Vargas Llosa: El fin del Boom

Con el fallecimiento de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 – Lima, 2025) se cierra una de las generaciones más talentosas —y exitosas en términos editoriales — de toda la literatura latinoamericana. Un Premio Nobel tardío refrendó la valoración que su obra había adquirido en el mundo entero y que hoy lamenta su muerte.

Juan Carlos Suárez Revollar

Varias identidades definen a un escritor. Pero en Mario Vargas Llosa destacaban dos: el escritor e inteligentísimo intelectual. Y el político. A menudo ambas se superponían, aunque por sobre todo siempre iba a quedar el escritor. Política es una de sus obras maestras: Conversación en la Catedral —escribió varias, además—. Santiago Zavala, el universitario y más tarde periodista en busca, él también, de una identidad. En el fondo, la novela es una radiografía del poder durante una dictadura peruana —otra más—: la de Manuel A. Odría.

La década del sesenta fue la más productiva para él. De 1963 es La ciudad y los perros, de 1966 La casa verde y de 1969 Conversación en la Catedral, sin contar el genial relato Los cachorros, de 1967. Podría decirse que lo mejor de su obra se escribió en esos años. Son novelas donde la técnica acaba siendo protagonista —escritor joven e impetuoso, al fin—, a menudo con reinterpretaciones de esas mismas herramientas narrativas que hicieron grande a su admirado William Faulkner. Los fans de Vargas Llosa deben de conocer hasta el cansancio la historia de su amistad y luego enemistad con Gabriel García Márquez, cuyo compañerismo arrancó —cada uno con nueva novela bajo el brazo— cuando el premio Rómulo Gallegos fue concedido a La casa verde, casi al mismo tiempo del fenómeno literario que iba a ser la publicación de Cien años de soledad.

Se podría atribuir la calidad de una obra al talento. En Vargas Llosa a eso se le añadiría su enorme voluntad de trabajo: escribir, corregir, reescribir, volver a corregir… Y la documentación clara y minuciosa. Ese es uno de los mayores legados para sus seguidores: aprender a ponerle mucho, muchísimo trabajo a la literatura, repletarla de pasión pero sin perder la objetividad. Y tener presente que el escritor perezoso difícilmente hará buena literatura.

Por esos años abandonó su militancia en la izquierda y viró a la derecha. ¿Acaso la política no es parte de la condición humana? ¿No tiene el escritor no solo el derecho, sino el deber de asumir una posición política? Se negó a apoyar a Fidel Castro y denunció la dictadura de Juan Velasco. Ya en los setenta escribió algunas novelas todavía valiosas: Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor, ambas humorísticas y, por eso, lejanas a la seriedad de su estilo inicial que él mismo atribuía a la influencia de Jean Paul Sartre, a quien comenzaba a cuestionar.

Y en 1981 llegaría su otra obra maestra: La guerra del fin del mundo. Si bien en la forma aún tenía paralelos con sus novelas de los sesenta, algo había comenzado a cambiar en ella: la historia, la anécdota, empezaba a predominar sobre la técnica. Esta novela llegó tarde porque al año siguiente García Márquez recibiría el Nobel: después de eso era poco probable que se concediera el premio a otro escritor del Boom. Habrían de pasar casi tres décadas para que, al fin, la Academia Sueca se lo otorgara. Entre tantas premiaciones polémicas, la de Vargas Llosa iba a parecer justa y merecida.

Se dice que un artista no es capaz de crear dos veces una gran obra. Después de La guerra del fin del mundo Vargas Llosa se había desgastado. Por esos años escribió Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Lituma en los Andes y tocó fondo con Elogio de la madrastra. Aunque de mucho interés, todas acababan opacadas por sus grandes novelas. En particular las novelas eróticas Elogio de la madrastra y su continuación Los cuadernos de don Rigoberto están muy por debajo del talento que había mostrado en los sesenta.

