Obituario: Carlos Villanes Cairo

¡Vuela, aviador, vuela!

Carlos Villanes Cairo ha muerto. A continuación, publicamos un testimonio-homenaje de Juan Carlos Suárez, quien fuera su editor, amigo y uno de los más cercanos conocedores de su obra literaria.

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

La noticia llegó de madrugada desde el otro lado del mar: Madrid, adonde se había ido a vivir desde la década del ochenta: Carlos Villanes Cairo había muerto. Aunque nuestra amistad tenía al menos una década, yo lo conocía desde años antes. Entonces los escritores para mí pertenecían a esa estirpe de gentes lejanas, a menudo solo reconocibles a través de densas biografías o ediciones distantes. Era difícil vislumbrar a la persona que hay inmersa en esa imagen gastada de escritor. Lo primero que leí de Villanes fue «Los allegados de la conquista», un breve cuento que ocurre a pocos kilómetros de mi ciudad. Y a través de él me fue posible entender que la literatura sí podía situarse en cualquier lugar.

Portada de la primera edición de la novela ‘Incendio en el Valle Azul’, de Carlos Villanes Cairo.

Esa pequeña puerta me dio acceso al mundo dispar y diverso que es su obra, donde cientos de personajes se mueven por países y épocas casi inaccesibles para nosotros los lectores, simples mortales. Y es precisamente la muerte uno de los catalizadores en la historia de sus protagonistas: jugarse la vida por un ideal, una hazaña o la simple voluntad de seguir adelante. Es el caso del aviador Matt Rust, en Destino: la Plaza Roja. Un muchacho que no espera demostrar nada, salvo conseguir lo que nadie ha logrado: atravesar el bloqueo aéreo soviético de la Guerra Fría y aterrizar su frágil Cessna en la Plaza Roja de Moscú. O la gesta de Marina, una anciana española que viaja hasta la Argentina de Jorge Rafael Videla para rescatar a su nieta de los esbirros de la dictadura, en Retorno a la libertad. Menciono estas dos novelas —queridísimas para su autor— porque me fue confiada su edición peruana y por eso mi filiación con ellas es mayor. A propósito de estos dos libros, también cabe mencionar otro tema recurrente en su obra: las dictaduras, contra las que nunca ocultó su aversión. Y ahora puedo mencionar una tercera novela ─aún inédita y cuyo título definitivo solo conocen sus herederos─ que me dio a leer en una versión sin terminar. Es sobre la dictadura de Alberto Fujimori y de largo aliento. Le tomó 12 años escribirla y, sospecho, tiene lo necesario para convertirse en su obra definitiva.

Sus primeros relatos recogen el imaginario andino oral, que en clave más bien literaria y fantástica, nos alcanzaban esa explicación siempre fascinante del origen de, por ejemplo, el cuy, en «El rubio hijo de Wallallo y su destino eterno» o la fertilización del ganado, en «Los illas del Santiago». Si bien algunos relatos de La fragelación de Toribio Cangalaya, La lluvia de cielo ajeno y principalmente Los dioses tutelares de las wankas son muestra de que no rehuía a la literatura fantástica, lo suyo era el realismo. Un realismo de datos, a menudo cercano a la crónica periodística, predominante en gran parte de su obra siguiente y que se mudó al género novela. Así, dos de las más logradas dentro de la literatura histórica son El esclavo blanco, sobre Miguel de Cervantes, y La espada invencible, sobre el Cid Campeador (que, ya amigos, me dio a leer bastante antes de su publicación). El saqueo de Machu Picchu corresponde a este mismo grupo. Superficialmente podrían verse como crónicas noveladas, pero finalmente vence la literatura en ellas.

La mayor lección que Carlos Villanes me dejó fue que es posible escribir una novela situada en cualquier espacio y tiempo, así el autor se encuentre físicamente lejos. El truco: los datos. En la formación periodística es lo primero que se aprende: buscar fuentes, contrastarlas y, con base en los datos, construir una historia. Su ejercicio como periodista tiene su huella en esta parte de su obra. Y se amplió en libros como Las ballenas cautivas, una breve novela de aventuras situada en el Polo Norte que el Villanes-de-carne-y-hueso nunca pisó, pero el Villanes-literato alcanzó a conocer al detalle. Y definitivamente, el oficio de periodista se encuentra más presente que en ninguna otra en su novela póstuma sobre la dictadura fujimorista.
Mención aparte son sus libros juveniles e infantiles. Demarcan con claridad el mundo de los adultos que a menudo colisiona con el de los niños protagonistas. Es el caso de Cortavientos o, la última que publicó en vida, Incendio en el Valle Azul, cuyo primer ejemplar impreso alcanzó a recibir cuando ya estaba en una cama de hospital. La aventura en estos casos no tiene a la muerte como desencadenante de los hechos, sino el coraje y la fuerza vital de sus pequeños héroes.

