Sobre Carlos Fuentes: obituario

Carlos Fuentes (11 de noviembre de 1928 – 15 de mayo de 2012).

Carlos Fuentes: el ajuste de cuentas con la historia

Por: Juan Carlos Suárez Revollar

Carlos Fuentes ha muerto. Su obra, prolífica, comprometida y genial, lo colocó a la vanguardia del boom de la literatura latinoamericana.

Carlos Fuentes es aquel joven provocador que, igual que los entonces cuasidesconocidos Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, escribiría según sus propios cánones, a contracorriente de la literatura de su país. Lideraron así, los tres, la revolución de los cincuenta y sesenta que fue el boom, y que hizo de la literatura latinoamericana —esa patria grande, tan semejante entre nación y nación— la mejor del mundo durante esos años.

Primera edición de La muerte de Artemio Cruz (1962).

Desde La región más transparente se vislumbra aquel estilo suyo, inconfundible, de despachar de un plumazo años y décadas enteras. La historia de su país: un México en formación, lleno de conflictos, luchas, muertes, disputas por el poder, aplastan al individuo y le quitan la libertad de elegir su destino. Sus personajes están, por ello, obligados a adaptarse y a padecer esa condenación que es la busca de la supervivencia en una sociedad echada abajo incesantemente.

Carlos Fuentes cimentó su obra en la historia política de su país. Por eso es tan habitual ver en él rastros de un revisionismo frío, feroz, que despelleja por igual a sinvergüenzas y farsantes, a cobardes y víctimas, a políticos y patrones, a débiles y hambrientos.

Su obra recoge las técnicas introducidas y desarrolladas por James Joyce, John Dos Passos y William Faulkner, pero atenuadas por un estilo muy personal, que hace de la lectura una experiencia amena y vitalizante, al mismo tiempo que pesimista y dolorosa. Cuánta diferencia hay entre los monólogos interiores de La muerte de Artemio Cruz y los pensamientos caóticos de Leopold Bloom, en Ulises; los primeros encantadores y sugestivos, los segundos descorazonadores por su dificultad. Pero ambos libros tienen en común aquella genialidad de las grandes novelas.

Para Carlos Fuentes el pasado era tan o más importante que el presente, pues este se deriva de aquel. Por eso la totalización del tiempo es una constante en sus libros. Y aunque el simbolismo de la cultura mexicana —y también latinoamericana— cala en cada una de sus novelas, su obra es tan universal como las ficciones de Balzac o Cervantes, dos de sus referentes más importantes.

La fuerza de su pluma, esgrimida en Terra Nostra, reconvierte la historia en un enjambre de la desesperación, en que el orden cronológico es despedazado para erigir sobre él una nueva secuencia temporal, como en Cambio de piel.
Aunque uno de izquierdas y el otro de derechas, posiblemente Carlos Fuentes fue el escritor del boom más afín a Mario Vargas Llosa en cuanto a lucidez y a la apasionada defensa de su postura política. Uno de los grandes ejes de sus obras más ambiciosas es precisamente la política: la materia prima de La muerte de Artemio Cruz o Los años con Laura Díaz.

Destaca en Carlos Fuentes su prolijidad y la versatilidad de su pluma. Era capaz de mudar de estilo y de temática en cada uno de los muchos subgéneros que abordó, que van desde la novela histórica y política —a la que corresponde lo mejor de su obra— hasta la ciencia ficción y el horror, con la muy destacable Aura, una pequeña y desconcertante novela gótica. Sin contar, claro, las decenas de piezas teatrales y guiones originales y adaptados que escribió, que sirvieron para rodar algunos de los filmes más valiosos de la cinematografía mexicana.

Hay un sitial reservado para él en la historia de su país y Latinoamérica, y otro, tanto mayor, al lado de aquellos escritores que hicieron de la literatura un mundo de ilusiones listas para ser soñadas.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo el 19 de mayo de 2012.

Entrevista a Percy Toribio Alvarado sobre El bosque:

El escritor Percy Toribio Alvarado en un parque de Pio Pata, Huancayo (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

“Existen muy pocas novelas de tema ecologista en la región y el país”

Entrevista y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Conversamos con el escritor Percy Toribio Alvarado sobre su novela El bosque, libro que viene siendo leído por miles de adolescentes de Junín en este año 2018. Nos habló también del proceso de escritura y su método de trabajo. A causa de su apretada agenda, solo pudimos hacer esta entrevista por correo electrónico. Como sus respuestas fueron transcritas por él mismo, se publican tal cual las recibimos.

Tu obra literaria está enfocada principalmente en el cuento. ¿Fue difícil cambiar ese registro por la novela?
No tuve mayores complicaciones toda vez que el cuento y la novela son especies literarias que tiene mucho en común. Claro, como narrador tenía más experiencia en escribir cuentos, y escribir mi primera novela lo asumí como un reto personal. Durante la escritura tuve dificultades en la organización de la historia, toda vez que inicialmente el universo de mi novela era mucho más amplio. Me di cuenta que las historias eran muy dispersas y no aportaban en la unidad temática, así que opté por quitarlos, depurarlos; al hacerlo la novela ganó en unidad pero perdió en extensión.

Cada autor tiene su propio método de trabajo. ¿Cómo es tu proceso de escritura?
En mi caso debo tener la historia construida de principio a fin, una vez que ya tenga la historia muy clara en mi mente, primero elaboro una secuencia de hechos principales, los anoto en orden secuencial para que no sufra cambios y desviaciones durante el proceso de la escritura; los organizo buscando la relación e interrelación entre ellas a fin de que la historia tenga un sentido lógico, este proceso generalmente me demora más tiempo; y sólo cuando este proceso está concluido recién empiezo a escribir.

