Crítica de literatura: Génesis, de María Teresa Zúñiga

Victoria (María Teresa Zúñiga) y Génesis (María del Carmen Castro). Una puesta en escena del Grupo de Teatro Expresión bajo la dirección de Jorge Miranda Silva.

Un viaje hacia el nuevo principio

Escribe: Juan Carlos Suárez Revollar
Fotos: Marco Miranda Zúñiga

¿Qué es Génesis sino un contrapunto, una coreografía de dos personajes cuya oposición crea cadencia y empatía su similitud? En la obra teatral de María Teresa Zúñiga Norero abundan los duetos que sostienen todo un relato, sean Zoelia y Gronelio (1993), Mades Medus (1999) o la más reciente, Una hora bajo el puente (2017). Pero mientras los ancianos Zoelia y Gronelio son esposos a los que la convivencia ha acabado por nivelar sus caracteres; y el joven Medus ha adquirido una cierta visión del mundo de Mades, el viejo; Power y Mouse, de Una hora bajo el puente, mantienen una causa común, lejana e inútil por la derrota.

En su novela La casa grande (Acerva, 2016) ya encontramos a dos personajes femeninos en una relación de complementariedad-oposición. Igual a Génesis, es la historia de una abuela y su nieta, pero contada desde el punto de vista de esta última, quien además es una niña (a diferencia de la joven Génesis) y alter ego de la autora. Así, el lector ingresa de su mano a un mundo infantil que se contrapone al de los adultos regido por la abuela.

Génesis (María del Carmen Castro) en la puesta en escena del Grupo de Teatro Expresión.

La obra teatral de Zúñiga Norero destaca por sus personajes de rasgos peculiares en un ámbito alejado del convencional donde nosotros, gentes de carne y hueso, nacemos, vivimos y morimos. Zoelia y Gronelio ocurre en un contexto posapocalíptico; Mades Medus en un espacio circense, de actores itinerantes donde confluyen la realidad real con la de la ficción; y Una hora bajo el puente en un entorno marginal, tras una gran derrota que ha arrojado de la sociedad a sus protagonistas.

Génesis y Victoria, la nieta y la abuela, recorren una tierra en ruinas donde el peligro usual de guerras y desastres las mantiene cerca de la muerte. De los diversos temas abordados por la autora a lo largo de su obra, es acaso en Génesis donde la condición de mujer toma, más que en otras, el centro de la trama. Sin tratarse de un manifiesto feminista, es una historia que pone en agenda algunos de los males que por siglos han aquejado al género femenino. Pero en vez de mostrarse como víctimas, abuela y nieta afrontan el mundo con esa determinación de mujeres fuertes, muy recurrentes en la obra de María Teresa Zúñiga.

Victoria (María Teresa Zúñiga) en la puesta en escena dirigida por Jorge Miranda Silva.

En vez de la busca y hallazgo de una nieta perdida, el otro tema de fondo en Génesis es la propia guerra con todas sus consecuencias: desde la pérdida del Estado de derecho y la anarquía hasta la destrucción y la muerte. Génesis y Victoria apenas se conocen, pues solo llevan tres días de haberse reencontrado (una reunión, empero, que saben no puede durar). Las diferencias entre una y otra rebasan sus respectivas generaciones. Tienen una percepción del mundo muy propia, reflejada en el significado que cada una da a acciones sencillas como la de cerrar los ojos: en Victoria sirve para eludir la horrible realidad, en Génesis para transformarla en un lugar mejor. O la muerte reflejada en una lápida cualquiera: irrelevante para la nieta, el rastro de una vida y su existencia en la memoria de sus deudos para la abuela.

Pero la mayor confluencia de ambas reside en su condición de mujer. Una condición, además, largamente sometida por una sociedad patriarcal, a la que se critica en la obra. Pone en boca de Génesis, por eso, que “una cosa es nacer mujer y otra hacerse mujer”. No es gratuito que otra arista de la relación entre abuela y nieta sea, precisamente, la de maestra y alumna. En La casa grande y en Génesis se percibe una vaga empatía y rasgos comunes de Zúñiga Norero con ambas abuelas, que ejercen la docencia, igual a ella. Quienes conocen a la autora estarán de acuerdo en una cierta propensión suya, formadora y pedagógica —también maternal—, con sus amigos cercanos y principalmente con los demás miembros del Grupo de Teatro Expresión.

Victoria y Génesis durante los ensayos para la puesta en escena dirigida por Jorge Miranda Silva.