Y en los ochenta también volvería el Vargas Llosa político —nunca había desaparecido del todo—, convocado para presidir la comisión que investigó la masacre de Uchuraccay. El informe fue por demás polémico y muy criticable hasta ahora. Y el político iba a regresar para enfrentar a Alan García en defensa de la banca. Aquello desembocó en una candidatura que siempre lo tuvo como el próximo presidente del Perú. Su aventura política terminó en un desastre tras su derrota electoral frente a Alberto Fujimori y, poco después, con la deserción de sus cuadros que acabaron trabajando para la dictadura —otra vez— que empezaba a consolidarse. Pero la experiencia le dio el material para el que iba a ser uno de sus dos mejores libros de los noventa: El pez en el agua, una memoria personalísima de su niñez y juventud en contrapunto con la campaña política. Su último gran libro llegaría a finales de esa década: La fiesta del Chivo, nuevamente sobre otra dictadura, la de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Esta novela, además, delineaba a un enorme personaje femenino, el mejor de toda su obra narrativa.

Desde entonces, si bien iba publicando nuevas novelas cada cuatro o cinco años, ya ninguna alcanzó la talla de las anteriores. Narrador con mucho oficio y pericia, había sido derrotado por su yo del pasado: más joven, ambicioso y atrevido. Pero qué importaba, pues al escritor se le recordará por sus logros y no por sus desaciertos. Vinieron novelas de cierto interés como El Paraíso en la otra esquina, sobre Flora Tristán y su nieto Paul Gauguin; Travesuras de la niña mala, su tercera incursión en la novela erótica; El sueño del celta, su novela-homenaje al activista por los derechos humanos Roger Casement, y que iba a coincidir con la llegada —al fin— del Premio Nobel. Iban a seguir viniendo, después, otras obras menores: El héroe discreto, Cinco esquinas y Le dedico mi silencio.

Lo había hecho todo. Lo había logrado todo. Qué importaba si sus libros ya no eran lo mismo. Y qué importaba si al final de su vida iba a contradecir los principios que habían regido su existencia: tolerancia cero a las dictaduras y autoritarismos, fueran de izquierdas o derechas. Qué importaba si comenzaba a alinearse con grupos antidemocráticos. Qué importaba, porque en un estante, bien al fondo, siempre estarían Conversación en la Catedral y La guerra del fin del mundo esperando el retorno de sus lectores. Y pese a los desencuentros, aún guardaríamos ambos libros con el afecto de la juventud y a la espera que los años, por fin, nos nublen la memoria para iniciar otra relectura.

DATO

Dos de sus novelas tienen estrecha relación con Junín: Historia de Mayta rememora una pequeña rebelión trotskista conformada por Alejandro Mayta y algunos estudiantes del colegio San José de Jauja. Este hecho, además, ya había sido abordado por el escritor jaujino César Núñez Arroyo en la novela Huajaco.

Lituma en los Andes también transcurre entre los cerros de Junín, durante el conflicto armado interno, aunque en un pueblo ficticio: Naccos, y cuya referencia está tomada de la historia del dios griego Dioniso y su relación con Ariadna en la isla de Naxos.

Publicado en Huanca York Times el 14 de abril de 2025.

Entrevista al autor de Cautivos de mar y tierra

Primera obra en su tipo en la historia de Junín

La recientemente publicada novela Cautivos de mar y tierra (Acerva, 2017), de Juan Carlos Suárez Revollar, es una historia que transcurre en África Central durante la I Guerra Mundial. La interesante trama es también un proyecto muy ambicioso de su autor y promete hacerse parte representativa de nuestra literatura.

Una entrevista de: Luis Puente de la Vega Rojas

En esta época de planes lectores escolares, ¿podemos decir que Cautivos de mar y tierra funcionaría para ese público?
Cautivos de mar y tierra es en el fondo una novela de aventuras, un género que siempre ha tenido más empatía entre lectores jóvenes. Pero tiene un trasfondo algo más complejo, que sobrepasa la mera acción. Acaso sea por eso que permite diversas lecturas, en ocasiones completamente distintas entre sí. No sé si es buena idea ubicar las novelas según los nichos de mercado. Sí funciona, digamos, en términos editoriales. Lo que pasa es que por pensar así olvidamos que la literatura debiera ser universal y adaptable a cualquier lector sin importar sus rangos de edad, sexo o religión.

Juan Carlos Suárez Revollar, el autor de ‘Cautivos de mar y tierra’, en la biblioteca de su casa (Foto: dpto. de prensa Acerva Ediciones).

