Crónica: María Auxiliadora bajo el cielo de fuego de Huancayo

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Dicen que los santos para todos son. Y eso mismo se puede decir de María Auxiliadora, la virgen para la que los Salesianos han hecho de Huancayo su territorio.

Cada 24 de mayo, en tanto algunas de las principales calles de la ciudad de Huancayo se cierran y los devotos de la virgen cubren de flores la calzada por donde pasará la procesión que lleva en andas a María Auxiliadora, Ramiro Guzmán ha hecho los preparativos en el instituto donde trabaja, y ha involucrado en ello desde a aquellos de la máxima jerarquía hasta a los que asisten únicamente unas pocas horas por semana.

Para Ramiro, María Auxiliadora es su salvadora desde que, en su niñez, lo sanó de una dolencia que amenazaba matarlo. Sin explicación aparente, el tejido canceroso de su piel empezó a retroceder hasta terminar por desaparecer.

A las tres de la tarde la procesión parte del colegio Salesiano Santa Rosa —donde Ramiro ha estudiado toda su vida y laboró parte de sus mejores años como maestro— y marcha por el frontis hasta el jirón Junín, seguido por cientos de devotos.

Aunque las procesiones ya no son multitudinarias como en el pasado, el fervor es el mismo. Las alfombras de flores y aserrín teñido de colores cubren el suelo con bellas figuras. Son, a su modo, pequeñas y fugaces obras de arte.

Cada virgen tiene su propia historia en las tierras serranas: una misteriosa aparición en algún paraje, donde los lugareños le edificaron un templo, y con los años toda una tradición de fe, misticismo y un poco de leyenda. En el caso de María Auxiliadora, ella marcha llevando el auxilio divino a los hombres y la defensa de la convicción cristiana.

Esa mañana Ramiro ha pedido a un sacerdote que oficie una ceremonia en el patio del instituto. Una réplica de María Auxiliadora, pequeñita, fabricada en Turín y bendecida hace años en el Vaticano por el propio Juan Pablo II, recorre cada oficina y salón de clases, donde la reciben con flores de colores y pétalos de rosas en un altar pequeñito montado horas antes.

En cada parada hay una alfombra, y erguido hacia el cielo, un castillón de carrizo, armado de bengalas, que al estallar se quemará en miles de colores luminosos bajo la noche huancaína.

Para el joven intelectual Luis Puente de la Vega, hasta hace poco alumno salesiano, creer en la virgen era más que un falso ímpetu de santidad, era creer en lo que ella significaba, “era una forma de esperanza que daba más valor a una existencia menospreciada”. Y agrega que “era parte de la euforia que se sentía año a año, contagiada de los alumnos de la promoción al celebrar la fiesta de María Auxiliadora. Era difícil no amar algo así”.

Al llegar a la calle Real, la procesión gira hacia el norte. Decenas de jovencitos salesianos, vestidos de camisa negra y una corbatita de lazo ploma, llevan una larga cuerda, asida con fuerza para evitar que los transeúntes se cuelen al interior de la procesión. Estallan los juegos artificiales y la virgen continúa hasta el colegio María Auxiliadora, adonde llega cuando ya es noche cerrada.

Ramiro ve, emocionado, pasar a María Auxiliadora sobre la alfombra que ha dibujado sobre el suelo desde el mediodía. Palpa la cicatriz que el cáncer dejó en su piel durante su niñez, y vuelve a rezar, agradecido a la virgen que retorna para descansar hasta el año próximo.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú, el 25 de mayo del 2012

Crónica: Huaytapallana, el nevado de los dioses que bajaron del cielo

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

El Huaytapallana es un nevado que ha atestiguado la existencia de Huancayo desde su aparición hace cientos de años, hasta la actualidad, en que corre peligro de desaparecer.

Al pisar el Huaytapallana es difícil creer que aquel gigantesco nevado está en proceso de desaparición. Su imponencia aplasta al visitante desde el mismo momento en que uno se acerca y siente en el rostro el golpeteo de su aliento helado.

Alberto Rodríguez ha visitado el nevado en su niñez. Después de 25 años, sus facciones han perdido la elasticidad y delgadez con que partió a Europa. Desde mediados de los setenta el nevado se ha reducido a un ritmo de más de ocho metros por año. Al verlo, Alberto lo comprueba y no puede creerlo.