¿Consideras El bosque una novela corta o un cuento largo?
Es una novela breve, aunque los críticos sugieren que este tipo de textos de extensión breve y que tengan entre 60 a 80 páginas, debería llamarse noveleta. Bueno es un término poco usual, pero eso sería su nombre correcto.

El bosque, de Percy Toribio Alvarado (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

¿Cómo asumes la historia autobiográfica de El bosque?
El bosque es una novela autobiográfica, y está basada en una experiencia personal. Cuando era niño, yo vivía en el barrio de Pio Pata; y allí había un bosque de eucaliptos de regular extensión, a ese lugar íbamos a jugar los amigos del barrio, también iba mucha gente a pasar un día de campo en familia, iban también los enamorados, la gente que necesitaba leña para cocinar, en fin, era un lugar muy concurrido sobre todo los fines de semana. Con el correr de los años, la población fue creciendo y alguien decidió convertir todo ese espacio en una nueva urbanización, entonces decidieron cortar todos los árboles de nuestro bosque, no sirvieron de nada las protestas y la oposición de los vecinos, al final este bosque desapareció. Esta experiencia real, me sirvió de base para escribir la novela. La experiencia personal fue vital a la hora de escribirla. Existen muy pocos elementos de fantasía en mi obra.

¿Alguno de los personajes se basa en ti cuando niño?
Sí, el personaje Fede; en el fondo yo soy Fede, y decidí ocultar mi identidad verdadera en el nombre de este personaje.

¿Se podría decir que El bosque es una novela de denuncia?
Sí, en la novela se denuncia el crecimiento urbano que no respeta los espacios de recreación. Denuncia el excesivo crecimiento poblacional que atenta contra los pocos espacios libres que nos quedan y que necesitamos para tener una vida más digna en contacto con la naturaleza. El otro día vi a un grupo de niños jugando con la pelota en una calle muy transitada, estos niños jugaban a la expectativa de los vehículos que transitaban constantemente por esa vía. Eso me llamó la atención, me preguntaba por qué ellos tenían que jugar en ese lugar exponiéndose al peligro; y la respuesta es evidente, ellos no tenían espacios de recreación, no existía un parque cercano para divertirse. Creo que el creciente desarrollo urbano debería considerar estos espacios públicos: parques, jardines, campos de fulbito, etc.

El escritor Percy Toribio Alvarado (Foto: Juan Carlos Suárez Revollar).

¿El tema central es el cuidado del ambiente? El bosque también aborda la migración y el mestizaje, ¿cómo lo asumes?
Sí, el tema central de la novela tiene que ver con el cuidado del medio ambiente y la necesidad de protegerlo. El tema de la migración también está presente en la novela. Huancayo es una ciudad cosmopolita que ha recibido a lo largo de su historia a muchos migrantes. Esta migración ha originado el desarrollo urbano y el crecimiento poblacional de Huancayo. La migración trajo como consecuencia la necesidad de construir más viviendas en los espacios agrícolas y en los campos donde había árboles. En la novela se describe este problema social. El tema del mestizaje no es muy relevante en la obra.

Salvo Julián Malaver, no hay propiamente antagonistas en El bosque. ¿Era esa tu intención?
Sí para efectos de la historia consideré solo un personaje antagonista, y claro los policías también apoyan a Julián Malaver en su afán de apropiarse del bosque.

¿Qué destacarías de cada uno de los cuatro niños de El bosque?
Los cuatro niños son amigos del barrio, ellos tienen una participación activa en la defensa del bosque. Me hubiese gustado que los niños tengan más protagonismo dentro de la novela, especialmente Fede quien es el personaje principal, en mucho de los casos los niños solo se limitan a ser testigos presenciales. Me hubiese gustado darles más protagonismo a todos, pero consideré que, como niños, la gente mayor finalmente tomaría las decisiones.

¿Cómo interpretarías el rol de Chavo en la novela?
El Chavo está basado en un personaje real. Era un loquito que vivía muy cerca del bosque, este personaje participa en la defensa del bosque con una intención muy clara, quería que el lector aprecie que el loco, a pesar de su condición, también se muestra indignado ante la destrucción del bosque.

Portada de la novela ‘El bosque’, de Percy Toribio Alvarado.

¿Es acaso el destino de todo bosque urbano el mismo que en la novela?
Pienso que sí, si las autoridades y el pueblo no toman conciencia en la necesidad de protegerlos, en el futuro otros bosques irán desapareciendo progresivamente al igual que el bosque de mi historia. Considero que el crecimiento de la población es acelerado y cada vez estamos apropiándonos de terrenos agrícolas y espacios forestales para convertirlos en urbanos. Reitero que, si las autoridades y el pueblo no ponen freno a ello, los bosques seguirán desapareciendo en el futuro.

¿Qué diferencias destacarías entre El bosque con otras novelas semiautobiográficas publicadas en Junín en los últimos años?
Existen muy pocas novelas de tema ecologistas en la región y el país, creo que es hora de empezar a abordar este tema dentro de la literatura porque la problemática ambiental exige despertar conciencias, mi novela apunta a ello.

