Crítica de literatura: Algunos cuerpos celestes, de Augusto Effio

Portada del volumen de cuentos Algunos cuerpos celestes (Peisa, 2019), de Augusto Effio.

Una tristeza gastada bajo el cometa Halley

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Hay en Augusto Effio (Huancayo, 1977) un estilo ya reconocible desde sus primeros cuentos y, lo más importante, un mundo narrativo propio. Entre sus vertientes temáticas presenta personajes que parecen cultores del timo y la falsificación como un modo de lidiar con la derrota. Se trata en muchos casos de una derrota que se arrastra desde los padres, quienes se van hundiendo lenta, pesadamente, llevando consigo a sus hijos y, pronto, heredándoselos. Este tópico era abordado en «Un parpadeo de Gene Hackman», que forma parte de Lecciones de origami (2006), su primer libro, y que el autor retoma en el cuento que da título a Algunos cuerpos celestes (Peisa, 2019): una mirada sarcástica a la industrialización de la estafa. No debería sorprender al lector esta coincidencia puesto que ambos relatos datan de la misma época, si bien «Algunos cuerpos celestes» se publica por primera vez.

Una de las diferencias mayores entre ambos libros es la inclusión en este último de un contexto más bien político y social copiado de la realidad peruana noventera. Así, con tono resignado, el narrador ve un lejano régimen cuya ineficiencia acaba por echar abajo la economía nacional y, de paso, el futuro de las gentes, a las que la propia Providencia parece empeñada en arrebatar cualquier atisbo de triunfo. Otras dos aristas de esa sociedad en crisis son la prensa y la televisión abordados en «Sacaojos» y «Berisso y el Oso Maldonado». En particular este último se nutre de la influencia de la novela negra y hasta se siente como un remake de L.A. Confidential, de James Ellroy. Pero en vez de una mafia dedicada a fabricar réplicas de Marilyn Monroe o Rita Hayworth para prostituirlas, esta lo hace con vedettes y presentadoras televisivas peruanas de esa década. Y aunque sus nombres están cambiados, son fáciles de identificar con estrellas y políticos peruanos. Este es el mayor logro del libro, pues consigue trascender la realidad ficticia para situarnos en un simulacro de realidad real. Por primera vez, el autor recurre al habla coloquial semilumpen, apropiado a una trama y personajes sórdidos, resignados, nostálgicos por un pasado que conciben más ilustre. «Sacaojos» profundiza más todavía en ese mundo, esta vez desde la prensa, con un periodiquito dirigido por una suerte de Borges-periodista rapaz y taimado que saca ventajas hasta de su ceguera, con el que el personaje narrador se ha emparentado.

El libro es también —a través de «Si juegas el domingo te incendio la casa»— un retorno de Effio a San Cristóbal, esa ciudad ficticia donde ocurren varias de sus mejores historias que, se dice, incluyen más cuentos y una novela que —aún— no considera publicables. Algunos cuerpos celestes contiene además dos cuentos ya clásicos de Effio que aparecen de vez en cuando en medios diversos: «Familia de cuervos», de tema fantástico, y el que le dio el segundo lugar en el premio internacional Juan Rulfo: «Dos árboles».

Es de resaltar que aunque las obras completas de Augusto Effio no superan unos quince relatos publicados, bastan para situarlo como el mejor cuentista que ha dado Junín.

Publicado en revista Gatonegro N°31. Setiembre de 2019.

Crítica de literatura: El gran Gatsby (de Francis Scott Fitzgerald)

Los fantasmas que respiran sueños

Juan Carlos Suárez Revollar

Primera edición de El gran Gatsby (1925).

Como el propio Francis Scott Fitzgerald, Jay Gatsby trataba de impresionar a la alta sociedad. Eso explica las enormes fiestas y los pantagruélicos banquetes que organiza en su palacete para arribistas, aprovechados y unos pocos ricos. Su verdadero fin es atraer a Daisy Buchanan, la muchacha a la que amó en su juventud, pero que ahora está casada con un tipo rico y petulante —Tom—, quien es en el fondo bobo y risible. Esa es parte de la esencia de El gran Gatsby, la mejor novela que escribió Fitzgerald, allá por 1925.