Para llegar al Huaytapallana hace falta recorrer unos 29 kilómetros al noreste de Huancayo. La van toma un camino al borde del Shullcas, cuyas aguas son cristalinas a estas alturas, y dando saltitos entre los baches, se llega a Acopalca —donde hay truchas frescas y queso sin sal— y toma el desvío de la izquierda.

En el trayecto algunos visitantes se entretienen jugueteando con los celulares o las tabletas —pese a que no hay señal—, pero Alberto prefiere ver el paisaje amarillento de la puna, tapizado de musgo e ichu. «Al menos eso no ha cambiado gran cosa», piensa.

Una antigua leyenda dice que en el nevado habitan dos dioses tutelares wankas: Pariacaca y Wallallo Carhuancho, enemistados por el amor que se prodigaron sus hijos. Pero ambos fueron castigados por Wiracocha y encerrados bajo el hielo del nevado. Dice la profecía que al desaparecer el Huaytapallana los dos dioses quedarán libres y retomarán su lucha.

Al pie de la montaña, la imagen de la Virgen de las Nieves marca el inicio del ascenso a la montaña, en cuyos filos nacen pequeñas corrientes de agua que se unirán a las cinco lagunas: Azulcocha, Chuspicocha, Lazuntay, Carhuacocha y Cochagrande.

Alberto sabe que es mejor seguir al guía. Este les recuerda, como una historia siniestra, lo que pasó con una pareja, hace años, cuando se separaron del grupo y, al caer la noche, ya no pudieron encontrar el camino y la hipotermia acabó con ellos. Es la mejor advertencia para que los muchachos no se alejen del grupo.

Mientras la gente se fotografía sobre la nieve, una ligera llovizna les avisa de que ya es hora de volver. El rápido deshielo, como una premonición, les revela que esas fotos pueden ser el último rastro de lo que un día fue para los wankas el sagrado Huaytapallana.

Por lo pronto, aunque diversos organismos intentan salvar el nevado, sus nieves perpetuas se van reduciendo. Es una advertencia, latente, que se llevan todos los visitantes en tanto la van los regresa a la calidez de Huancayo.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú, el 19 de mayo del 2012

Crónica: La fiesta del Santiago, donde el ganado se entrega al señor de los cerros

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

La fiesta del Santiago tiene diversas connotaciones. La más tradicional, pese al nombre del santo, es el culto que se da al cerro.

Cada mes de julio, en toda la sierra central, y como parte de antiguas tradiciones de culto al señor de los cerros —el Taita Huamani—, luego de marcar el ganado este le es entregado a su dios.

En una de sus famosas “Estampas Huancavelicanas”, el folclorista Sergio Quijada Jara cuenta que las gentes, “faltando un mes para el 25 de julio”, acopian el maíz que les servirá para preparar la chicha y el maíz, durante la fiesta del apóstol Santiago.

Ese maíz —continúa Quijada Jara— es colocado en sacos atados con sogas de llama y dispuestos en el patio de las casas, estas personas danzan alrededor, pues tienen “la idea de que este comestible les dure hasta el Santiago del próximo año”.

En Huancayo, durante la fiesta del Santiago, el ganado es cubierto de adornos diversos, en forma de cintas en las orejas, colocadas como aretes, que permitirán que el apóstol Santiago bendiga a la comunidad. Se trata de un culto a la fertilidad y a la abundancia, en que se incluye, además, los “casaracuy”, consistentes en el matrimonio de animales; y a veces, se hace casar a una persona con un animal, por lo que este pasa a pertenecer a aquel.

“En otras partes de la región centro se prepara, la víspera del 25 de julio, una mesa para el velorio, donde se coloca la imagen de Santiago Apóstol sobre un adorno de paja de ichu y huaylla”, explica Quijada Jara, que “son recogidos de lejanos manantiales previo pago de coca quinto al cerro y al puquial para que no se resientan”. En la mesa se disponen, además, dulces y alimentos de distinta índole.