Expresión ha sido clave en su producción teatral de los últimos 32 años, no solo por la logística para el montaje de sus obras, sino por la retroalimentación y el soporte emocional y familiar. Junto con ella y varios más, el grupo lo han integrado por todo ese tiempo su esposo Jorge Miranda y sus hijos Jorge Luis y Marco Antonio. Ellos asumen el rol de primeros lectores y críticos con una misma percepción estética del teatro como texto literario y guía para la construcción e interpretación de personajes y de la puesta en escena. En este proceso, la labor creativa suele ser conjunta y constante. Alguna vez María Teresa Zúñiga me dijo que sus piezas teatrales siempre estaban sujetas a cambio y mejora. Entendemos que esto se refiere más bien al montaje: he visto repetidas veces algunas de sus obras —unas son dirigidas solo por ella y otras por Jorge Miranda— y cada puesta en escena difiere de la anterior. Se trata de diferencias mínimas, claro, pero que refuerzan ligeramente el mensaje y el efecto sobre el espectador. Facilita estas variaciones que la autora recurre poco a la acotación, lo cual otorga mayor libertad de adaptación.

Portada del libro ‘Génesis’ (Lima, 2018), de María Teresa Zúñiga, una edición del festival Sala de Parto y el Teatro La Plaza.

El teatro de María Teresa Zúñiga es pródigo en símbolos de cierta ambigüedad, que en el futuro permitirá versiones diversas y acaso opuestas según la percepción e interpretación de cada director. En Génesis, por ejemplo, podría mencionarse varios: la aparición del teléfono celular, a través del cual se manifiestan “ellos”, entidades omnipresentes e invisibles; el significado de los nombres “Génesis” y “Victoria”; o la idea de lo femenino asociado al color blanco: lejos de la carencia de mácula, en la obra adquiere el carácter de fragilidad porque es fácil de manchar, de deteriorar, de destruir. Esto se refuerza con la permanente evocación de las violaciones como otro de los riesgos. Se trata de un peligro cuasiexclusivo para la mujer y la mayor muestra de una vulnerabilidad determinada por el género, aun en tiempos de paz, pero crítica en situaciones extremas como una guerra.

¿Qué es Génesis, entonces? La abuela Victoria define esa palabra como “el origen de un nuevo nacimiento”. Pero la pieza teatral podría tomarse como un tributo a las millones de mujeres que, a lo largo del tiempo, debieron afrontar la guerra en calidad de supervivientes, víctimas o heroínas. Esas mujeres violadas o muertas de Nankín, Rusia y Berlín; del África Central y también las cautivas del ISIS; o las más cercanas de Manta y Vilca, en el Ande peruano, nos recuerdan que la violencia de género siempre se usó como acto de guerra. Entonces ella, la mujer, hace surgir un camino, el renacer constante de un nuevo principio. Así, la obra se une a esa estirpe de la literatura que rebasa el plano artístico y hace visibles los grandes problemas que persiguen desde sus inicios a la humanidad.

* Prólogo del libro Génesis (Lima, 2018), de María Teresa Zúñiga, editado por el festival de teatro Sala de Parto.

Crónica: El deporte, la política, la guerra

Adolf Hitler y sus socios durante los Juegos Olimpicos de Berlín 1936.

El deporte, la política, la guerra

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

En la siguiente crónica, el autor reflexiona sobre el papel de los deportes en la política mundial y los conflictos bélicos durante el siglo XX. Y nos cuenta cómo el deporte, aunque de naturaleza fraterna y libertaria, ha estado manipulado por diversos regímenes según sus conveniencias políticas. A la orden estuvieron desde presiones con amenazas solapadas hasta la institucionalización del doping.

Cuenta una leyenda que algunos pueblos resolvían sus diferencias con una primitiva pelota que debían llevar hasta su territorio para ganar. Lo hacían a golpes de puño y objetos contundentes y no era raro que el desafío acabase con heridos. Es un antecedente poco importante del fútbol salvo porque, en algún momento, los deportes reemplazaron a los enfrentamientos bélicos. Ocurrió, principalmente, durante la Guerra Fría, cuando los Juegos Olímpicos heredaron el cuadro medallero inventado por el régimen Nazi y se convirtieron en un nuevo campo de batalla. Los vencedores, a menudo, lo eran porque provenían de un país económica y tecnológicamente más fuerte. Desde entonces la inversión determinó los logros deportivos, ahora asunto político y de Estado. Atrás quedó esa época en que el esfuerzo y la perseverancia podían imponerse a la falta de recursos.

El estadounidense Jesse Owens, uno de los grandes triunfadores de los juegos olímpicos de Berlín 1936.