En algún momento reuní el valor para lanzarme a escribir una novela. Fueron dos años arduos. Y en ese proceso, Villanes me llamaba a menudo, curiosísimo por saber cómo iba evolucionando esa historia que, salvo detalles muy genéricos, yo me negaba a revelarle. Al concluirla se la di a leer a varios amigos muy cercanos, pero no a él. Y la causa era mi temor a su veredicto. Además de novelista, Villanes era un brillante crítico literario. Una sentencia desfavorable, por eso, significaría para mí el fin del sueño de aspirante a escritor. Como crítico, en efecto, Villanes hizo estudios de varias novelas de Ciro Alegría, su maestro, de cuya obra era especialista. Había sumado una bibliografía crítica extensa sobre, entre otros, César Vallejo, Ricardo Palma o Enrique López Albújar. Pero también de varios premios Nobel, uno de ellos, José Saramago, era además amigo suyo.

Cuando por fin le envié el manuscrito de mi novela, a la que tentativamente había titulado Hidalgos…, fue sugerencia suya cambiar esa palabra porque sonaba rimbombante y no necesariamente reflejaba el alma de la novela. En una larguísima conversación telefónica, me hizo varias observaciones —que corregí de inmediato—, pero el verdadero objeto de su llamada fue para animarme a publicar.

Al conocerlas, las personas nos resultan más complejas que su mera imagen. Y Carlos Villanes no era la excepción. Aún recuerdo su emoción cuando me contaba lo mucho que amaba la aviación y que estuvo a punto de ser piloto en vez de escritor. «También habría sido feliz», me dijo. Y recuerdo su risa pícara, llena de jovialidad, cuando bromeaba: habrías sido feliz, sí.

Entonces comprendí que era inevitable escribir en la primera página de Cautivos de mar y tierra —título que finalmente elegí para mi novela—: «A Carlos Villanes Cairo, maestro».

* Foto de cabecera: cortesía familia Villanes Córdova.

Publicado en Gatonegro N°37, abril de 2020.

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Entrevista al autor de Cautivos de mar y tierra

Primera obra en su tipo en la historia de Junín

La recientemente publicada novela Cautivos de mar y tierra (Acerva, 2017), de Juan Carlos Suárez Revollar, es una historia que transcurre en África Central durante la I Guerra Mundial. La interesante trama es también un proyecto muy ambicioso de su autor y promete hacerse parte representativa de nuestra literatura.

Una entrevista de: Luis Puente de la Vega Rojas

En esta época de planes lectores escolares, ¿podemos decir que Cautivos de mar y tierra funcionaría para ese público?
Cautivos de mar y tierra es en el fondo una novela de aventuras, un género que siempre ha tenido más empatía entre lectores jóvenes. Pero tiene un trasfondo algo más complejo, que sobrepasa la mera acción. Acaso sea por eso que permite diversas lecturas, en ocasiones completamente distintas entre sí. No sé si es buena idea ubicar las novelas según los nichos de mercado. Sí funciona, digamos, en términos editoriales. Lo que pasa es que por pensar así olvidamos que la literatura debiera ser universal y adaptable a cualquier lector sin importar sus rangos de edad, sexo o religión.

Juan Carlos Suárez Revollar, el autor de ‘Cautivos de mar y tierra’, en la biblioteca de su casa (Foto: dpto. de prensa Acerva Ediciones).

Coméntanos un poco sobre su gestación…
Cuando la empecé a escribir tenía en mente un proyecto diferente, que iba a ser incluso literatura fantástica. Pero la historia me arrastró por un contexto colonial en un estado de guerra. Una situación extrema transforma por completo al ser humano. Lo hizo con toda la trama de esta novela, con cada uno de sus personajes y, pensándolo bien, también conmigo. Ahora sé que lo mío es la narrativa realista. Ambientar una historia en un territorio lejano, hace cien años, implica mucha disciplina e investigación. Lo grato es cuando notas que los personajes se hacen cada vez más tangibles y casi los sientes respirar.