El día central se recoge toda esa ofrenda y se traslada hasta el cerro —es decir, hasta los dominios del Taita Huamani—, donde es enterrada en tres agujeros. Entonces se regresa a los corrales y, con pajillas de ichu ardientes, se quema el pelo de los animales, acto denominado ‘luci-luci’ para ahuyentar la mala suerte.

La celebración inicia en ese momento. Las personas bailan, comen y beben al compás del yungir, en algunos sitios; o de las orquestas y bandas, en el Huancayo urbano.

La ciudad entera se engalana para la celebración, y durante toda la semana cientos de pandillas de danzantes, ataviadas las mujeres con polleras multicolores y llicllas, recorren las calles; en tanto, los autos pasan por los lados, también contagiados del bullicio y algarabía.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú, el 20 de julio del 2012

Crítica de literatura: Triste, solitario y final (de Osvaldo Soriano)

La ficción en la ficción

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Triste, solitario y final se publicó en 1973.

Es difícil no imaginar al argentino Osvaldo Soriano (1943-1997) en su papel de fabulador mientras se lee Triste, solitario y final. Se trata de una novela extravagante, muy fresca y original, publicada en 1973. Desde el inicio nos topamos con un doble juego entre realidad y ficción, que hace añicos la línea que las divide. El protagonista es el propio autor, o más bien, un supuesto Osvaldo Soriano, también argentino, también escritor, que también escribe una novela sobre Laurel y Hardy (los de la teleserie El gordo y el flaco). Acabado de llegar a Los Ángeles, ha tomado contacto con un envejecido y derrotado —patético más bien— Philip Marlowe, el entrañable detective de un puñado de historias del norteamericano Raymond Chandler, quien se hiciera particularmente famoso por sus dos obras maestras: El sueño eterno y El largo adiós.

Triste, solitario y final se aproxima a esa clase de novelas que hacen de la ficción, como tal, su razón de ser. Un par de ejemplos cogidos al azar: El Quijote o Niebla. En ambas, en un momento dado, sus autores aparecen representados —y son objeto de irónica burla—, e interactúan con los personajes. Triste, solitario y final va más allá, pues involucra a gentes verídicas, de carne y hueso, pero que por su naturaleza, viven también entre la realidad de sus propias vidas y aquella que les toca representar: son actores en la factoría de sueños que es Hollywood, desde Laurel y Hardy, hasta John Wayne y Charlie Chaplin. El retrato de ese mundo en la novela dista, por ejemplo, del cínico y frívolo que hace Norman Mailer en The Deer Park, y más bien se lo torna teatral, grotesco, ridículo, pero en el sentido (o el sinsentido) que tomaría dentro de una de aquellas viejas comedias del cine de los veinte.
Además de la dualidad que ha adquirido por ser una ficción hasta su máxima expresión, Triste, solitario y final toma ciertas distancias de las historias de Chandler. El punto de vista es uno de los más saltantes, pues recae en Soriano y no en Marlowe. Igualmente, el narrador es omnisciente, a diferencia de El largo adiós o El sueño eterno, contadas en primera persona.

Caricatura del argentino Osvaldo Soriano (1943-1997).

Marlowe precisa de una mención aparte. De lo frío y extremadamente correcto que era, se ha convertido en un romántico frustrado, resignado y derrotado. En el pasado —que conocemos por la obra de Chandler— jamás recibía pagos por adelantado ni mucho menos incentivos. Si bien duro por fuera, era un alma generosa que no dudaba en arriesgarse o perjudicarse por aquello en que creía. Podía hacer desplantes a las femme fatales más bellas si estas intentaban envolverlo para obstaculizar su investigación. En Triste, solitario y final todo eso ha cambiado. Pero no es por inconsecuencia del personaje ni por falta de pericia del autor. Es simplemente porque, como en el propio Soriano, se trata de apenas una apariencia, de un supuesto Philip Marlowe.

El mayor mérito de la novela es su flirteo entre la realidad aparente y la ficción pura. Si bien por eso puede hastiar un poco, Triste solitario y final es un logrado divertimento que, burlesco y satírico, urde una historia de novela, de ficción, de un mundo en que las fantasías —realistas después de todo— pueden ocurrir. Al fin y al cabo, ¿no es esa la función de la novela?

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el sábado 22 de octubre de 2011.

Crónica: Pucapuquio, el pueblo del río rojo

El camino es tranquilo, lleno de vegetación.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Quien siempre circula en bicicleta por el valle del Mantaro conoce sus enormes ventajas en cuanto a experiencia y sensaciones. Acompáñanos en esta crónica a recorrer el sur de Huancayo (Junín, Perú), desde los senderos que atraviesan Pucará hasta el centro poblado de Pucapuquio.

Salvo la cuesta que hay desde Raquina a Pucapuquio, el tramo es realizable en bicicleta aún si tu condición física no es la mejor. Basta seguir la carretera Huancayo-Pucará y girar al este poco después de pasar el anexo de Asca. Unos kilómetros antes de llegar a Sapallanga elegimos mejor desviarnos al oeste por una callecita sin asfaltar. Nos reciben varios perros poco amigables con los visitantes, en especial si estos van en dos ruedas. Llegamos a un campo pantanoso y, muy cerca de Warivilca, a un humedal que acoge a buena cantidad de ejemplares de fauna silvestre.

El camino de Raquina (Pucará, Huancayo).

Desdibujada entre la hierba, surge una trocha que desemboca en el camino carrozable que atraviesa el anexo de Huayllaspanca —sí, el mismo cuyo equipo de fútbol llegó a la primera división en los años noventa— y seguimos hasta el río Chanchas. Tomamos al azar los senderos que surgen conforme avanzamos. La mayoría nos lleva a terrenos eriazos sin continuación y alguno hasta el patio de una casa, de la que debemos salir a toda prisa. Pronto acabamos en un gran complejo de cultivos, al este de Pucará. Lo sabemos por una pobladora que nos mira divertida mientras intentamos volver al camino por en medio de un campo de tierra removida.

Al retorno pasamos junto a la casa de la emblemática cantante Flor Pucarina.

A partir de este punto no es difícil llegar a la plaza del distrito, pero aún nos queda subir a Pucapuquio. El río que pasa junto al camino —nos dicen— tuvo alguna vez una coloración rojiza. En poco menos de 10 km corriente arriba cambia de nombre tres veces y comienza a llamarse como los poblados que atraviesa: Pucará, Raquina y Pucapuquio. Este último tiene pocos habitantes. La mayoría de las casas se han construido con quincha y tejas, y se sitúan al borde del camino, en una empinadísima subida (la más difícil del trayecto). Desde la parte alta, en los cerros cubiertos de vegetación, el paso del hombre se nota poco todavía. Por la otra bifurcación llegamos a una construcción desierta que aspiraba a convertirse en restaurante. Unos metros más adelante, al final del camino, el paisaje es partido por el cauce del río, cuyas escasas aguas parecen adquirir ese tono rojo que debieron ver los primeros habitantes del pueblo. Volver a la realidad urbana de Huancayo es facilísimo y por tramos ni siquiera hace falta esforzarse. Pero siempre sabremos que los campos siguen allí, en cualquier dirección y a pocas pedaleadas de distancia.

 

Publicado en Bitácora N° 43 (Perú, 2017).

Crítica de literatura: Sostiene Pereira (de Antonio Tabucchi)

Esa oculta pasión por la libertad

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Sostiene Pereira fue publicada en 1994.

Contextualizada en la dictadura semifascista de Oliveiro Salazar, Sostiene Pereira (1994), del italiano Antonio Tabucchi (Pisa, 1943), es una novela política —acaso la mejor de las dos últimas décadas—, y un valioso documento sobre la represión a las libertades del individuo —a través de los ciudadanos que espiaban a sus vecinos y eran confidentes de la policía salazarista, por ejemplo— durante el «Estado Novo», que mantuvo sometido a Portugal por más de cincuenta años.

La narración es peculiar: está construida en forma de declaración, donde un anónimo interrogador deja constancia por escrito de aquella verdad que Pereira sostiene: su historia, en la Lisboa de 1938, seguramente acusado de algo (este dato queda oculto hasta el final de la novela). A través de ese personaje velado que hace de narrador, hay fragmentos en que el autor interviene con opiniones y juicios.

Pereira es un personaje solitario, resignado, indiferente y apolítico. Guarda una maniática fidelidad por su esposa muerta, a cuyo retrato habla y hasta hace consultas. En la página cultural de un periodiquito al servicio del régimen que está a su cargo —el Lisboa—, se ha convertido en poco menos que un elemento inofensivo, meramente decorativo, que trabaja desde su casa. Su mayor acto de sedición se limita a traducir y publicar a Maupassant y a Balzac, autores cuasivetados solo por ser franceses.

Antonio Tabucchi (Italia, 1943).

El elemento de quiebre se da con la aparición de Monteiro Rossi, un joven al que Pereira contrata para ser su asistente como redactor de necrológicas (obituarios adelantados), pero que, de manera misteriosa y, en complicidad con su encantadora noviecita (más bien influido por ella), tiene una activa militancia política de lucha contra el régimen. Pereira se asume, sin buscarlo, como protector de este joven, cuyo ardor político lo perturba y exaspera, pero a quien nunca despide pese a su flagrante incompetencia. No quiere reconocer que hay una suerte de complicidad entre ambos —se establece una difusa relación padre-hijo—, y por eso su acto final parece ser un ajuste de cuentas con el régimen.

El apoliticismo de Pereira es solo aparente. Si bien intenta ser neutral, el régimen lo asquea, aunque se cuida de guardárselo para evitar complicaciones. Entonces la novela, más que el relato de un cambio en su postura política, es el de su paso de la apatía y pasividad a una activa participación política «en contra de un sistema cuya asfixiante coerción y crueldad se le acaban de revelar, y arriesga en ello su libertad y, acaso, la vida» (Mario Vargas Llosa, «Héroe sin atributos»). Ese cambio no llega solo. También va abandonando, en aquel proceso, el recuerdo de la esposa muerta, así como muchas de sus antiguas costumbres.

Sin ser una novela militante —como la mayor parte de la literatura soviética de propaganda: desde Gorki hasta Ostrovski—, Sostiene Pereira es el mejor ejemplo de que la buena literatura no tiene por qué ser apolítica y, más bien, contener un profundo discurso libertario sin estropear por eso su alcance artístico. Al fin y al cabo, la pasión por la libertad puede estar a flor de piel o, como en Pereira, oculta, pero lista para actuar en el momento justo.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 1 de octubre de 2011.

Crónica: María Teresa Zúñiga, la voz del nuevo teatro latinoamericano

María teresa Zúñiga en una performance en Zoelia y Gronelio.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

La dramaturga huancaína María Teresa Zúñiga Norero ha construido un universo teatral propio, que la ha convertido en la embajadora cultural de Huancayo y el Perú.

El primer contacto de María Teresa Zúñiga Norero con la literatura no fue con el teatro, sino con la poesía. Pero fue desde finales de la década de los ochenta que su prestigio empezó a crecer, tras la fundación del Grupo de Teatro Expresión, en 1986, junto con su esposo —y cómplice, colega, socio— Jorge Miranda Silva.

María Teresa Zúñiga en la parte final de la pieza teatral ‘Zoelia y Gronelio’.

Para Jorge Miranda, la reputación de Expresión iba a tardar al menos diez años en consolidarse pero ocurrió algo peculiar, pues apenas María Teresa escribió Corazón de fuego y se puso en escena, significó un salto para el grupo y un nuevo paso para el teatro peruano.

“Con Corazón de fuego se pudo mostrar que el teatro de tema incaico podía mostrar mucho más que el teatro convencional”, nos dice Jorge Miranda Silva.

Lo peculiar del Grupo de Teatro Expresión es que lo integra, en su casi totalidad, la familia Zúñiga Norero: desde María Teresa y Jorge, quienes además de escribir, producir y dirigir las piezas teatrales, son los padres de Jorge Luis y Marco, quienes actúan desde que aprendieron a caminar.

María Teresa Zúñiga junto a su esposo y cofundador de Expresión, Jorge Miranda Silva, minutos antes del montaje de Zoelia y Gronelio.

Obras suyas como Mades Medus o Zoelia y Gronelio constituyen universos muy personales, únicos en el teatro nacional, razón por la cual la prestigiosa The Oxford Encyclopedia of Theatre and Performance de Inglaterra calificó a María Teresa Zúñiga Norero como “Una de las más avant garde y prolíficas dramaturgas latinoamericanas de fin de siglo”. De Mades Medus, Eduardo Cabrera, de Millikin University (Illinois, EE.UU.), ha escrito que «la profunda filosofía que se desprende de un teatro poético cargado de múltiples significados, nos obliga a revisitar el concepto del fin de las utopías».

La magia de María Teresa no está únicamente en su obra, pues pocos creadores de su talla muestran tanta sencillez, deferencia y generosidad hacia cualquiera de sus muchos admiradores. No es raro verla, en festivales de teatro y presentaciones, vestida en bluejean, prestando ayuda de todo tipo, como cuando estaba en Lima por invitación de la Universidad Científica del Sur, y sin saber lo que le tenía preparada la organización del evento, ella estaba ocupadísima echando una mano, cuando fue llamada al escenario para entregarle el reconocimiento por su destacada trayectoria teatral.

María Teresa Zúñiga es también novelista. Aquí, en una presentación de ‘La casa grande’, en Huancayo.

Las decenas de premios y reconocimientos que ha recibido son simples alicientes que complementan a la obra de toda una vida, profundas reflexiones sobre la condición humana, que abarcan desde complejas piezas teatrales para un público erudito hasta divertidas y emotivas piezas juveniles e infantiles.

Aunque ha publicado poco, mucha de su obra ya ha sido puesta en escena. María Teresa es una autora cuya obra es profundamente admirada por los cultores de teatro de todas partes de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, donde se ha montado en diversas oportunidades.

María Teresa Zúñiga es, a través de los montajes de su obra, una embajadora del Perú.

Publicado en Portal Web Radio Programas del Perú el 30 de junio del 2012

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Crítica de literatura: El duelo (de Joseph Conrad)

El honor hasta el fin de la vida

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Joseph Conrad, autor de ‘El duelo.’

Aunque polaco de nacimiento, Konrad Korzeniowski —más tarde Joseph Conrad— (1857 – 1924) escribió su obra en inglés, idioma que aprendió pasados los veintitrés años de edad. Su trabajo mayor es El corazón de las tinieblas (1902), una poderosa novela que tiene como contexto la explotación y exterminio a gran escala en El Congo por la «Compañía» del rey belga Leopold II —esto último nunca se dice—, pero desde una particular óptica. Esta selva salvaje e inexpugnable va pervirtiendo y destruyendo a todos cuantos ingresan en ella. La desconexión con la realidad en que caen los personajes llega a niveles clínicos de perturbación mental. Sus novelas contienen, en su fondo y forma, mucha complejidad, al punto de tornarse, por momentos, un tanto densas. Otra gran novela suya es Lord Jim (1900), a la que podrían sumarse La línea de sombra (1917), Nostromo (1904) y El agente secreto (1907).

De 1906 es Gaspar Ruiz (A Set of Six), una colección de seis narraciones. La más extensa de ellas es El duelo, una novela corta situada durante las guerras napoleónicas —The Duel: A Military Tale, publicada también, en un volumen independiente, en Nueva York, en 1908, con el título de The Point of Honor—. Sus protagonistas, dos oficiales franceses, se enfrentan a duelo en repetidas ocasiones y sin razón aparente a lo largo de dieciséis años (los posibles motivos van desde un lío de faldas hasta la acusación de que D’Hubert «nunca quiso a Bonaparte». Pero el más probable es el enojo de Feraud por su arresto tras su primer duelo y, ya que no podía desobedecer, y menos batirse con el general que dio la orden, el reto fue para el mensajero).

Portada de la edición norteamericana de 1908 de El duelo.

El duelo dista del estilo y la temática predominante en Conrad. La estructura es bastante sencilla, lineal, salvo en cierto fragmento en que, como en una crónica histórica, se nos adelanta lo que ocurrirá con Joseph Fouché, un despreciable y camaleónico político de fugaz aunque memorable aparición que, para complicar las cosas, es real. El narrador es omnisciente y privilegia el punto de vista del oficial Armand D’Hubert. El otro, su enemigo, es el gascón —como D’Artagnan— Gabriel Feraud. Pero a diferencia de Los tres mosqueteros y todas sus secuelas (para Conrad, en las novelas de Alejandro Dumas no había más que una «teatral e infantil vehemencia por el juego de la vida»), El duelo no engrandece el espíritu duelista, ni tampoco su motivación: el honor. Más bien aborda ambas cosas con un sesgo irónico, y torna en ridícula esa ardorosa necesidad de batirse de sus protagonistas.