Muchos deportistas sufrieron las consecuencias de esa politización, que en algunos países llevó a una segregación social y étnica. Uno de los más dolorosos es el del austriaco Matthias Sindelar, futbolista judío que usó su enorme prestigio para desafiar a los nazis en el último partido de Austria como país, poco después de su anexión a Alemania. El Ministerio de Deportes del III Reich organizó un partido amistoso entre ambas selecciones. Secretamente, había prohibido marcar goles a los delanteros austriacos. Pero Sindelar anotó un gol y lo celebró danzando ante los funcionarios alemanes. Después de pasar a la clandestinidad moriría por un envenenamiento con gas de estufa. Nunca se aclaró si fue accidente, suicidio o asesinato.

El austriaco Mathias Sindelar, uno de los mejores futbolistas de la historia, y otra víctima de la política que se inmiscuye en el deporte.

Las dictaduras militares de las décadas del sesenta y setenta, en América Latina, también se sirvieron del fútbol. Un ejemplo es el Mundial de Argentina 1978, durante el gobierno del general Jorge Videla. Ese 6-0 a Perú que dio la clasificación a Argentina y dejó fuera de la copa a Brasil hizo surgir la sospecha de un arreglo por la junta militar argentina. Lo probado es que el campeonato de su selección ayudó a atenuar la impopularidad de Videla y a distraer de los problemas económicos y las graves violaciones a los derechos humanos. Algo similar ya había ocurrido con la Italia fascista de Benito Mussolini, sede de la Copa del Mundo en 1934. Para empezar, su selección tenía a cuatro argentinos y un brasileño, lo cual iba contra el reglamento de la FIFA. Hoy se sabe que ganaron sus partidos con sobornos, amenazas de muerte y una ayuda arbitral escandalosa.

La mano de Dios (y de Maradona), en México 86. Acaso el partido de fútbol emblema en la historia de los campeonatos del mundo del desquite tras una guerra perdida.

Fue el régimen de Adolf Hitler uno de los primeros que vio los deportes como maquinaria de propaganda para demostrar su superioridad racial. Por eso dio prioridad a la organización de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 y a la preparación de sus deportistas. Estos habían sido elegidos según los cánones étnicos que harían tristemente célebre al nazismo. Que obtuvieran la mayoría de medallas tiene su razón en haber conjugado una gran inversión con un entrenamiento serio y disciplinado. Pero como en todo deporte, un método no siempre da el mismo resultado. El Perú de Lolo Fernández venció a la invencible Austria, aunque el partido fue anulado, dicen, por mediación de Joseph Goebbels, mano derecha de Hitler. Y en la prueba insignia de las olimpiadas —los cien metros planos— ganó el afroamericano Jesse Owens, cuya victoria sería usada por los Aliados como propaganda antinazi durante la guerra.

El Perú de Lolo Fernández. La selección peruana de fútbol fue otra víctima del régimen Nazi en los Juegos Olímpicos de 1936.

La rivalidad deportiva entre los bloques soviético y capitalista —después de la guerra— se agudizó desde la década del sesenta, cuando llegó la distensión y las armas nucleares dejaron de ser exclusividad de Estados Unidos. Antes de eso, incluso, las Alemanias divididas habían enviado sus delegaciones a los Juegos Olímpicos con una sola bandera. El rol del Estado en los deportes ya no se limitaba al financiamiento y las labores burocráticas. Se hacía necesario obtener triunfos y demostrar al mundo que los mejores elementos de su población, los deportistas, eran superiores a los del enemigo. La Unión Soviética tenía un programa de entrenamiento durísimo; pero Alemania del Este quiso dar un paso más que su socio. Inició, entonces, el programa más sofisticado de desarrollo de fármacos para mejorar el rendimiento deportivo. Se sabe que reclutó a dos mil médicos solo para la investigación. Como resultado, desde 1968 hasta 1989 formó deportistas exitosísimos en los Juegos Olímpicos, solo detrás de la Unión Soviética en el medallero desde Montreal 1976. Tiempo después se sabría que fue gracias al oral-turinabol, medicamento rico en testosterona que aumenta la fuerza, la agresividad y la resistencia.

El estadounidense Lance Armstrong, despojado de sus triunfos por dopaje en los siete Tour de Francia de 1999 a 2005. Personifica, acaso, el mayor fraude en el ciclismo y los deportes (foto: Roberto Bettini).