A pesar de lo difícil que es escribir un libro, la mayoría de autores coinciden en que el paso más complicado es la publicación.
Es un gran paso decidir que la novela a la que entregaste tanto tiempo y trabajo está lista para su publicación. A menudo uno anda tratando de alcanzar un estado utópico de perfección. Y no paras de releer y corregir, hasta que ya no puedes mejorar nada, sino solo transformar. Si con todo eso, el libro todavía funciona, debes entender que es hora de publicar.

La mayoría de narradores, incluido Vargas Llosa, ha empezado publicando cuentos por ser un formato más «amigable». ¿Por qué tú te aventuras a ir de frente a la novela?
Creemos que el cuento es más fácil que la novela por su brevedad, pero la intensidad que es capaz de alcanzar le quita todo lo amigable si eres exigente. Hay casos de escritores que han pasado años enteros batallando con un pequeño fragmento. Cautivos de mar y tierra es novela y no cuento porque la historia no podía presentarse de otra manera. Aborda muchos temas, parte de su trama ocurre en varios continentes e intenta profundizar en cada personaje. Como cuento eso habría sido imposible.

¿En definir eso tuvo que ver tu experiencia como editor de literatura?
Definitivamente sí. En los últimos cinco años he editado una veintena de novelas. En ese transcurso aprendí muchísimo. Y las observaciones que en ocasiones pedía corregir a sus autores, pues procuraba no cometerlas en Cautivos de mar y tierra. Ser editor duplica el nivel de exigencia con tu propia obra. Pero con todo eso, escribir esta novela fue una de las mejores experiencias que he vivido jamás.

Un punto importante de Cautivos de mar y tierra es que trata sobre la amistad, la lealtad y la condición humana, temas de por sí aristotélicos…
Precisamente por eso la literatura es universal. No importa de dónde vengamos ni cómo sea nuestra forma de vida, hay características propias del ser humano de las que jamás nos podremos desprender. Y la literatura las aborda, les da forma, reflexiona sobre ellas. ¿Cómo es, si no, que en pleno siglo XXI nos seguimos conmoviendo cuando el Quijote es apaleado por intentar traer algo de justicia a los hombres?

Cautivos de mar y tierra de Juan Carlos Suárez Revollar

¿El lector huancaíno tiene una predilección por la novela histórica?
Huancayo tiene una tradición literaria diversa y rica, de la que las novelas históricas son más bien las menos frecuentes. En narrativa el relato corto es el que predomina. Y en la poesía hay verdaderas piezas maestras. Ahora se vive un tiempo de cambio muy profundo a nivel social, que finalmente es el que determina la clase de literatura que se produce y lee. Lo bueno es que cada año se siguen publicando nuevas novelas en Huancayo. Eso significa que tenemos una literatura llena de vida.

Al sumergirme en Cautivos de mar y tierra me pareció sentir a Joseph Conrad y su novela El corazón de las tinieblas. ¿Es así?
Digamos que el punto en común de ambas novelas es que ocurren, al menos en apariencia, en un mismo espacio geográfico. Pero no creo que haya más coincidencias entre ellas. Se trata de historias y estilos completamente diferentes. Quizá la causa de esa impresión sea mi empeño en mostrar un deslumbramiento permanente por El corazón de las tinieblas y haberla mencionado en el apéndice del libro.

Para terminar, ¿por qué «cautivos»?
Desde el punto de vista de la novela, la cautividad es la del ser humano dentro de un entorno más grande, digamos por sociedades enfrentadas o incluso por la naturaleza. El hombre cree haberla dominado, y no hay nada más falso. Por eso los personajes de Cautivos de mar y tierra viven en constante tensión, rozando a menudo la muerte ya sea por enfermedades tropicales o a manos de sus semejantes. Y sobre todo eso, se impone la voluntad de vivir, la rebeldía para seguir adelante y no dejarse endurecer por las circunstancias. ¿Qué mejor sentimiento que la amistad para hacer frente a la inhumanidad de un mundo así?

Publicado en la revista El Huacón, edición 199, del 22 de mayo de 2017.