¿Por qué el lector adolescente debería leer El bosque?
Es una novela que llama a reflexión de la necesidad de cuidar y proteger el medio ambiente. En estos tiempos necesitamos despertar conciencias sobre este tema. La literatura cumple una función importante: La denuncia social, a través de mi obra también busco que el estudiante tome conciencia, reflexione sobre la urgencia de proteger el medio ambiente. Los bosques son los pulmones de la humanidad, nos proveen de oxigeno puro; es una de las tantas razones por la que debemos defenderlo siempre.

Una entrevista exclusiva para jcsuarez.com.pe

LEA TAMBIÉN:
Publican novela ‘El bosque’, de Percy Toribio Alvarado

Jane Eyre y Cumbres Borrascosas

Anne, Emily y Charlotte Brontë en una pintura de su hermano Patrick Branwell.

Juan Carlos Suárez Revollar

Es difícil no recordar Cumbres Borrascosas (Emily Brontë) a la hora de leer Jane Eyre (Charlotte Brontë) . Bastante menor es Agnes Grey (Anne Brontë), pese a sus evidentes méritos literarios. Las tres novelas se publicaron el mismo año: 1847. Aunque de distinta naturaleza, los puntos en común parecen ser mayores que las diferencias, pero son también coincidencias superficiales. Esa leve influencia tendría su origen en la propia gestación, pues fueron escritas al mismo tiempo, y por ello es posible que las tres hermanas conocieran las historias de las otras dos estando su redacción en proceso.

Acaso lo más saltante es ese ambiente lúgubre que se siente a lo largo de sus páginas, con ribetes góticos de encierro y represión hacia el protagonista. Heathcliff (de Cumbres Borrascosas) y Jane Eyre están desamparados —y a su modo, también Agnes Grey—, y llegan, por circunstancias de la providencia, a un lugar que no les pertenece. Viven bajo la protección de unas gentes que los detestan porque, en un momento de su vida, han perdido al alma caritativa que los acogió, y por eso se convierten en parias en su propia casa, atormentados por quien debiera cumplir las funciones de su hermano: Hindley en Cumbres Borrascosas, John Reed en Jane Eyre. Pero a diferencia de los personajes de Faulkner, quienes viven resignados a su destino en ese Yoknapatawpha de ensueños, ellos enfrentan al mundo, y aunque no vencen, adaptan a ellos parte de él.

Si bien de fondo realista, el clima gótico —y hasta fantasmagórico— de ambas novelas es inconfundible, y puede por momentos salir airosa en escenas de típicas historias góticas o de fantasmas: el mejor ejemplo, el caótico ambiente de encierro de El castillo de Otranto, de Horace Walpole.

El dato escondido en Jane Eyre, como si se tratase de un buen policial, se sostiene hasta su resolución. Es a partir de entonces —después de que Jane huye de la casa Rochester— que la novela pierde fuerza, al igual que la protagonista: ya no es la muchacha resuelta, libertaria, que enfrenta a su opresor, la tía Reed, o Mr. Brocklehurst en el internado; sino una lánguida mujer que cede a la imposición de su primo St. John.

Eso no ocurre en Cumbres Borrascosas, que desde la propia inserción de varios narradores —la base de su estructura— y el diseño de personajes sólidos y tan tangibles como la gente de carne y hueso, jamás decae el hilo narrativo ni el ascenso dramático. La trama —que tiene el aliento de una gran tragedia griega— salta entre pequeños pero cientos de hechos y ve pasar el tiempo de modo vertiginoso.

Leer ambas novelas como el anverso y el reverso de un díptico puede ser exagerado. La unidad de cada una es indiscutible. Solo las grandes creaciones son capaces de alcanzar vida propia y trascender al autor, al contexto, a la historia. Jane Eyre y Cumbres Borrascosas pertenecen a esa clase de ficciones.

Publicado en el Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo el 5 de mayo de 2012.

Vladímir Nabokov: Lolita

Primera edición de Lolita (Olympia Press. París, 1955) en dos tomos.

La nínfula y el hechicero

Juan Carlos Suárez Revollar

Vladímir Nabokov (1899-1977) redactó Lolita en inglés, luego de mudarse a Estados Unidos. La historia no es completamente original. A finales de 1939, cuando vivía en París, había escrito en ruso una novela corta con lo que sería el sustrato de Lolita, a la que llamó Volshebnik. Por considerarla imperfecta, destruyó el manuscrito, pero se salvó una copia que tiempo después él mismo ofreció a su editor, aunque no se publicó sino póstumamente (la versión en español lleva por título El hechicero).

En ambas novelas una mujer madura es desposada por un pedófilo —Humbert Humbert en Lolita, un personaje anónimo en El hechicero— solamente para tener cerca a su hija preadolescente y finalmente poseerla. Si bien el punto de vista común es el del pedófilo, en Lolita es este mismo quien cuenta la historia, en primera persona, mientras en El hechicero —donde todos los personajes son innominados— hay un narrador omnisciente que hábilmente incluye el sentir de su protagonista. La niña es el centro de las dos historias, pero de apenas participar en la primera, adquiere en Lolita una poderosa voluntad sobre los demás personajes, su propio destino y el curso de la historia, que continuará todavía largamente desde donde El hechicero tiene su desenlace.

Vladímir Nabokov (Rusia, 22 de abril de 1899 – Suiza, 2 de julio de 1977).

Llamada Dolores Haze, Lolita es una niña-mujer de doce años a la que Humbert caracteriza como nínfula (nymphet en el texto original). Su inconsciente perversidad —así intenta darlo a entender el narrador con ese especial tono suyo, entre cínico e irónico— tiene el poder de destruir a cuantos la rodean. El contacto inicial con Humbert es juguetón, pero según avanza la novela adquiere mayor dominio sobre él. Labra así su propia perdición, que toca fondo con Clare Quilty. Una última imagen suya, ya perdida su belleza, embarazada, arruinada y comprometida con un White Trash de futuro poco prometedor, es la que tanto desespera a Humbert.