Con el fin de la Guerra Fría y la reunificación de Alemania, en 1989, miles de médicos expertos en dopaje quedaron sin empleo e iniciaron un peregrinaje por todo el mundo en busca de equipos deportivos que los acogiesen. Para entonces los nuevos medicamentos libraban una carrera con la capacidad de detección de las pruebas antidoping, siempre tardías y poco eficaces. Por ejemplo el ciclismo tiene decenas de campeonatos declarados desiertos, años después, al descubrir que los ganadores se doparon. Pero resulta que también lo hicieron el segundo puesto, y el tercero, y el cuarto…

Llegamos, entonces, a quienes entrenan por amor al deporte y a su patria, independientemente de los triunfos. Y a quienes triunfan porque se prepararon con esfuerzo y perseverancia, pese a la falta de recursos, una constante en países como el Perú. También recordamos a Hugo Sotil cuando se saltó la prohibición de su club español para incorporarse a la selección peruana y ganar la final en la Copa América con un equipo de afrodescendientes y mestizos (producto del modelo de reivindicación de Juan Velasco Alvarado). Y al vecino Diego Armando Maradona, polémico y a veces impresentable, cuando después de la Guerra de las Malvinas jugara por su selección contra Inglaterra y le anotara dos goles: uno, el más bonito jamás marcado en una copa del mundo; y el otro, con una mano del desquite, porque las derrotas en el campo de batalla son más dolorosas que en una cancha deportiva.

Publicado en Gatonegro N°17 de junio de 2018.

Cautivos de mar y tierra: Hacia las raíces del Congo

El río Congo (Foto: Laith Wark).

Escribe: José Soriano Marín

El Congo es uno de los territorios más recónditos e interesantes del planeta. A propósito de la publicación de Cautivos de mar y tierra, de Juan Carlos Suárez Revollar, novela que se sitúa en ese espacio a inicios de la I Guerra Mundial, acompáñanos en esta crónica a conocer más de la historia y la geografía de ese país.
Arribo de un vapor portugués a Boma a través del río Congo (Foto: Archivo Delcampe).

Al contrario de lo que parece a primera vista, el río Congo no es navegable en toda su extensión. Desde su desembocadura en el océano Atlántico, junto al pequeño puerto de Banana, se puede recorrer en barco hasta la ciudad de Matadi, donde unas gigantescas cataratas obligan al visitante a seguir por tierra.

Hace poco más de un siglo el Congo era todavía propiedad personal del rey Leopold II de Bélgica. Bajo su mandato ocurrió uno de los peores genocidios de la historia. Él financió las primeras exploraciones y el asentamiento de una colonia, a la que se enrolaron rufianes de toda Europa, conscientes de la posibilidad de hacerse ricos a costa del saqueo del territorio y la esclavización, tortura y matanza de sus habitantes. Cálculos del historiador Adam Hochschild indican unos ocho millones de nativos asesinados hasta 1906, año en que el Congo pasó al control del Estado de Bélgica.

Cautivos de mar y tierra de Juan Carlos Suárez Revollar
‘Cautivos de mar y tierra’ es también una novela de viajes que peregrina entre el Congo y otros continentes.

Cautivos de mar y tierra se sitúa en ese mismo territorio, ocho años después, coincidiendo con el inicio de la I Guerra Mundial. La novela realiza, a través de sus personajes, un desplazamiento entre una jungla exuberante y algunas pequeñas ciudades del Congo, como Matadi, Boma y Banana. Lo más interesante de ella es que los hechos reales sirven de soporte a la ficción que inventa su autor. En el Congo actual es fácil reconocer los espacios donde ocurre. Se suma a esto el recorrido por otros escenarios, en mar o tierra, en cuatro continentes.

En 1914, cuando se inició la I Guerra Mundial, África estaba repartida entre varias potencias europeas, de las que Alemania mantenía cuatro colonias. A diferencia de lo que nos cuenta el cine, el enfrentamiento en este continente fue desigual en cuanto a tropas y logística. Con gran inferioridad numérica, las colonias alemanas no tardaron en rendirse, a excepción de África Oriental Alemana (o Tanganica), que resistió hasta el final de la guerra, en 1918. Esto es lo que muestra Cautivos de mar y tierra, pues uno de sus protagonistas es alemán en territorios de una colonia aliada.

Oficiales belgas y askaris congoleses de la ‘Force Publique’ durante la I Guerra Mundial (Foto: Archivo Real Escuela Militar de Bélgica)

En síntesis, es la historia de dos jóvenes que llegan a la colonia del Congo por causa de un naufragio. Perteneciente uno de ellos a una nación enemiga, se ven obligados a huir para sobrevivir. En ese contexto nos topamos con personajes diversos y de caracteres peculiares, que hacen aún más amena la historia.