La personalidad de Gastby es peculiar. Ha construido un mito sobre sí mismo, y una fortuna a partir de la nada —aunque hay pocos detalles, el romántico y platónico Gatsby se ha hecho un gángster como aquellos que pueblan las novelas negras publicadas por la misma época—, únicamente para disponer del dinero necesario que le permita recuperar a Daisy, y a ese pasado en que se amaron, poco antes de separarse por ser él un pobre diablo sin fortuna. Quiere también, ingenuamente, borrar el pasado de Daisy en que ella no lo amó a él, sino a su marido. Desde su mismo nombre —el verdadero parece ser James Gatz—, mucho de lo referente a él es inventado. Así, la realidad se diluye hasta casi desaparecer, salvo por aquellos sucesos que nos devuelven a ella de golpe.

Caricatura de Fitzgerald encarnando a Gatsby.

Para dar sustancia a lo que, desde el inicio, es una historia de ensueños, Fitzgerald eligió al afable Nick Carraway como personaje narrador. Desde este punto de vista nos hace el retrato de la alucinada Nueva York anterior a la Gran Depresión. Así, somos testigos de la opulencia de la época, de las desenfrenadas fiestas, y de la serie de prodigiosos sucesos que conforman la historia de amor que es la novela. En realidad, los personajes (cínicos, egoístas, deshonestos, desvergonzados, arribistas, frívolos y ridículos) son peores de como los describe Nick, pues el autor hace muchas concesiones a través de la gentileza de su narrador, quien acaso queriendo, oculta detalles porque también él, en cierta forma, tiene los mismos defectos que los otros. El mundo de la novela es de gentes interesadas, pues es también el interés el que acerca a Gatsby y Nick, al ser éste primo de Daisy, y por eso, el perfecto intermediario para volver a trabar relaciones con ella.

Hay asomos de Fitzgerald en Gatsby, pero también en Nick. Los tres viven deslumbrados por esa extraña raza a la que pertenecen los ricos, y poco más o menos, son sus víctimas. A lo largo de la novela Nick se va desencantando y regresa finalmente a su ciudad, derrotado en su empeño inicial, y asqueado de la sociedad a la que se introdujo, deseoso de hacer fortuna, y donde sentimentales como Gatsby o él no podrían encajar. Ha sido esa sociedad la que ha matado a su amigo, mientras Wilson, el lunático con la pistola, era apenas un instrumento, pero no del marido de Daisy, sino del destino (hay un error de Fitzgerald aquí, pues el encuentro de Wilson y Tom, en que se supone éste envenena el alma del primero para que mate a Gatsby, no tiene cómo ser conocido por el personaje narrador, y por eso mismo, no podría incluirse en su relato). Sólo Nick comprende que Gatsby, en medio de los cientos de desconocidos que se sirven a sus expensas, ha estado siempre solo. Y en las últimas páginas, ya con el impotente acompañamiento del lector, ello reluce más aún.

Francis Scott Fitzgerald (Minnesota, 1896 – California, 1940).

Al igual que algunos de sus personajes más memorables, Fitzgerald creía en el dinero como la vía para alcanzar la felicidad. Cuentos suyos como «Sueños de invierno», «Lo más sensato» o «Dados, nudillos de hierro y guitarra» tienen a un joven, pobre pero emprendedor, que ama, sueña y choca estrepitosamente contra la barrera que le imponen los ricos. En El gran Gatsby los personajes deambulan intentando concretar sus ilusiones. Y Gatsby en particular se entrega a ellas, el todo por el todo, hasta su derrota final, en que pierde a Daisy y la vida. A fin de cuentas, como lo dice en la novela, puede que todo aquello que nos rodea no sea más que «un nuevo mundo, material sin llegar a ser real, donde los pobres fantasmas respiran sueños en vez de aire».

F. SCOTT FITZGERALD
Nacido en Minnesota en 1896, es junto a William Faulkner, John Dos Passos y Ernest Hemingway uno de los grandes representantes de la novela norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Es autor de A este lado del Paraíso (1920), Suave es la noche (1934), El último magnate (1942); Flappers y filósofos (1920), Cuentos de la era del Jazz (1922), entre otros. El gran Gatsby (1925) es su novela más famosa. Murió en California en 1940.

Publicado en el suplemento cultural Solo 4 del diario Correo de Huancayo, el sábado 18 de junio de 2011.