Humbert es quien impone una relación furtiva a Lolita, a diferencia de a Annabel, la otra niña iniciática de su vida, cuando ambos tenían trece años, aunque entonces no la pudo consumar. Se trata del equivalente de Lolita, un personaje con características tan parecidas a las suyas, que da la impresión de tratarse del mismo. Algo similar ocurre entre Humbert y Quilty, pese a sus aparentes diferencias, que bien podrían ser meras invenciones del narrador. La tendencia de Humbert a alterar la realidad en su relato hace que el lector jamás tenga la seguridad sobre lo que es verdad y lo que no. Algo que refuerza esta impresión son las grandes coincidencias de la historia, como la oportuna muerte de la madre de Lolita —cabe la posibilidad de que él la asesinara—. Igualmente, Humbert resalta sus propios defectos y se muestra a sí mismo como un ser abyecto. Aquellos que le caen mal, además, son retratados de manera feroz y tienen un terrible final; su primera esposa, por ejemplo, quien acaba humillada hasta un nivel absurdo y muere al dar a luz, como parece ser el destino de toda nínfula. Otro indicio de que Humbert podría no decir la verdad son las temporadas que pasó en tratamiento psiquiátrico (Nabokov se aprovecha de esto para burlarse de psiquiatras y psicólogos, por cuya profesión sentía un desprecio nada gratuito).

Lolita está desamparada y no le queda más alternativa que sostener una relación con Humbert. Este la colma de regalos como una forma de ganar su afecto y de resarcir su propia culpa. Pero eso también significa que podrá exigir a cambio sus favores. Por eso lo suyo se convierte en una sucesión de transacciones y una pugna entre ambos en la que, aunque parece que Lolita sale bien librada, es más bien sometida a los deseos de su padrastro. Ello toma su cariz más patético cuando el narrador informa al lector que ella llora todas las noches. La particular atracción que Humbert siente por Lolita, y no por cualquier otra niña-mujer, se debe al perturbador, oscuro y perverso fondo incestuoso de la relación.

Apasionante y nebulosa es la persecución de la que es objeto Humbert por Gustave Trapp, un nombre ficticio del ficticio perseguidor. Y aquella presencia, infalible y permanente, de Quilty, no puede ser más fascinante y retorcida.

El testimonio autobiográfico de Humbert, que constituye el libro, se supone escrito para ser leído de manera póstuma. Un relato tan subjetivo como Lolita, que además tiene el agravante de ser contado por un maniático, neurótico y paranoico, nos crea esa duda, inquietante, de que nada es verdad, porque la realidad podría haber sido inventada por la mente perturbada del narrador.

Como en el resto de la obra de Nabokov, hay en la novela una bellísima prosa. Humbert se convierte en un personaje que inspira lástima, que se autodestruye y que, de la mano del lector, vive, ama y muere víctima de sus propias obsesiones.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo, el 7 de abril de 2012.

Perfiles y personajes: Víctor Matos, pintor

El pintor Víctor Matos en su estudio.

Víctor Matos: el mundo andino vivo otra vez

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

 Acompáñanos en esta visita al estudio del pintor Víctor Matos para conversar sobre las artes plásticas de la región. Conozcamos su obra y apreciemos sus últimas pinturas, que aún tienen a un antiguo valle del Mantaro y su gente como protagonistas.

La obra pictórica de Víctor Matos destaca por el rescate de una cosmogonía andina propia del pasado. Así, no es raro encontrar como centro de sus pinturas a personajes a los que el rápido paso del tiempo ha dejado atrás.

—Mi pintura intenta mostrar personajes que concuerden con la historia, la vivencia y la mitología de aquella época —dice.

Su pintura superpone muchos colores, a menudo cálidos, para esbozar aquel mundo andino cotidiano de su niñez y primera juventud.

—El hombre andino no es triste —añade—. Fue el deseo de avasallarlo el que intentó arrebatarle sus sentimientos. Por eso se lo mostraba cabizbajo, tocando una quena junto a su llamita. Quiero darle valor al color. El color lo alegra más a uno, el color es alegría.

En efecto, eso se percibe en cada una de sus pinturas e ilustraciones. Las más recientes han dejado paso a la claridad, a diferencia de los tonos más oscuros de las de antaño.

Cuando niño, Víctor Matos contemplaba a las gentes urbanas y rurales del Ande. Así, su trabajo se basa en aquellos recuerdos. Adicionalmente, antes de iniciar un proyecto pictórico hace una documentación que complementa la formulación de los bocetos. Esto se refrenda con la inserción de la mitología andina entre los personajes de su obra, como aquella en que el dios Tulumanya (el arco iris) nutre de color al trabajo de una hilandera del valle. U otra donde articula a través de una vía sinuosa lo terreno (de los seres humanos y sus espacios de vida) con lo celestial (de los dioses Wallallo y Pariacaca).

Otro tema recurrente en su obra es la pintura de festividades y estampas costumbristas. Destacan esos momentos —con y sin movimiento— del Santiago y el luci luci, las danzas de tijeras o las procesiones.

Hay en su obra una evolución que no se limita al mero uso de técnicas nuevas como el retoque digital —presentes en sus dibujos e ilustraciones a pluma—, sino a un enriquecimiento plástico a través del color y la armonía. Sobre todo, a través de su pintura volvemos hacia esas mujeres y hombres de antaño cuyas manos dieron forma a una ciudad moderna llamada Huancayo.

