Crítica de literatura: Incendio en el Valle Azul, de Carlos Villanes Cairo

Portada de la primera edición de la novela ‘Incendio en el Valle Azul’, de Carlos Villanes Cairo.

La novela de los salvadores de árboles

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Incendio en el Valle Azul (Acerva Ediciones), la nueva novela de Carlos Villanes Cairo, ocurre entre dos ciudades, donde cientos de personas luchan para salvar a los árboles. Por un lado, seres más bien frágiles —niños y ancianos— enfrentan a los funcionarios municipales que quieren tumbar los árboles de una avenida limeña para construir más estacionamientos. Por el otro, los habitantes de Santa Rosa de Ocopa y las ciudades colindantes, en la sierra peruana, intentan sofocar un gran incendio forestal que amenaza destruir el bosque del Valle Azul.

Los verdaderos protagonistas de la novela son Diego y Marina, dos niños de personalidad fuerte y carácter decidido, quienes parecen inspirar a sus mayores para lanzarse a enfrentar la inexorable destrucción de la naturaleza por causa de una modernidad irracional. Son ellos, además, quienes permiten enlazar los dos escenarios de la novela. Por ese lado, el libro denuncia la práctica de acabar con los árboles para reemplazarlos por infraestructuras de hormigón y concreto en las ciudades y por campos de cultivo en entornos rurales.

A través de Marina y Diego, la novela demarca un entorno preadolescente que entra en colisión con el rígido mundo adulto. Por eso es elocuente su empatía con seres ajenos a ese mundo: los perros —con uno de los cuales hasta parecen poder comunicarse— y los ancianos, quienes más bien ya dejaron de pertenecer a él.

Hay una personalidad colectiva que enfrenta al incendio, que bien podría ser una recreación de los grandes desastres a los que gentes de todas las clases intentan mitigar. E incluso aparece una subtrama policial que resuelve la historia. Sin embargo, lo que mejor se desarrolla en la novela es esa condición de desamparo en que cae Marina desde la pérdida de su casa por causa del incendio. Puede que sea esa la razón para integrarse con los otros niños y, a su vez, que aflore la luchadora que lleva dentro. Mención especial merece el perro Bruno, cuya presencia muestra una sensibilidad especial de los niños para conectar con él. Pero también encarna el valor solidario hacia los animales en situación de abandono que, rescatados, pueden devolver amistad, gratitud y una fidelidad ilimitada hacia sus salvadores.

¿Incendio en el Valle Azul se limita a ser un manifiesto ambientalista? Novelista de larga experiencia, Villanes Cairo se las arregla para construir una narración con personajes que van creciendo y transformándose según el acontecer de los hechos. Ellos son, en el fondo, un puñado de héroes de a pie que, entre esa rebeldía propia de aquellos que luchan por sus ideales, acaban por edificar una sociedad mejor.

Después de muchos libros, Incendio en el Valle Azul es el retorno de Villanes Cairo a la literatura que ocurre en la región peruana de Junín, la tierra donde nació.

Publicado en Gatonegro N°33, noviembre de 2019.

Crítica de literatura: Stieg Larsson, «Millenium»

El reino de los malditos

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Una mirada rápida a las tres partes de la trilogía Millennium parecería mostrar que los personajes son, en todos sus niveles, infames gentes de alma retorcida, con desórdenes sicológicos, intolerancia, corrupción o simplemente avaricia, a las que Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist se empeñan en combatir. Cualquiera de las tres puede leerse de manera independiente, aunque hacerlo secuencialmente configura un todo de amplia solidez. Fueron publicadas poco después de la repentina muerte de su autor, el periodista y escritor sueco Stieg Larsson, con los distintivos títulos de Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Lisbeth Salander es una heroína inconfundible: con una extraña moralidad y de temperamento indoblegable, es poco comunicativa, bajita y muy delgada, llena de tatuajes y piercings y con el cabello cortado a cepillo. Viste vaqueros negros y chaquetillas de cuero con broches de acero, a la usanza de los punkis. Gracias a su increíble habilidad para reunir información y a sus conocimientos informáticos, es capaz de acceder a cualquier computadora y, por ende, a los secretos de sus propietarios (sean estos sus rivales o aliados). Esa característica le permite un nivel de omnisciencia que no alcanza ningún otro personaje en toda la trilogía. Su partner —y a su modo, su contraparte— es el periodista Mikael Blomkvist, diestro investigador y cabeza de la revista Millennium, un medio independiente y muy comprometido a la hora de denunciar a corruptos, sinvergüenzas y rufianes. Es únicamente con la combinación de esfuerzos que ambos son capaces de hacer frente y vencer a aquellos despreciables empresarios, miembros del gobierno y hasta delincuentes cuyas actividades tienen un rasgo común: violan los derechos de los otros y, en la mayoría de los casos, son misóginos, racistas o sicópatas con poder. Pero Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist no están solos. Junto a ellos hay un puñado de personajes que se juegan el futuro profesional, y aun la vida, para defender a una desconocida, por ejemplo, de la injusticia de la que ha sido víctima a lo largo de su vida, primero por un intocable padre lunático y misógino, y después por unas autoridades corrompidas hasta niveles extremos. Ese es el «bien» y el «mal» que se ha retratado tan puntillosamente en la novela: el primero vulnerable, altruista y desinteresado, cuya única arma es el buen periodismo; y el segundo dotado del poder político más infecto, de manipulación, ocultación e incluso de control de la vida y la muerte.

Un tema central de la novela es la misoginia, extendida como una epidemia en todos los estratos sociales —sobre la que Lisbeth Salander es particularmente sensible—; pero también las feroces relaciones familiares y en particular las que van en la senda padre-hijo. Hay muchos personajes memorables, como Zala, en la segunda parte, a quien es imposible no relacionar con Kurtz, de El corazón de las tinieblas, así como el dueto Salander-Blomkvist.

Los hombres que no amaban a las mujeres es una historia en la misma línea que las de Agatha Christie. Se enmarca en el viejo subgénero policial del «recinto cerrado», pero en vez de una habitación o una casa, los hechos a investigar han ocurrido casi cuarenta años atrás en una isla. Si bien Millennium arranca como un policial convencional —al menos lo es en su armazón más superficial—, en la segunda y tercera parte de la trilogía se termina convirtiendo en un híbrido de novela de espionaje y thriller político, donde los personajes luchan contra un complot de magnitudes internacionales, y ocurren hechos de tal inverosimilitud que, a no ser por la extraordinaria pericia del autor, se estropearía la historia completa. Precisamente, la trama se ha construido siguiendo cánones formales propios de la novela de aventuras, con acción creciente, acentuada por la alternancia de hechos simultáneos —y a su vez, de puntos de vista— en los bloques aislados que son la base de su estructura; aunque, claro, Larsson incorporó también elementos de casi todos los subgéneros policiales.

La organización formal es sencilla, y a grandes rasgos, incluso lineal, salvo en los pequeños retrocesos al pasado para explicar algo más sobre un hecho o un personaje, lo cual dota de profundidad a cada arista de la historia. Las técnicas narrativas presentes son de lo más diversas, y abarcan desde aquellas más comunes, como el dato oculto (podría decirse que la trilogía completa está construida con base en el ocultamiento temporal de información al lector), hasta las cinematográficas: el ojo móvil, el travelling o la cámara lenta. Por eso secuencias enteras tienen un aparente caos en el punto de vista, que salta de un personaje a otro. Lo que no hace ininteligible a la novela es que Larsson jamás pierde el hilo conductor de la historia.

Muchas veces el éxito de difusión de una novela obedece a factores tan azarosos que difícilmente tienen que ver con su calidad. Pero en el caso de Millennium es perfectamente justo, como ocurriera en su tiempo con otras grandes novelas de Víctor Hugo, Tolstoi o Balzac.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4, del diario Correo, el 17 de marzo de 2012.