D’Hubert, un oficial cultivado, de buenas maneras y origen aristócrata, es arrastrado a esta larga disputa de honor por Feraud, belicoso y lleno de ímpetus, algo limitado pero tenaz. Conrad trata mejor en su narración al primero, y establece también un vínculo de interdependencia con el otro que se va fortaleciendo con los años: sus ascensos parejos o la solidaria camaradería durante el regreso de la desastrosa campaña de Rusia. Pero más aún, aquellas extrañas acciones entre las que se cuentan la eliminación del nombre de Feraud de la lista negra de bonapartistas gracias a la mediación de D’Hubert o la protección que dará este a aquel después de su enfrentamiento final.

El duelo es una obra menor si se la compara con las grandes novelas de Conrad. Aun así, ofrece una lectura amena y crea en el lector la misma simpatía por sus personajes que los de las historias más notables de este autor.

MÁS DATOS
El duelo tiene una estupenda adaptación fílmica, con el título de Los duelistas (The duellists), dirigida por Ridley Scott y estrenada en 1978.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 10 de setiembre de 2011.

Crónica: Pumpunya, la atalaya del Mantaro

El valle del Mantaro (Huancayo, Perú) va tomando forma conforme ascendemos por el cerro Pumpunya.

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Recorrer el valle del Mantaro (Junín, Perú) en bicicleta —por el contacto con el entorno a través del binomio esfuerzo-avance— dista mucho del turismo convencional. Acompáñanos en esta travesía al mirador de Pumpunya, en Chongos Bajo.

Hay dos partes muy diferenciadas en el camino hacia Pumpunya. La primera consta de 14 kilómetros asfaltados, ligeros y con aire a parranda. Nos lleva por Chilca, Huancán, Huayucachi, Viques y Chupuro (el punto más bajo, a 3175 m s. n. m.). Allí comienza un ascenso constante y pedregoso de cinco kilómetros hasta el mirador, a 3576 m s. n. m., desde donde podremos contemplar de lado a lado el valle del Mantaro.

A lo largo del tramo nos toparemos con imponentes paisajes propios de la sierra peruana.

La clave, además de una condición física aceptable, es tener operativo el sistema de cambios de tu bicicleta para llevar una transmisión liviana y buenos frenos para el retorno. No olvides llevar líquido, algo de carbohidratos y tu casco. De caerte, podría hacer la diferencia entre una anécdota dolorosa o un grave accidente.

Pumpunya pertenece a Chongos Bajo. Una mujer nos cuenta que sus primeros pobladores «oían por las noches unos “¡pum, pum!” de alguna parte de la tierra». De ahí el nombre de «Pumpunya». En nuestro recorrido, en vez de tomar el sinuoso desvío hacia la plaza, seguiremos por la carretera a Chongos Alto. Según se asciende el cerro, la vista del valle se va dibujando, cada vez más clara, hasta la última curva, donde se nos revela en todo su esplendor.

 

Pumpunya para principiantes
Aunque algo más lejos, otra ruta de acceso es a través del puente La Breña y el malecón Las Brisas, pasando por Pilcomayo, Huamancaca, Tres de Diciembre y Chupuro. Recuerda que si vas en auto o motocicleta, en la carretera que comprende desde los barrios de Chonta, Pumpunya y la vía a Chongos Alto hay cierto tráfico de combis y camiones, muchos de los cuales bajan deprisa. Estaciona en las zonas visibles y más anchas, aun si eso implica caminar hasta el mirador. Una recomendación para el descenso en bicicleta es cuidarse de las curvas, pues la tierra suelta podría hacerte derrapar y caer. Y presta atención a los perros: dos o tres de ellos no son demasiado amistosos con los ciclistas.

Los materiales de construcción en la zona son principalmente de barro y piedra.
Antigua arquitectura en barro y piedra. Al fondo, el cerro de Pumpunya que deberemos subir para llegar al mirador.
Desde las viviendas del lugar, ya es natural despertar con una amplia vista del valle.

Publicado en Bitácora N°40 (Perú, 2017).