Publicado en El Huacón N°184. 6 de febrero de 2017.

Crónica: El escarabajo de Volkswagen en Huancayo

Escarabajo en las alturas de Pucará (Huancayo).

Esos agujeros al pasado que surcan la ciudad

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

—Por donde sea que vayamos haznos llegar bien —susurra José en la soledad de su taller. Pero no está exactamente solo. Junto a él está aparcado su Volkswagen blanco. Contempla sus faros circulares, el borde del capó ovalado bajo el parachoques metálico y le parece que el auto le esboza una sonrisa. José Casahuillca Taipe repara escarabajos todos los días, pero al finalizar la semana cambia su mameluco de mecánico por el de competición. Aquella tarde tiene una carrera, y su escarabajo se porta de maravilla. Regresa a casa con el trofeo de ganador bajo el brazo. Y a la mañana siguiente el auto no enciende. «Es como si estuviese cansado», dice. «Debe de querer su mantenimiento, su revisión. Le gusta que se le engría». Para José un escarabajo tiene como vida propia. «Si tú le conversas, le hablas, te va a llevar a donde sea», afirma tajante.

Rolando Nuñez Medrano también participa en competiciones de escarabajos. Se compró por curiosidad uno del año setenta y siete y le gustó tanto que ahora tiene tres. Los usa indistintamente, no solo para las carreras, sino también para la vida diaria. «Son simples de manejar, agradables. Con ellos se siente la conducción», dice. En efecto, en un escarabajo la menor maniobra impacta en los ocupantes: desde un bache, un frenazo o una breve demora al operar los cambios. Y pese a lo incómodo que podría resultar para alguien poco familiarizado, puede que sea justo eso lo que apasiona a sus propietarios. «La idea es manejar tú y no que el carro lo haga todo», agrega. Por esa sencillez mecánica un escarabajo es fácil de reparar. Pero también hace necesario que el conductor tenga nociones básicas de mecánica. «En una ocasión fui hasta Huancavelica para auxiliar a un cliente», dice José. «Seis horas de viaje para que todo el problema sea un simple cable que se había soltado por el movimiento».

Robert Monge Larrea tiene su escarabajo desde hace nueve años. «Poco a poco le acabas agarrando cariño, se establece un lazo muy fuerte con él», dice. Y también lo fue reparando, agregándole complementos, modernizándolo. Su escarabajo cuenta con sensores de retroceso, frenos de disco y un sistema audiovisual al que envidiaría un auto del año. Se gastó al menos veinte mil soles y no lo lamenta. Igual que José, Robert opina que en la actualidad el concepto de económico para referirse a un escarabajo ya es un mito. «Los autos modernos, con su sistema de inyección sí ahorran combustible», afirma. «El escarabajo podría ser económico solo en el precio de las autopartes o a la hora de adquirirlos».

Miguel Angel Villaverde adquirió su escarabajo hace trece años y no planea deshacerse de él. «Si se puede, cuando mi hijo crezca será su nuevo dueño», dice, aunque tampoco le entusiasma cambiarlo por un vehículo moderno. Hace no mucho dejó en ridículo a cuatro camionetas durante un viaje. Un deslizamiento de tierra se había llevado media carretera. Con cierta sorna, los otros conductores lo animaron a que probara a atravesar el lodo. «Tu carro es chico», le dijeron. «Si se planta, lo empujamos». Pero su escarabajo pasó sin problemas. «Y al llegar el turno de las camionetas, todas se trancaron. Ni siquiera activando el 4×4 pudieron pasar», sonríe, da una palmada cariñosa al techo granate de su auto. Dos colegiales señalan su escarabajo desde lejos. «Sapo rojo», exclama uno. «Es guindo», le corrige el otro. Intercambian pellizcos indignados, un pequeño empujón. Finalmente ríen, siguen amigos, continúan su camino.

Hubo una época en que los escarabajos casi desaparecieron de las ciudades, a mediados de la década del noventa. «En ese tiempo pasábamos el día mirando las paredes del taller, a veces sin un solo cliente», dice José. Pero pronto la gente retomó su gusto por los Volkswagen. Había que recuperarlos desde condiciones de desuso, a veces de chatarra, y restaurarlos. Es casi imposible encontrar en el Perú un escarabajo fabricado después de 1987, cuando Brasil cesó su producción y solo quedó la opción mexicana. ¿El Estado podría impedir su circulación por un tema de antigüedad? Para José eso es remoto. «Basta ver el parque automotor de Europa y Estados Unidos; allí aún circulan unos sapitos increíbles», dice. «Los repuestos se siguen fabricando en distintos países, y en marcas nuevas que no dejan de aparecer».

Entonces un chico de unos dieciocho años llega a bordo de un Volkswagen beige. Su padre se lo acaba de dejar en herencia. «Me quedé botado de camino a Concepción», se queja. Pero casi de inmediato sonríe, chasquea la lengua: «Y en eso se estacionó un sapo azul y bajó un viejito de los de terno y sombrero. Movió unas mangueras del motor y lo hizo arrancar».

—Siempre es así —dice José—. Cuando un sapito está en problemas los otros le van a ayudar.

Huancayo y los amantes del escarabajo
Se cuentan, al menos, cuatro clubes en Huancayo que aglutinan a los aficionados a estos simpáticos autos. Destacan Cave-Huancayo (filial local del club con presencia nacional) y Vocho Club Huancayo, ambos abiertos y de participación libre. Además de facilitar a sus miembros el intercambio de información para la restauración de sus vehículos, organizan carreras, exposiciones y —lo que les da más orgullo aunque exhiben menos que sus escarabajos— diversas obras sociales.

Tips si deseas adquirir tu primer escarabajo
• En el mercado peruano pueden fluctuar entre los cuatro y nueve mil soles. Pero no hay que confiar solo en el precio. Es necesario que un conocedor de confianza te asesore, o podrías acabar comprando un carro maquillado.
• Si notas que estás tratando con un revendedor, debes prestar más atención. Ellos conocen muchos trucos para ocultar defectos que más tarde podrían costarte miles de soles.
• Obligatoriamente lleva el vehículo adonde un mecánico que mida la compresión del motor. Si supera los índices de 80 funcionará todavía por un tiempo. Lo ideal es que se encuentre por encima de 90.
• Si ha sido traído de Lima, revisa concienzudamente el piso y los largueros. La humedad de la costa hace estragos en el metal. Si hay corrosión su reparación podría costarte entre dos y tres mil soles. En estos casos la mano de obra es muchísimo más cara que los repuestos.
• Revisa también los neumáticos y que las puertas no estén colgadas. Si la pintura o el tapiz están muy nuevos, hay que desconfiar. Un baño de pintura oculta los defectos, pero al cabo de algunas semanas se comenzará a pelar y podrías encontrarte con daños estructurales cuya reparación superaría el precio del vehículo.
• La documentación es muy importante. Cuida que esté a nombre del vendedor, que las series del motor y el chasís coincidan con la tarjeta de propiedad y que no tenga multas ni órdenes de captura.
• Si deseas restaurarlos al estado de un escarabajo clásico te tocará invertir al menos diez o quince mil soles más.

Publicado en Sobre Ruedas & Motores N°6. Julio de 2016.

Crónica: Ciclismo en Huancayo, esos hombres máquina en dos ruedas

Competidores huancaínos junto con representantes de Colombia y Bolivia en la Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka.

Esos hombres máquina en dos ruedas

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Fotos adicionales: Cortesía Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka

Con cada vez más frecuencia, ciclistas huancaínos obtienen premios nacionales e internacionales. Desde hace décadas, este deporte en Huancayo ha sufrido cambios que ya lo colocan en una línea de profesionalización. Acompáñanos en este reportaje sobre el estado actual del ciclismo y de las ventajas de andar en bicicleta.

En algún momento la historia de cada ciclista es la misma: el muchacho que contempla fascinado a quienes ya practican el deporte y decide que también se lo pasaría bien pedaleando por la carretera. En una ciudad mediana como Huancayo, los ciclistas conforman una pequeña comunidad que rebasa las rivalidades propias de la competición. Así, es natural verlos intercambiar experiencias y consejos —además de repuestos y accesorios— independientemente del color de sus maillots.

Ronald Ventura Torres dejó de competir hace diez años, pero eso no significa que haya abandonado el ciclismo. Después de una trayectoria con participaciones internacionales, volvió a los recorridos dominicales de sus inicios. «La bicicleta te da libertad», dice. «Puedes ir a donde quieras y detenerte para admirar paisajes a los que no accederías en carro o a pie. Incluso extraviarte en medio de los cerros, lejos de cualquier parte, es una aventura».

El Centro de Alto Rendimiento

Convertirse en ciclista de élite no solo implica entrenar al menos cinco horas diarias, sino sacrificar ese encanto de los paisajes que se tienen tan… tan cerca. Tienes que pasar de largo por aquellos senderos que se meten al interior del valle y limitarte a mantener la atención en la carretera —que casi siempre es la misma— y en el ritmo cardiaco, tiempos y distancias. Antes y ahora, «una constante ha sido el entrenamiento a solas, muchas veces estableciendo las jornadas por instinto o por el binomio ensayo-error», agrega Ronald. La razón: la carencia en Huancayo, hasta hace muy poco, de entrenadores que ofrezcan asesoría y soporte en planes de preparación adaptados a cada conformación física. Pero este panorama ha comenzado a cambiar gracias a la puesta en marcha del Centro de Alto Rendimiento. Su consigna es obtener resultados positivos para el Perú en los próximos Juegos Deportivos Panamericanos con los cuatro ciclistas que han sido seleccionados en la región Junín. Y, claro, sus especialistas también ofrecen consejo y asesoría a los demás ciclistas que los requieran.

Si bien ya existía en otras ciudades, el Centro de Alto Rendimiento de Huancayo comenzó a funcionar desde hace poco más de veinte meses. Contar para la preparación con entrenadores, médicos, psicoterapeutas o asistentes sociales cambia el estado de semidesamparo en que suelen trabajar nuestros deportistas. «Cuadrar el rendimiento del ser humano con el de una máquina, en este caso una bicicleta, es ciencia», afirma el promotor deportivo Johnny Romero, «eso incluye la resistencia al viento, la alimentación o el manejo del estrés en el deportista durante la competición».

Las competiciones

La Vuelta Ciclística Internacional Orgullo Wanka, que acaba de celebrar su séptima edición, se ha convertido en una de las competiciones más importantes del país. Su organizador, Johnny Romero, es dirigente del equipo Romero33 y, principalmente, un entusiasta del ciclismo. Para él, «Huancayo es una tierra generosa en cuanto a potencial para desarrollar ciclistas de alta competición».

Abilio Lázaro Valdés es promotor deportivo y, también, exciclista. Es además organizador del Desafío Alta Sierra, competición de montaña que recorre los territorios de Concepción, Comas y Cochas, y cuya vigesimosegunda edición se celebró en setiembre último. «Promover competiciones puede ser una iniciativa personal, pero requiere de una asociación público privada», dice.

La importancia de las competiciones rebasa el mero hecho de conocer qué ciclista es el mejor. Su función es más bien servir de incentivo para un entrenamiento constante, además de permitir, a través de los premios, rentabilizar la práctica del ciclismo. Ronald Ventura opina que «en los últimos años se ha ido reduciendo su número». Al no haber competiciones, «el nivel de los ciclistas acaba por decaer». Abilio Lázaro es de la misma opinión, aunque destaca las ventajas de organizarlas: «potencia los atractivos turísticos del territorio de un gobierno local y moviliza la economía. Competidores y visitantes consumen hotelería, alimentos y hasta artesanía del lugar». Y agrega que «eso se deriva en una buena imagen para cualquier gestión».

Medio de locomoción

Si bien Huancayo no parece la ciudad más amigable con el uso de la bicicleta, sí cuenta con la ventaja de sus distancias cortas y algunas vías alternas a las zonas de tránsito vehicular más denso. «Huancayo tiene todo el potencial para un uso eficiente de la bicicleta», afirma Lázaro. «Los recorridos urbanos habituales son de dos kilómetros, a veces de tres. A una velocidad moderada no te cansas y apenas transpiras». Johnny Romero, por su parte, cree que «no deberíamos llenar la ciudad de carros. Se puede manejar bicicleta desde los dos años hasta los cien. Es hora de pensar en una ciudad más limpia y sana».

Y volvemos al muchacho fascinado con recorrer las carreteras en bicicleta. Con muchísimo trabajo, inversión y voluntad, podría convertirse en el próximo campeón nacional de ciclismo. O elegir ser solo ese ciudadano responsable con el ambiente, convencido en que no usar automóviles reduce las emisiones y beneficia la salud. Puede que sea este último quien más falta hace en momentos de tanto apuro para el planeta.

Publicado en Gatonegro N° 9. Setiembre de 2017.

Fotorreportaje: Colegio Santa Isabel, últimos días de cielo gris

Durante las horas de clase es difícil ver alumnos transitar por los pasillos o los campos deportivos. Pero nunca falta alguno que rompe la regla.

Últimos días de cielo gris

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Cinco años han pasado para el colegio Santa Isabel desde la mudanza de sus antiguos pabellones y aulas a una infraestructura provisional en Palián. La nueva ubicación implicó asumir un espacio de enseñanza que no estaba pensado para durar tanto. En el siguiente fotorreportaje, la cámara de Juan Carlos Suárez hace un recorrido por la última semana de clases antes del retorno, por fin, a su local de siempre.

Las viejas costumbres suelen perdurar, aún si ocurre un cambio de morada o de generación. Desde la demolición de los pabellones del colegio Santa Isabel y su traslado a las aulas de Palián, sus cinco mil alumnos debieron adaptarse a nuevas condiciones —algunas bastante duras— para estudiar en un local que nunca perdió su condición de provisional. Pero la rutina se mantuvo: los lunes de formación, las campanadas del cambio de horas, la tediosa espera por el recreo o la salida, el asalto a los pasillos y la irrupción en cafetines y canchas de fulbito. Así es ahora y así fue hace veinte años.

Es destacable el estoicismo con el que maestros y alumnos asumieron las nuevas condiciones. El personal cambió sus oficinas por caserones construidos con ventanas y calaminas rescatadas de la antigua infraestructura y los estudiantes sus aulas por módulos prefabricados. En 2017 egresó la primera promoción que llevó los cinco años de educación secundaria en el local temporal. Por fortuna esa espera terminó y el Santa Isabel —acaso el más representativo de los colegios de Huancayo— ya se encuentra en su domicilio de siempre.

Publicado en Gatonegro N°12, enero de 2018.

Crónica: A Tayacaja Nororiente en bicicleta

La mayor parte del camino se abre paso entre quebradas y de cerro en cerro.

Un paraíso entre montañas

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

 Pocos lugares tan cercanos a Huancayo ofrecen la magia y belleza del nororiente de Tayacaja (Huancavelica), que ahora forma parte del VRAEM. Aunque la ruta es difícil, sus paisajes y pisos ecológicos bien lo valen. Acompáñanos en esta travesía a bordo de una bicicleta.

Un recorrido accidentado y hasta peligroso no basta para anular el encanto de los caminos rurales. Y son perfectos si lo tuyo es explorar espacios nuevos con la naturaleza de protagonista. Nuestro punto de partida es Huancayo y la llegada, 101 km adelante, el paraje de Chiquiac, una quebrada arenosa y ardiente a 1180 m s.n.m., por cuyo centro pasa un río Mantaro fortalecido por decenas de arroyos y torrentes a los que ha engullido. Apenas salimos debemos subir 25 km hasta los 4500 m s.n.m., en San Marcos de Rocchac. Rodar en bicicleta por la puna en pleno invierno es mala idea si no estás lo bastante abrigado. Y sabemos que nos espera un descenso largo, en el que la temperatura podría bajar hasta -10 grados.

