Escribe: Juan Carlos Suárez Revollar
Los inmigrantes en nuestras ciudades de hoy son venezolanos, igual que hace unas décadas lo eran peruanos provenientes de poblados rurales. También ellos, entonces, enfrentaron un cierto rechazo, una cierta antipatía que aún perdura en forma de racismo y discriminación. Pero a diferencia de la vergonzosa hostilidad al inmigrante andino, en la del venezolano se suma un ingrediente político porque encarna la evidencia de una crisis humanitaria que la izquierda se empeña en negar.
El Perú es el resultado de una mezcolanza cultural riquísima, producto, precisamente, de la migración.
Es claro que el inmigrante llega con una identidad propia, que incluye el idioma, religión o raza, además de sus costumbres. Malentender su contacto con la identidad local origina la xenofobia y un nacionalismo irracional y, a menudo, con un sesgo egoísta en el mejor de los casos y homicida en el peor. En su ensayo Identidades asesinas, Amin Maalouf lo explica como una falta de tolerancia por el otro. Recordemos, en cambio, que el Perú es el resultado de una mezcolanza cultural riquísima, producto, precisamente, de la migración.
¿Pero los inmigrantes peruanos han contribuido con la sociedad actual? Consiguieron integrarse a la economía nacional, muchas veces sorteando las trabas de una formalización poco menos que imposible. Aportaron mano de obra en una industria todavía incipiente o fundaron pequeños negocios que dan empleo y pagan impuestos. Y, de a pocos, costearon educación, salud, construyeron viviendas. Sus hijos y nietos, hoy en día, ya con estudios técnicos o universitarios, son el motor de nuestro crecimiento.
Publicado en Correo el 11 de marzo de 2018
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