárez Revollar el 27 de octubre de 2017.
© Todos los derechos reservados.
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Crónica: Sebastián Rodríguez, cronista del minero morocochano

“Grupo de mineros”, una de las fotografías del archivo de Sebastían Rodríguez.

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Hace 44 años partió a la eternidad el fotógrafo huancaíno Sebastián Rodríguez, pero sus obras, las fotos que tomó a lo largo de su existencia, lo mantienen vivo.

 

Hay una imagen vivaz, tierna e imponente en cada una de las fotografías que Sebastián Rodríguez (Huancayo, 1896 – Morococha, 1968) sacó a lo largo de más de 40 años en el asiento minero de Morococha, provincia de Yauli, región Junín.

Siendo muy joven, había aprendido en Lima algunas técnicas básicas de fotografía junto al prestigioso Luis Ugarte, pero se vio obligado a emigrar a la sierra en busca de trabajo. En ese trajín llegó a Morococha, un asiento minero situado a medio camino entre Lima y Huancayo, dos ciudades con las que tuvo intensa relación.

“El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris”, una de las fotografías de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

El folclorólogo huancaíno Luis Cárdenas Raschio (1933-2012), quien fuera fotógrafo y propietario de uno de los archivos fotográficos más valiosos de toda la región, lo recordaba como un personaje algo retraído pero muy amable. “De Sebastián Rodríguez aprendí algunas técnicas”, nos contó poco antes de fallecer. “Entonces la fotografía era privilegio de pocos, pero igual no se negaba a enseñar”.

Sebastián Rodríguez se ocupaba en fotografiar a todos los trabajadores que llegaban a Morococha para emplearse en la empresa Cerro de Pasco Copper Corporation. Se trataba del único fotógrafo de toda la ciudad, así que no era raro que también se ocupara de registrar eventos familiares, matrimonios, grupos de trabajadores, o lo más característico: funerales, pues los accidentes, y por consiguiente las muertes, eran habituales.

“Velorio de un minero muerto a causa de un accidente”, una de las fotografías de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

El enorme valor antropológico de su obra ha quedado marcado a fuego en cada una de las fotografías suyas que aún se conservan, pese a que muchas se deterioraron o perdieron tras su muerte y la salida obligada de su familia de Morococha, pues la casa que ocupaban les fue requerida por la empresa.

Aunque ya era algo reconocido, a mediados de la década de los noventa la estudiosa Fran Antmann inició la recopilación y difusión de su obra. Pero fue el empuje de Amanda Rodríguez Nájera, su hija, el que permitió continuar con esa labor de divulgación gracias a conversatorios, publicaciones y exposiciones que impulsó.

“El violador y su víctima”, fotografía de Sebastían Rodríguez (Archivo familia Rodríguez Nájera).

Para Andrés Longhi, fotógrafo del colectivo Ojos Propios, Sebastián Rodríguez es a Junín como Martín Chambi a Cusco. “Sebastián Rodríguez es el fotógrafo del coraje: coraje el suyo, coraje el de su familia; coraje el que inspiró a tantos a trabajar por difundir sus fotografías”, añade.

El robo de la vieja cámara Agfa de Sebastián Rodríguez acabó con su carrera. Fran Antmann sugiere que fue una de las causas de su muerte. Hoy sus fotografías constituyen el mejor legado que podría recibir la ciudad donde nació, en la que sus descendientes todavía viven.

Sebastian Rodriguez (autorretrato. Archivo familia Rodríguez Nájera).

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú el 28 de abril de 2012.

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Crónica: Sebastián Rodríguez, fotógrafo

El rostro de la antigua Morococha

‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

La obra fotográfica de Sebastián Rodríguez, redescubierta hace muy poco gracias a la valiosa investigación de la norteamericana Fran Antmann, va ganando mayor importancia.

Nacido en Huancayo en 1896, su contacto con Luis Ugarte —el prestigioso fotógrafo limeño de quien fue asistente durante una década— consolidó su vocación. Ya en 1928 partió decidido a independizarse y llegó a Morococha, donde trabajaría por cuarenta años. La Cerro de Pasco Copper Corporation tomó sus servicios como fotógrafo oficial. Así, el primer contacto con Morococha de los nuevos mineros era la visita obligada al estudio de Sebastián Rodríguez, a fin de sacarse las fotografías para el registro de la compañía.

‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Además de esta labor, Rodríguez dedicaba sus tiempos libres a fotografiar la ciudad y sus habitantes. Gracias a esto, legó a la posteridad algunas bellas fotografías de la época, continentes de un poderoso fondo antropológico y, ahora, histórico.

‘El violador y su víctima’. Foto: Sebastián Rodríguez.

Desde la primera exposición de su obra, en 2007, en el Museo de Arte de Lima, su prestigio se ha ido afianzando, y ya se le compara con otro gran fotógrafo peruano: Martín Chambi.

El grueso de sus fotografías se tomó entre 1930 y 1940. Destacan, por ejemplo, la titulada ‘Grupo de mineros’, donde se puede observar las pésimas condiciones laborales y de seguridad de los trabajadores; ‘El contratista Froilán Vega con su grupo de Chanquiris’, que muestra fríamente la pirámide social del lugar, con las mujeres pallaqueras abajo, pues ganaban apenas medio jornal; ‘Velorio de un minero muerto a causa de un accidente’, con una escena ya habitual en un lugar donde la muerte era tan cotidiana; o la dolorosa ‘El violador y su víctima’, pieza maestra del conjunto, donde se ven retratados a un anciano, a una niña y a un gendarme de la época.

‘Grupo de mineros’. Foto: Sebastián Rodríguez.

La figura de Sebastián Rodríguez es vital para la historia morocochana, pues sus fotografías no sólo se muestran como piezas de excelente calidad estética sino, sobre todo, de extraordinaria validez documental. Más aún ahora que se inicia el reasentamiento de esta ciudad para dar paso a la modernidad.

Sebastian Rodriguez (autorretrato).

DATO:
Nació en Huancayo en 1896. Al acaecer su muerte en Morococha, en 1968, su familia debió entregar la casa en que vivieron y la mayor parte de sus pertenencias a la Cerro de Pasco Copper Corporation. En ese trajín se perdieron muchas de sus fotografías.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo el 5 de junio de 2010.

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