Coméntanos un poco sobre su gestación…
Cuando la empecé a escribir tenía en mente un proyecto diferente, que iba a ser incluso literatura fantástica. Pero la historia me arrastró por un contexto colonial en un estado de guerra. Una situación extrema transforma por completo al ser humano. Lo hizo con toda la trama de esta novela, con cada uno de sus personajes y, pensándolo bien, también conmigo. Ahora sé que lo mío es la narrativa realista. Ambientar una historia en un territorio lejano, hace cien años, implica mucha disciplina e investigación. Lo grato es cuando notas que los personajes se hacen cada vez más tangibles y casi los sientes respirar.

A pesar de lo difícil que es escribir un libro, la mayoría de autores coinciden en que el paso más complicado es la publicación.
Es un gran paso decidir que la novela a la que entregaste tanto tiempo y trabajo está lista para su publicación. A menudo uno anda tratando de alcanzar un estado utópico de perfección. Y no paras de releer y corregir, hasta que ya no puedes mejorar nada, sino solo transformar. Si con todo eso, el libro todavía funciona, debes entender que es hora de publicar.

La mayoría de narradores, incluido Vargas Llosa, ha empezado publicando cuentos por ser un formato más «amigable». ¿Por qué tú te aventuras a ir de frente a la novela?
Creemos que el cuento es más fácil que la novela por su brevedad, pero la intensidad que es capaz de alcanzar le quita todo lo amigable si eres exigente. Hay casos de escritores que han pasado años enteros batallando con un pequeño fragmento. Cautivos de mar y tierra es novela y no cuento porque la historia no podía presentarse de otra manera. Aborda muchos temas, parte de su trama ocurre en varios continentes e intenta profundizar en cada personaje. Como cuento eso habría sido imposible.

¿En definir eso tuvo que ver tu experiencia como editor de literatura?
Definitivamente sí. En los últimos cinco años he editado una veintena de novelas. En ese transcurso aprendí muchísimo. Y las observaciones que en ocasiones pedía corregir a sus autores, pues procuraba no cometerlas en Cautivos de mar y tierra. Ser editor duplica el nivel de exigencia con tu propia obra. Pero con todo eso, escribir esta novela fue una de las mejores experiencias que he vivido jamás.

Un punto importante de Cautivos de mar y tierra es que trata sobre la amistad, la lealtad y la condición humana, temas de por sí aristotélicos…
Precisamente por eso la literatura es universal. No importa de dónde vengamos ni cómo sea nuestra forma de vida, hay características propias del ser humano de las que jamás nos podremos desprender. Y la literatura las aborda, les da forma, reflexiona sobre ellas. ¿Cómo es, si no, que en pleno siglo XXI nos seguimos conmoviendo cuando el Quijote es apaleado por intentar traer algo de justicia a los hombres?

Cautivos de mar y tierra de Juan Carlos Suárez Revollar

¿El lector huancaíno tiene una predilección por la novela histórica?
Huancayo tiene una tradición literaria diversa y rica, de la que las novelas históricas son más bien las menos frecuentes. En narrativa el relato corto es el que predomina. Y en la poesía hay verdaderas piezas maestras. Ahora se vive un tiempo de cambio muy profundo a nivel social, que finalmente es el que determina la clase de literatura que se produce y lee. Lo bueno es que cada año se siguen publicando nuevas novelas en Huancayo. Eso significa que tenemos una literatura llena de vida.

Al sumergirme en Cautivos de mar y tierra me pareció sentir a Joseph Conrad y su novela El corazón de las tinieblas. ¿Es así?
Digamos que el punto en común de ambas novelas es que ocurren, al menos en apariencia, en un mismo espacio geográfico. Pero no creo que haya más coincidencias entre ellas. Se trata de historias y estilos completamente diferentes. Quizá la causa de esa impresión sea mi empeño en mostrar un deslumbramiento permanente por El corazón de las tinieblas y haberla mencionado en el apéndice del libro.