La literatura es el móvil perfecto para llegar a lugares lejanos en tiempo y espacio. Un buen libro nos transporta a países y parajes fuera de nuestro alcance; nos abre una ventana infinita de nuevas realidades. En ese sentido, la publicación de Cautivos de mar y tierra nos acerca con audacia al continente africano, uno de los espacios más inhóspitos para el ser humano. Es un relato imperdible sobre la amistad, la condición humana y las huellas espirituales de la colonización que un joven escritor huancaíno se aventuró a regalarnos.

Publicado en Bitácora, número 42, edición de mayo de 2017.

Crítica de literatura: Demian, de Hermann Hesse

Mística y dualidad en un mundo velado

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Primera edición de la novela, publicada en 1919 con el seudónimo de Emil Sinclair.

La novela de aprendizaje alemana —o bildungsroman— de la primera mitad del siglo XX ha dado algunos títulos de muchísimo interés. Destacan Las tribulaciones del estudiante Törless (1906), Demian, historia de la juventud de Emil Sinclair (1919) y El tambor de hojalata (1959); de Robert Musil, Hermann Hesse y Günter Grass, respectivamente. Las tres abordan, con ópticas y estilos muy propios, temas completamente distintos. Mientras la de Musil es realista —al menos lo es en apariencia—, la de Grass se diluye por la mente perturbada del narrador; en tanto que en la de Hesse predominan las ideas sobre las acciones, lo cual es una constante en la obra de este autor.

Hermann Hesse no habría podido escribir Demian sin la influencia de las culturas india y china que recibiera de sus padres y abuelos, y en particular por el viaje a la India que hizo en 1911. La mística india está presente en la mayor parte de su obra posterior, ya sea como tema central o como atribuciones, guiños o acercamientos. Pero esta novela es también fruto de la guerra, que desencadenó en su autor una crisis que daría pie a su transformación personal y artística (fechada por él mismo a partir de 1915). En una carta de 1954, Hesse escribió que en «Demian —y también en Goldmund y El lobo estepario— el individuo se rebela contra el peso gigantesco del deber, y la naturaleza trata de salvaguardar sus derechos frente al espíritu, que en estos libros aparece intacto, y está la exigencia de que el hombre haga lo máximo de sí mismo o que, al menos, respete ese mundo espiritual».

Hermann Hesse (Alemania, 1877 – Suiza, 1962)

Como en toda bildungsroman, el paso a la adultez supone un proceso traumático. En Demian ello empieza a ocurrir con la aparición de Franz Kromer, quien representa el otro mundo, el del mal y la perversidad, el de la realidad tosca y violenta —aunque en una versión infantil. El tiempo ha demostrado que el mundo puede ser aun peor—. La función e importancia de este personaje, además de para torturar al entonces niño Emil Sinclair, es la de originar la evolución espiritual de este a un estadio superior. Ello ocurre a partir de su contacto con Max Demian, un extraño joven convencido de su sobrenaturalidad por su afinidad con el Caín bíblico y su extraordinario saber de ocultismo. Su madre, Frau Eva, tiene un pensamiento similar y tanto más profundo. Entre ambos conducen a Sinclair a un universo ideal, de creencias y nuevos conocimientos que le dan un sentido diferente a su vida. Pero los ideales no son alcanzables, no pueden serlo.

Pese a su escasa aparición, Frau Eva deja una marca a fuego en la historia, y la domina al menos en toda la tercera parte. Ella es el anverso de Demian, una suerte de segunda personalidad, pero de género femenino, capaz de redirigir hacia sí la oculta atracción homoerótica que siente Sinclair por aquél.

Demian es también el anuncio de un gran cambio en Europa: la destrucción de un mundo —o su símil: el «cascarón» roto por el pájaro que volará hacia Abraxas en la novela— para el surgimiento de uno nuevo. El libro, por cierto, se escribió poco antes de finalizar la I Guerra Mundial, sobre la que Hesse mostró su oposición. Ello le acarreó tal ataque de sus contemporáneos, que finalmente lo llevó al exilio. Posiblemente esto haya pesado para que su publicación sea bajo el seudónimo de Emil Sinclair.

El mayor mérito de la novela es su capacidad de persuasión, pese a la flagrante inverosimilitud de la historia. Ciertamente, la teatralidad de los personajes o la dualidad de significados reducida a meros discursos místicos pueden llegar a exasperar al lector. La novela está llena de símbolos; muchos personajes, como Demian y su madre, lo son; al igual que tantas más situaciones y analogías. Aunque es artísticamente inferior a El lobo estepario o El juego de los abalorios, se trata de una novela poderosa, que fuera adoptada junto a su autor por tantos jóvenes como tótem, como una obra que los marcó de por vida. Acaso en ello radica su enorme valor.

Publicado el 21 de enero de 2012 en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo.