Por: Juan Carlos Suárez Revollar
Dicen que los santos para todos son. Y eso mismo se puede decir de María Auxiliadora, la virgen para la que los Salesianos han hecho de Huancayo su territorio.
Cada 24 de mayo, en tanto algunas de las principales calles de la ciudad de Huancayo se cierran y los devotos de la virgen cubren de flores la calzada por donde pasará la procesión que lleva en andas a María Auxiliadora, Ramiro Guzmán ha hecho los preparativos en el instituto donde trabaja, y ha involucrado en ello desde a aquellos de la máxima jerarquía hasta a los que asisten únicamente unas pocas horas por semana.
Para Ramiro, María Auxiliadora es su salvadora desde que, en su niñez, lo sanó de una dolencia que amenazaba matarlo. Sin explicación aparente, el tejido canceroso de su piel empezó a retroceder hasta terminar por desaparecer.
A las tres de la tarde la procesión parte del colegio Salesiano Santa Rosa —donde Ramiro ha estudiado toda su vida y laboró parte de sus mejores años como maestro— y marcha por el frontis hasta el jirón Junín, seguido por cientos de devotos.
Aunque las procesiones ya no son multitudinarias como en el pasado, el fervor es el mismo. Las alfombras de flores y aserrín teñido de colores cubren el suelo con bellas figuras. Son, a su modo, pequeñas y fugaces obras de arte.
Cada virgen tiene su propia historia en las tierras serranas: una misteriosa aparición en algún paraje, donde los lugareños le edificaron un templo, y con los años toda una tradición de fe, misticismo y un poco de leyenda. En el caso de María Auxiliadora, ella marcha llevando el auxilio divino a los hombres y la defensa de la convicción cristiana.
Esa mañana Ramiro ha pedido a un sacerdote que oficie una ceremonia en el patio del instituto. Una réplica de María Auxiliadora, pequeñita, fabricada en Turín y bendecida hace años en el Vaticano por el propio Juan Pablo II, recorre cada oficina y salón de clases, donde la reciben con flores de colores y pétalos de rosas en un altar pequeñito montado horas antes.
En cada parada hay una alfombra, y erguido hacia el cielo, un castillón de carrizo, armado de bengalas, que al estallar se quemará en miles de colores luminosos bajo la noche huancaína.
Para el joven intelectual Luis Puente de la Vega, hasta hace poco alumno salesiano, creer en la virgen era más que un falso ímpetu de santidad, era creer en lo que ella significaba, “era una forma de esperanza que daba más valor a una existencia menospreciada”. Y agrega que “era parte de la euforia que se sentía año a año, contagiada de los alumnos de la promoción al celebrar la fiesta de María Auxiliadora. Era difícil no amar algo así”.
Al llegar a la calle Real, la procesión gira hacia el norte. Decenas de jovencitos salesianos, vestidos de camisa negra y una corbatita de lazo ploma, llevan una larga cuerda, asida con fuerza para evitar que los transeúntes se cuelen al interior de la procesión. Estallan los juegos artificiales y la virgen continúa hasta el colegio María Auxiliadora, adonde llega cuando ya es noche cerrada.
Ramiro ve, emocionado, pasar a María Auxiliadora sobre la alfombra que ha dibujado sobre el suelo desde el mediodía. Palpa la cicatriz que el cáncer dejó en su piel durante su niñez, y vuelve a rezar, agradecido a la virgen que retorna para descansar hasta el año próximo.
Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú, el 25 de mayo del 2012