Entrevista a Ugo Velazco sobre ‘El bonsái Kobayashi’

El escritor Ugo Velazco, autor del volumen de cuentos ‘El bonsái Kobayashi’ (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

“Gran parte de lo que escribo procede de mis sueños”

Entrevista y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Conversamos con Ugo Velazco, ganador del concurso «El cuento de las mil palabras» 2018 —premio organizado por la revista Caretas— con «El bonsái Kobayashi» y autor del volumen de cuentos con el mismo título. En la siguiente entrevista nos habla de este libro y, además, nos contó sobre su método de trabajo en narrativa breve y gran parte de lo que ha sido la construcción de su obra literaria.

Al ver la cantidad de publicaciones que has hecho en tan poco tiempo, uno se lleva la imagen de que eres un escritor muy prolífico.
Escribo desde los 18 años, cuando estaba en la universidad. Yo escribía narrativa, pero nadie lo sabía. Todos creían que solo hacía poesía. Escribía sin tener demasiadas lecturas; si vale el término, empíricamente. A los 20 años entregué mis cuentos a un amigo y me dijo que debía publicarlos. Publiqué mi primer cuento en 2012, en El tiempo de los muertos. Entonces tenía un conjunto de 25 cuentos. Es un libro que tuvo tres ediciones ya agotadas.

¿Cómo alternas tu producción literaria entre el cuento y la poesía?
A los catorce años empecé escribiendo un cuento feo, horrible. Yo no sabía lo que era un cuento. Aprendí de Oswaldo Reynoso. Escribo poemas desde los 15 años, una poesía muy adolescente. En la universidad constituí un grupo literario, centrado principalmente en la poesía. Era para nosotros más emotiva, más directa. Entonces yo escribía cuentos en forma oculta; poesía y cuento al mismo tiempo. Leía a narradores pero más a poetas. Ambos géneros pueden calificarse diferentes, pero en el fondo tienen muchas semejanzas, son parientes muy cercanos.

‘El bonsái Kobayashi’, volumen de cuentos del escritor Ugo Velazco (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

La mayoría de tus cuentos abordan temas fantásticos, pero también tienen un cierto halo de absurdo.
Sucede que gran parte de lo que escribo procede de mis sueños. He heredado ese don de mi madre que, creo, tiene algo de bruja. Ella me enseñó a interpretar los sueños. Es como si yo estuviese consciente y tomando nota de lo que sueño. Mi cuento «El sobre rojo» es absurdo porque salió de un sueño. Al despertar le di forma, quité, agregué, pero el sueño está ahí. Parto del supuesto: «¿qué pasaría si un objeto del sueño llega a trasponer ese umbral y aparece en la realidad?».

Otros cuentos del libro también tienen un ambiente muy de pesadilla, desde «El bonsái Kobayashi», «La pesca» o «La tía Berenice»…
O también el cuento «Rigoberto ya estaba muerto», que toca el tema de la brujería, el daño, el maleficio; en este caso, del hijo contra el padre. Hay ahí una atmósfera tétrica. Mi segundo libro, precisamente, se titula El daño; donde hay otro cuento que trata de un danzante de tijeras y un hechizo.

En los cuentos de El bonsái Kobayashi tú tienes preferencia por los personajes narradores, e incluso se diría que son ellos los protagonistas.
Me gusta la primera persona porque se acerca más al lector. Hay como un diálogo entre ambos, como cuando alguien cuenta un chisme a otro. No me gusta la tercera persona porque se entromete.

Otro aspecto que llama la atención es el de tus protagonistas, a menudo niños, que se desplazan al espacio de un personaje ya mayor y extremadamente enigmático.
Mis personajes preferidos son siempre niños y ancianos. Los veo mucho más interesantes que los jóvenes o adultos. Los niños son la representación de lo puro, lo nuevo, lo ingenuo. Y los viejos están al otro lado; a puertas de conocer aquello que tanto tememos e ignoramos. Un viejo no solo representa la sabiduría, sino posiblemente el conjunto de todos los vicios y males que ha acumulado a lo largo de su existencia. Hacerlos encontrar en un cuento no solo es interesante, sino necesario. Por ejemplo en «El bonsái Kobayashi», el niño es asimilado, poseído, transformado por el viejo.

Se respira en estos cuentos un ambiente de decadencia: hay casas que están por caer, objetos acumulados y empolvados por los años y el desuso.
El tiempo es para mí un tema muy inquietante, terrorífico. En mi libro El tiempo de los muertos hablo de la taxidermia, o desapariciones. Inconscientemente siento que es un mecanismo de defensa para hacer frente al paso del tiempo. Me asusta el paso del tiempo y que nosotros no podamos hacer nada. Por su causa se muere la gente. Las casas viejas o los objetos empolvados son una manifestación del paso del tiempo.

Y precisamente el tiempo protagoniza «Las casualidades no existen», un cuento de ciencia ficción que nos remite a Aldous Huxley, pero principalmente al  Arthur Clarke de El centinela y 2001. Una odisea del espacio
Leer a Huxley hizo que mi temor al tiempo se hiciera casi patológico. Yo he sido siempre pesimista. Por más que el ser humano se esmere en hacer bien las cosas, nuestro destino ya está marcado. Soy muy aficionado a la astronomía y siempre me aterraron los agujeros negros. Por eso me preguntaba para qué estamos aquí, quizá nunca debimos haber existido. Los mismo me pasa cuando leo el Apocalipsis, porque también quería ser sacerdote.

¿Aún crees en Dios?
Sí, pero mi dios es extraterrestre. No es el dios cristiano. Empecé por ahí, pero ahora creo que es una gran mentira. Si hay un dios, debe ser uno muy parecido a nosotros, solo que con un nivel de desarrollo muchísimo más adelantado. Un poco de ahí es de donde sale el cuento «Las casualidades no existen». Si padecemos el impacto de un cometa o asteroide, yo me pregunto qué probabilidad hay de que en todo este infinito universo dos cuerpos choquen, habiendo tanto espacio. Si sucede, tiene que ser premeditado por alguien con potestad sobre los astros. Nosotros somos el proyecto de alguien. En mi cuento, la imagen del dios no es omnipotente, porque él tiene un baúl. Y este dios se parece a mi abuelo. Cuando yo era pequeño tenía prohibido entrar a un cuarto en casa de mis abuelos donde había un baúl antiguo.

Ya en cuanto a tus preferencias de autor, ¿solo escribes cuentos fantásticos o tienes relatos realistas aún no conocidos?
El 95 % de lo que escribo es fantástico o absurdo. La razón es porque la fantasía me ofrece más posibilidades y recursos para construir una ficción. El realismo, por otra parte, me limita. Yo le tengo un poco de recelo, quizá porque cuando iba a la universidad leía mucha literatura rusa contestataria, política, reivindicativa, y no me puedo quitar de la cabeza esa figuración de literatura realista.

¿En qué se diferencian tus cuentos de los de, digamos, Borges, Cortázar o Arreola?
Cuando publiqué El tiempo de los muertos me dijeron que eso era Borges, aunque cuando escribí ese libro apenas había leído un par de cuentos suyos. Mis cuentos, por el hecho de ser literatura fantástica, guardan mucha relación con lo que se ha escrito antes. No creo ser tan original en ese sentido. Sí tengo cierta originalidad en el sentido de que mis cuentos hablan de desapariciones, más que de la muerte. Para mí la desaparición es más trágica que la muerte, porque es un poco absurda. Por ejemplo en «La tía Berenice», en cuanto a la desaparición de Cintia, solo está en el ámbito de la fantasía que se convirtió en una gata. O que la convirtieron. Pero lo importante es que ha desaparecido. Dejó de ser humana para ser un animal. En la muerte al menos queda el consuelo de tener un cuerpo, pero cuando uno desaparece, hay absurdo. Mis cuentos se orientan hacia eso.

Ugo Velazco, autor del volumen de cuentos ‘El bonsái Kobayashi’ (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

¿Cómo manejas el desenlace en los cuentos del libro y en tu estilo general como narrador?
Me cuesta bastante. El final es la cereza del pastel. Si no manejas un buen final, lo que has ido construyendo con esmero podría fracasar. Yo prefiero los finales abiertos, porque la vida es así. Siempre seguirá ocurriendo algo después. También hay finales absurdos, como la renuncia en «El sobre rojo», es una locura que aparezca en la realidad un sobre que el personaje soñó. O quizá renuncia por estrés, porque el trabajo lo estaba aplastando. El mejor final es uno que fluye naturalmente, que no sea ambiguo, pero que tampoco deje satisfecho al lector. Yo no quiero a un lector que sea feliz al momento de terminar mis cuentos. Quiero a un lector con más dudas que cuando empezó a leer, y que me odie, que reniegue.