Para terminar, ¿por qué «cautivos»?
Desde el punto de vista de la novela, la cautividad es la del ser humano dentro de un entorno más grande, digamos por sociedades enfrentadas o incluso por la naturaleza. El hombre cree haberla dominado, y no hay nada más falso. Por eso los personajes de Cautivos de mar y tierra viven en constante tensión, rozando a menudo la muerte ya sea por enfermedades tropicales o a manos de sus semejantes. Y sobre todo eso, se impone la voluntad de vivir, la rebeldía para seguir adelante y no dejarse endurecer por las circunstancias. ¿Qué mejor sentimiento que la amistad para hacer frente a la inhumanidad de un mundo así?

Publicado en la revista El Huacón, edición 199, del 22 de mayo de 2017.

Crítica de literatura: Mario Vargas Llosa, Los cachorros

La decadencia y el valor de la virilidad latinoamericana

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Los cachorros es una de las novelas cortas más impactantes del último medio siglo. Esta nueva afirmación —por ser estrictamente personal— puede sonar dudosa: constituye el pico más alto de la obra de Mario Vargas Llosa, quien alcanzó con ella un nivel de perfección formal y estructural que supera largamente al resto de sus novelas (algunas de las cuales son genuinas piezas maestras).

Publicada en 1967, abarca desde la niñez hasta la adultez de cinco amigos miraflorinos. El centro de la narración es un integrante tardío del grupo, Pichulita Cuéllar, y en particular, lo que acontece con él tras el accidente —su tragedia, como los grandilocuentes planteamientos del estadounidense William Faulkner—. Haber sido capado por el feroz perro del colegio constituye el final de toda una etapa para él. De ser el alumno más brillante, capaz, perseverante y promisorio del grupo, con un brillante futuro en ciernes, se convierte —por los privilegios que le otorgan sus padres y maestros como compensación— en holgazán, inseguro, grosero y antipático. La causa es clara: la carencia del miembro viril lo obliga a estar en permanente autoafirmación. Es decir, a pretender demostrar que es el más fuerte, intrépido y osado, cualidades todas muy asociadas con la masculinidad latinoamericana.

Los cachorros es un audaz experimento en la presentación formal de los puntos de vista y del narrador. Vargas Llosa cuenta la historia a través de un narrador-testigo que fluctúa entre los cuatro amigos de Pichulita Cuéllar; y también entre la primera y tercera persona. El narrador omnisciente y los cuatro personajes-narradores toman la posta del relato de oración en oración, y aun dentro de una misma frase.

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936).

Gabriel García Márquez escribió que «en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje». Uno de los mejores ejemplos de tal afirmación se encuentra en el arranque de Los cachorros, donde se establece la multiplicidad de puntos de vista y de narradores-testigo, además del uso en una misma oración de la primera y tercera persona: «Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat».

La presentación cronológica de la novela es, en su mayor parte, lineal. Está organizada en seis capítulos, cada uno de los cuales comprende un ciclo de la vida del grupo: Cuéllar el niño modelo hasta el accidente; el inicio de la adolescencia; el final del colegio; desde los enamoramientos serios a la decepción con Teresita Arrarte; la desenfrenada y decadente vida del joven Pichulita Cuéllar hasta la resignación a quedar eunuco; y finalmente, los matrimonios y los umbrales del envejecimiento.

Pese a ciertas características individuales que insinúa el autor, los narradores mantienen más bien una personalidad grupal, que se superpone entre unos y otros, y absorbe a las respectivas novias en cuanto aparecen. Ya había un esbozo de este perfil entre los vecinos del Poeta, en La ciudad y los perros, aunque esta vez el tratamiento ha sido distinto, y el grupo ha ganado profundidad en desmedro de los individuos. Cuéllar es la excepción. Sus pensamientos y conflictos interiores nunca son revelados directamente, pero aparecen como indicios a partir de lo percibido por sus amigos, y de esa manera lo podemos conocer más que a nadie.

Vargas Llosa ha afirmado que Los cachorros es su obra con la mayor cantidad de interpretaciones críticas. Como en otros ejemplos de gran literatura, son todas válidas. Pero más que un significado o una tesis, se impone una breve novela que explora temas que también preocuparon a otros grandes novelistas de esta patria grande que es América Latina.

Hemingway & Faulkner en Los cachorros

Hay dos características saltantes de la prosa de Ernest Hemingway y William Faulkner. Mientras en el primero se encuentran diálogos sencillos, vivaces, construidos en contrapunto y aparentemente triviales pero de gran significación; en el segundo está la escritura densa, de oraciones extensas, donde diestramente se salta de punto de vista o de tiempo narrativo. Mario Vargas Llosa tomó ambas formas de contar una historia y, en un genial híbrido que es Los cachorros, integró las formas dialógicas y la fluidez narrativa de Hemingway en la compleja maraña —construida a partir de la intercalación de técnicas— de Faulkner (también habría que destacar como un antecedente los apartados titulados «El ojo de la cámara», de la Trilogía USA, de John Dos Passos).

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 8 de setiembre de 2012.

Crítica de literatura: Sostiene Pereira (de Antonio Tabucchi)

Esa oculta pasión por la libertad

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Sostiene Pereira fue publicada en 1994.

Contextualizada en la dictadura semifascista de Oliveiro Salazar, Sostiene Pereira (1994), del italiano Antonio Tabucchi (Pisa, 1943), es una novela política —acaso la mejor de las dos últimas décadas—, y un valioso documento sobre la represión a las libertades del individuo —a través de los ciudadanos que espiaban a sus vecinos y eran confidentes de la policía salazarista, por ejemplo— durante el «Estado Novo», que mantuvo sometido a Portugal por más de cincuenta años.

La narración es peculiar: está construida en forma de declaración, donde un anónimo interrogador deja constancia por escrito de aquella verdad que Pereira sostiene: su historia, en la Lisboa de 1938, seguramente acusado de algo (este dato queda oculto hasta el final de la novela). A través de ese personaje velado que hace de narrador, hay fragmentos en que el autor interviene con opiniones y juicios.

Pereira es un personaje solitario, resignado, indiferente y apolítico. Guarda una maniática fidelidad por su esposa muerta, a cuyo retrato habla y hasta hace consultas. En la página cultural de un periodiquito al servicio del régimen que está a su cargo —el Lisboa—, se ha convertido en poco menos que un elemento inofensivo, meramente decorativo, que trabaja desde su casa. Su mayor acto de sedición se limita a traducir y publicar a Maupassant y a Balzac, autores cuasivetados solo por ser franceses.

Antonio Tabucchi (Italia, 1943).

El elemento de quiebre se da con la aparición de Monteiro Rossi, un joven al que Pereira contrata para ser su asistente como redactor de necrológicas (obituarios adelantados), pero que, de manera misteriosa y, en complicidad con su encantadora noviecita (más bien influido por ella), tiene una activa militancia política de lucha contra el régimen. Pereira se asume, sin buscarlo, como protector de este joven, cuyo ardor político lo perturba y exaspera, pero a quien nunca despide pese a su flagrante incompetencia. No quiere reconocer que hay una suerte de complicidad entre ambos —se establece una difusa relación padre-hijo—, y por eso su acto final parece ser un ajuste de cuentas con el régimen.

El apoliticismo de Pereira es solo aparente. Si bien intenta ser neutral, el régimen lo asquea, aunque se cuida de guardárselo para evitar complicaciones. Entonces la novela, más que el relato de un cambio en su postura política, es el de su paso de la apatía y pasividad a una activa participación política «en contra de un sistema cuya asfixiante coerción y crueldad se le acaban de revelar, y arriesga en ello su libertad y, acaso, la vida» (Mario Vargas Llosa, «Héroe sin atributos»). Ese cambio no llega solo. También va abandonando, en aquel proceso, el recuerdo de la esposa muerta, así como muchas de sus antiguas costumbres.

Sin ser una novela militante —como la mayor parte de la literatura soviética de propaganda: desde Gorki hasta Ostrovski—, Sostiene Pereira es el mejor ejemplo de que la buena literatura no tiene por qué ser apolítica y, más bien, contener un profundo discurso libertario sin estropear por eso su alcance artístico. Al fin y al cabo, la pasión por la libertad puede estar a flor de piel o, como en Pereira, oculta, pero lista para actuar en el momento justo.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 1 de octubre de 2011.