La construcción de la carretera Huancayo-Huachocolpa, en el noreste de Tayacaja, tiene una historia que han vivido al menos cuatro generaciones. Empezó en la década del sesenta, cuando solo existía una vía de herradura por la que se debía caminar durante tres días. Una alternativa eran las avionetas que despegaban de Huamancaca Chico y, media hora después, descendían en una pista angosta al borde del Mantaro, en el paraje de Ukuchapampa. Fue una buena opción hasta que, tras años de jugarse la vida al aterrizar, una de ellas acabó en el río y ahuyentó a las otras. Hoy el transporte es solo terrestre y, aparte de las minivan para pasajeros, predominan las camionetas 4×4, que tardan no más de cuatro horas hasta el destino que planeamos, y otras tres si se quiere llegar a Huachocolpa.

Una segunda subida tiene su recompensa con la maravillosa vista de las lagunas gemelas de Kylli, de perturbadoras aguas negras. Numerosas leyendas azuzaban el miedo a ellas: una interconexión subterránea entre ambas, un daño latente a partir de las seis de la tarde o a que tocar sus orillas era la muerte. En la actualidad, en la menos temida de las dos, se desarrolla la industria piscícola.

Al poco de llegar a Huari se nubla y una suave niebla cubre el horizonte. Optamos por seguir hasta Acobamba para almorzar, donde nos recibe una bandada de loros, que será seguida por muchísimas otras hasta nuestro destino. Desde este punto la orografía pedregosa hace más duro bajar. Ya estamos en un piso tropical, por lo que los mosquitos no tardan en aparecer.

La mayor parte del camino se abre paso entre quebradas, salvo cuando se asciende por el borde de abismos con más de un kilómetro de fondo. Por allí discurre un río cristalino que cambia de nombre conforme avanza: Acobamba, Chalwas o Toroccasa. Se dice que hay pesca abundante en sus aguas, pero varios letreros lo prohíben. Cruzarlo ya no es un problema gracias a los puentes de acero y concreto que contrastan con los dos palos largos, apenas anchos como una rueda, de los años noventa.

Una subida ligera inicia en Matibamba, a 1650 m s.n.m., y seguirá constante hasta nuestro destino. La baja velocidad sirve para notar al borde del camino cientos de nichos que nos han acompañado desde que partimos. «Es porque alguien murió ahí», nos repite un poblador. Atravesamos Manchay, pueblo célebre por su producción de plátano, chirimoya y palta, y llegamos a Potrero. La subida se hace más dura desde K’erquer, solo grata por la cercanía de la puesta de sol.

Estos pueblos han alcanzado ciertos beneficios desde el Estado a partir de su inclusión al Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). Pero el perjuicio es mayor debido a la aprensión por calificarse ruta del narcotráfico, lo cual los descarta como opción para el turismo vivencial, rubro en que tienen enorme potencial.

Atravesamos el pueblo de Loma con los últimos rayos de sol y aceleramos para arribar a San Antonio antes del anochecer. Las camionetas que nos rebasan ya llevan las luces encendidas y hacemos lo propio con nuestras lamparitas a pilas. Aunque el destino se ve desde el cerro en que nos encontramos, resulta un largo tramo que se interna en una gran quebrada que a su vez contiene otras más.

Una ducha tibia y la cena caliente no bastan para reparar el agotamiento. Dejamos el descenso a Chiquiac para la mañana siguiente. Estamos a 2300 m s.n.m. Desde aquí el Mantaro es apenas una raya sinuosa entre dos enormes montañas secas, cubiertas por cactus, y con un arroyo de aguas salinas imposibles de beber. Cuentan que antes de hacerse carrozable, este camino era el más difícil de atravesar. Pronto el sol calienta el suelo arenoso y aumentan los mosquitos. Llegamos al río, a 1180 m s.n.m. A lo lejos, cuatro cables son lo único que queda del gran puente colgante de Chiquiac, que en otro tiempo fuera la piedra angular del transporte para todas las comunidades de la zona.

El nuevo puente es atravesado por algunas camionetas cubiertas de polvo. Su destino es ahora el mismo que el nuestro: Huancayo. Fueron muchos kilómetros y voluntad. El Perú tiene tanto que ofrecer.

Publicado en Bitácora N°46, de setiembre de 2017.

Fotorreportaje: Una hora bajo el puente, el estreno

Montaje de ‘Una hora bajo el puente’, pieza teatral de María Teresa Zúñiga.

Dos extraños en un mundo de otros

Texto y fotos: Juan Carlos Suárez Revollar

Escrita por María Teresa Zúñiga y estrenada en 2017 por el Grupo de Teatro Expresión, Una hora bajo el puente es una pieza teatral que continúa la exploración iniciada en Zoelia y Gronelio y retomada (aunque tangencialmente) en Atrapados: personajes marginales y desposeídos que intentan sobrevivir a una sociedad destruida.

Mouse y Power —símbolos de la individualidad y el poder— hacen un contrapunto actoral donde este intenta no ser conmovido por aquel. Power es el absurdo arrendador de un espacio que pocos quisieran habitar: la sombra de un puente. Pero el trasfondo de la obra es un mundo en ruinas y un pasado —¿acaso revolucionario?— que ambos comparten.

 

UNA HORA BAJO EL PUENTE
Escrita por María Teresa Zúñiga
Producida por el Grupo de Teatro Expresión
Dirigida por Jorge Miranda Silva
Actúan como:
Power, Jorge Luis Miranda Zúñiga
Mouse, Marco Miranda Zúñiga
Estrenada en Teatro del Colegio Andino, diciembre de 2017
Huancayo, Perú

Artículos relacionados:
•Crónica: María Teresa Zúñiga, la voz del nuevo teatro latinoamericano
•Fotorreportaje: Mades Medus, la puesta en escena: «Un mundo construido de sueños y realidad»