Me da la impresión de que el libro se ambienta en una especie de Huancayo o en una ciudad inventada que se le parece muchísimo.
Sí, mi escenario es Huancayo, es nuestra región. No por regionalista, sino porque es lo que yo conozco. Pero no es un Huancayo realista, al pie de la letra. He construido una ciudad paralela donde pueden pasar estas historias. Tengo un cuento donde mi personaje se sitúa entre el Jirón Loreto y la Calle Real, donde hay un reloj desde hace años que siempre me ha inquietado. El Huancayo que describo es muy parecido al real.

¿Para terminar, a qué otros autores percibes como futuros clásicos en la literatura de Junín?
En poesía estamos en una escasez tremenda. No podría decir un nombre de alguien que ya tenga una voz poética, pero sí hay algunos que tienen cierto valor. Clara Trilce tiene poemas muy buenos. Y por lo que he podido ver en estos últimos años, ha habido un aumento de narradores, pero no creo que estén trabajando con la disciplina necesaria. Pareciera que lo toman como un hobbie o un medio para tener presencia en los medios o redes sociales. Sin embargo, si yo tengo que hablar sobre un trabajo serio, en primer lugar está tu novela [Cautivos de mar y tierra]. Me parece que con su aparición, el año pasado [2017], se ha recuperado una línea que había descendido en calidad. Yo como editor he recibido montones de novelas, pero que realmente eran el borrador del borrador. Pero tu libro ha marcado una distancia enorme y sirve como modelo para los jóvenes que están escribiendo ahora en cuanto a la calidad estricta y tratamiento de la imagen y muchas cosas. Hay también un muchacho que escribió varias novelas inéditas, Jefferson Gomez, con el que tengo muchas expectativas. En cuento es muy bueno. Hay otro, Eduardo Tácunan, que me recuerda a mí cuando era universitario. Él tiene mucho talento y un uso del lenguaje serio y que, si le pone mucha disciplina, será toda una promesa.

Una entrevista exclusiva para jcsuarez.com.pe

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Crítica de literatura: Trampas para incautos (de Yeniva Fernández)

Las ficciones de los soñadores

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Trampas para incautos, primer libro de Yeniva Fernández (Revuelta Editores, 2009).

Trampas para incautos (Revuelta Editores, 2009), primer libro de la escritora limeña Yeniva Fernández (1969), tiene historias —como tales— bien planteadas. Todos los cuentos están escritos con mucha sensibilidad y con un fondo donde la cotidianidad se entremezcla con la fantasía, sin perder por eso su realidad.

El libro se divide en dos partes. La primera se titula Las trampas a mediodía, donde hay relatos de cierto interés: que tocan temas como el abandono y la soledad en “Quédate a dormir”; las trampas de la muerte, en “Palomas”; o la resignada impotencia del eterno pelele, en “Lo mejor para Mario”.

Sin embargo, lo mejor del libro está en la segunda parte, titulada Las trampas de la neblina, donde destaca largamente “Casa adentro”, cuento cortazariano, de naturaleza fantástica, con una poderosa atmósfera, una historia sólida y —salvo algunos tropiezos— muy bien contada. Otros relatos bastante buenos de este grupo advierten una aterradora claustrofobia en “Una calle”, la idea del doble gracias a un hábil artificio técnico, en “Díptico”, y la figura de la Muerte en “El acompañante”, que aunque bastante bien narrados, adolecen, como la mayoría de todos los demás cuentos del libro, del defecto de no tener un final demasiado efectivo.

Hay además buen número de descuidos en la parte lingüística y ortogramatical —responsabilidad seguramente del editor— que dificultan la lectura fluida de los cuentos. En unos casos se pierden buenas historias por la ejecución un tanto inexperta, como en “Sierra norte” y en “Esa oscuridad que regresa”, que habrían mejorado de ser más breves; en otros por el exceso de descripción o por el afán de explicar demasiado.

Sin embargo, visto como un todo, Trampas para incautos es un libro que emana mucha simpatía, que funciona y permite vislumbrar un promisorio futuro de su autora.

Publicado en el suplemento cultural Solo 4 del diario Correo de Huancayo el 12 de junio de 2010.